¡Recién Publicado!
cerrar [X]

CROMAGNON: MEDIASOMBRA ARGENTINA

0
LA NOCION DE TRAGEDIA Y LA NECESIDAD DE JUSTICIA
LA NOCION DE TRAGEDIA Y LA NECESIDAD DE JUSTICIA

    Algo se mueve por dentro, profundo, imperceptible. El movimiento se prepara durante mucho tiempo, quizás miles de años. Son rocas escondidas, ajenas a la responsabilidad humana, quizás el átomo madre que concede la naturaleza a la vida. Choque recóndito, fatal, enteramente hundido en la responsabilidad natural. Es la responsabilidad de la naturaleza. Decir que la naturaleza es responsable es atroz. No sabemos cuál es su voluntad ni designio. Pero la vemos luego convertirse en maremoto, tsunami, peste, hambruna. Nombres que ya son humanos, no naturales.
    Luego, la responsabilidad humana toma a su cargo la discusión. Habrá responsables de que no se haya avisado antes, habrá personas que omitieron tomar decisiones que salvaran vidas, habrá acaso el nombre criminal de tal o cual funcionario o magistrado. La naturaleza es cruel pero sin culpabilidad; la vida humana es deseosa de moralidad pero suele definirse por hondas nociones de culpa. Entre ambos polos se juega lo que llamamos pensamiento, ética personal o deseos de felicidad. La Gran Ola nada sabe de ellos.
    Una discoteca en Once no es Sumatra, la República Cromañón no es una playa tailandesa. No había placas tectónicas aquí. No se preparaba en la larga memoria inconsecuente de la naturaleza un estallido en la superficie. La mediasombra en un techo no es lo mismo que las piedras milenarias que colisionan hacia el centro de la tierra, cerca de donde pensaba Julio Verne. Ahora, todas las expresiones de la lengua urbana escuchadas, “banda pirotécnica”, “vamos las bandas”, “rock barrial”, aparecen comprometidas. Las sobrevuela la tragedia. Los nombres del rock son una fantasía amigable, a veces juegan con componentes demonológicos o mágicos, pero suelen esconder en el fondo tiernas baladas. Es cierto, tocan metáforas de fuego, de redención, de tinieblas. Pero son escrituras de parodia, utopías invertidas, quizás literaturas transitorias que se divierten con el hermetismo y el frenesí. Pero una noche, centenares de familias comenzaron a buscar cuerpos tiznados de negro en los hospitales porteños.


Nuevo compromiso

  
Todas aquellas palabras han adquirido un nuevo compromiso. Los nombres son inocentes como la naturaleza, pero los esperan los escollos de la historia. A veces enlazan con tragedias arrasadoras, que les dan para siempre una connotación especial a palabras insípidas, que eran meramente clasificatorias: “Puerta 12”. A veces sólo hay que desear que nada ocurra para que la ornamentación lingüística, la quimera de un nombre –“República Cromañón”-, no orille la premonición siniestra. Nombre empresarial. Pero contiene una alusión política, así como “Cemento” parecía anular el componente onírico. Lindaba con la mención secreta de algún elixir, seguramente, pero nada quedaba claro. Ese nombre, por lo demás, señalaba un material incombustible, no gomaespuma.
    El empresario Chabán no tiró la bengala, incluso pudo haber alertado que no se las use, quizás vivía con el oscuro temor de que algo sucediera en los lugares por él bautizados. Tenía, al parecer, un ideal de vida estetizado, lo que a veces se suele ver como dandysmo, artes de la noche quimérica, alguna cita de Nietszche, vagas nociones de sacrificio. Poéticas del rock para adultos escépticos, empresarios con ambigua pirotecnia verbal, en la que pueden pegarse ciertas obleas de juvenilia o chanzas libertarias. Luis Alberto Spinetta tiene una vieja canción, La bengala perdida, en la que intenta comprender la muerte de un hincha de fútbol alcanzado por ese objeto pirotécnico. Alguien lo habría tirado de la otra tribuna. Spinetta no juzga, hay un tono de religiosidad compungida en su canción. Como la mejor filosofía, no ríe ni condena, intenta compender.
    Pero si hay comprensión verdadera, allí ya hay una forma superior del juicio, de la expiación. Nada más inocente que arrojar fuegos de artificio, entretenimiento ancestral. Cuando alguien muere debido a ellos, se revela la inocencia del mal. Dicen los diarios que un niño habría tirado la bengala en República Cromañón. En esa isla de Barataria no había legislación al respecto, el grupo que tocaba se llamaba Callejeros, que situaba cierta orfandad libertaria sugerida por esa denominación en un largo cajón para miles de personas, en el Barrio de Once. El cajón, la república, el encierro, la mediasombra envenenada, esperando la bengala, quizás desde hace miles de años, como el encuentro fatal de placas tectónicas. La calle de los callejeros encerrados, con su cortejo de vidas injustamente arrebatadas, no era la Ley de la calle de Coppola, donde hay un juego inocente de destino, y alguien será sacrificado en el teatro real de la calle. Sin hollín en el cuerpo.
    Será difícil soportar una imagen que perdurará mucho tiempo, esos cuerpos ennegrecidos en fila, yacentes en la vereda. Sin zapatillas, que más que yacer se apilan ya ajenas a sus dueños, a esos cuerpos sin vida, antes de las oraciones últimas, los congregaba el salvataje o la ciencia. Hay un espíritu de ordenamiento sobre la calzada, había SAME, habían desesperados primeros auxilios. Pero la muerte injusta se revela más absurda cuando hay una serie de cuerpos exánimes, cadáveres de la calle de un barrio muy conocido, que como toda imagen, pide compañía, pide otras series, y más que eso, pide que hagamos esfuerzos para apartar otras series de cuerpos que vimos o imaginamos, apilados en reiteradas pesadillas.


Culpa y Estado

  
¿Quién es culpable? Como siempre, el espíritu inquieto vacila ante esta pregunta. No puede no haber culpables, pero no puede haber chivos emisarios, la indeseada forma bíblica del culpable elegido por incapacidad de justicia profunda. No puede, tampoco, haber culpables deducidos por teorías o desde pliegos en los que yacen los ideogramas de la causalidad lineal. Se podrá preferir una frase que diga que “fue el sistema de corrupción” o simplemente el “sistema”. Pero ahí está la noción de tragedia -que los diarios usan, con imprecisión, pero es que así está inscripta en la lengua usual- para sugerir que también hay que buscar en lo desconocido, en lo indeterminado, en lo contingente, incluso en las tinieblas de la historia nacional. Y si esto equivale a politizar la tragedia, se lo debe hacer con todos los impulsos profundos, a veces indiscernibles, que reclama lo político, no con la imputación costumbrista, con la visión de un “sistema” que suprime toda libertad, todo azar.
    De tanto llevarse la idea de culpa a la teoría del estado capitalista, se arriesga la pérdida de la especificidad, ámbito privilegiado donde mora la justicia. Pero de tanto pedir culpables para rendirlos a la picota de la comprensible ansiedad pública, la necesidad periodística de hacer la crónica personalizada y romper lo que también la justicia profunda posee de generalización singularizada, puede alejarnos de lo mismo que se reclama. Si hemos de politizar debidamente lo ocurrido, no será a costa de eliminar su dimensión trágica, que necesariamente lleva a las propias ruinas de nuestra conciencia, a lo que yace en nosotros como parte personal de una vida colectiva agrietada. No sirve que los políticos muestren certificados o apelar a los reglamentos vulnerados -por coima, desidia, lo que fuese-, si antes no se concibe una idea de justicia que llegue a las fallidas instituciones argentinas porque también habrá sabido llegar a los deficientes textos morales que habitan en nosotros, en nuestra vida diaria, en nuestros gestos habituales.


Justicia

   
El odio, el rencor, la bronca, la animosidad, todas graduaciones del mismo sentimiento, nunca son innecesarios. Pero en términos de justicia real son un lenguaje segundo, subordinado. Sólo pasan dignamente a primer plano cuando los encarna precisamente la persona trágica, que busca hacer saber su agonía al mismo tiempo que alza su dedo contra los símbolos inmediatos de culpabilidad. A esa forma de dignidad no se le piden pruebas, sino que vuelva con lo que aprendió de su fuego irredento al horizonte de los indicios más vastos y profundos. La justicia en un debate sobre los tiempos específicos en que aparecen los sentimientos de abominación, de horror o de templada conciencia comunitaria. Quizás todos esos sentimientos son necesarios y siempre esperamos en nosotros algo que los sintetice.
    Porque la sentimentalidad nacional es también tectónica, son esas placas profundas que están en todos los pueblos como resorte póstumo de pudor, de escarnio o de vindicta, y que en la Argentina -ningún “carácter nacional” aquí- pueden conjugarse con las precarias frases políticas que escuchamos a diario, “no quedar pegado”, “es impresentable”. Frases de un mundo de apariencias, que actúa totémicamente esperando el que las pronuncia escapar de la contaminación. ¡Qué propósito más torpe! Lección para los gobiernos y los políticos que se quieren dignos: saber despertar en la conciencia esa rara mixtura de sentimientos, de justicia y de tragedia, que es lo que llevará siempre a estar donde se debe estar.
    La política es eso, estar donde se debe. Allí no debe haber cálculo o astucia. Verdaderamente, no hay que cometer exhibicionismos, los cuerpos callejeros tienen elocuencia muda, yacen envueltos en nuestro furor cauto, mirándolos en silencio crispado. Pero la conciencia pública tiene muchos planos, y en el más decisivo de ellos, la justicia dada y procurada, es necesario ponderar preguntas, darles el lugar crítico que merecen, sea sobre los candados de la puerta de emergencia, sea sobre la desidia de los funcionarios, sea sobre el vago estupor que nos alcanza cuando la culpa no puede detenerse y recubre el conjunto de un momento histórico.


Combate

  
La búsqueda de la culpa y su encarnación es una actividad frágil, delicada. Pero su necesidad es de hierro, materia esencial de la otra historia, la historia natural. Todos nos vimos obligados en estos días a analizar nuestro propio tejido sentimental, emocional. Así como puede cometerse la necedad de ignorar la justicia (y su fuerza emotiva), hay formas aturdidas de buscar justicia (sin calibrarse su emocionalidad necesaria). A veces vamos de una a otra como vagantes.
    Y en la mediasombra argentina, para evitar la república del Cromagnon y el republicanismo esmirriado de los que imaginan que la historia es una nomenclatura acumulativa de controles, es necesario elaborar una idea de justicia más plena, con nuevas voces, nuevas emociones, incluso nuevos articulados e incisos. En toda república faltarán las prevenciones necesarias, si no se escriben nuevos documentos sobre la culpa profunda que no reiteren la mala forma de la ley.
    Desde el Presidente hasta los jóvenes neciamente sacrificados, desde las maltrechas formas de la institución pública nacional hasta quienes para salvar vidas, serenamente irresponsables, heroicos, volvieron adentro de la caldera tóxica con una precaria remera humedecida en el rostro, hay una invitación para todos. Ahora vale este todos, no porque ya existía y haya que meterse en él, sino porque hay que crearlo como promesa, aún desconocida, de convivencia justa. Es un combate, no una utopía de consuelo.

 

Horacio González
Revista Debate

 

0 comentarios Dejá tu comentario

Dejá tu comentario

El comentario no se pudo enviar:
Haga click aquí para intentar nuevamente
El comentario se ha enviado con éxito
Tu Comentario
(*) Nombre:

Seguinos también en

Facebook
Twitter
Youtube
Instagram
LinkedIn
Pinterest
Whatsapp
Telegram
Tik-Tok
Cómo funciona el servicio de RSS en Tribuna

Recibí diariamente un resumen de noticias en tu email. Lo más destacado de TDP, aquello que tenés que saber sí o sí

Suscribirme Desuscribirme