Cuando en marzo una oleada de afiches anunciaba el comienzo de la nueva tira de
Telefé Montecristo, casi nadie
acertaría en que la misma no sólo se convertiría en un acierto indiscutido,
sino que su contenido atraparía a varios miles de exponentes de sexo masculino
tradicionalmente remiso a las telenovelas. Es que este exitaso no sólo radica
en que constituye una versión libre del clásico de Alejandro Dumas, sino que
la historia posee un hilo conductor muy interesante. Transcurre 1996, y las
sombras comienzan a minar la amistad de años entre los jóvenes abogados
Santiago Díaz Herrera (Pablo Echarri) y Marcos Lombardo (Joaquín Furriel) y
esgrimistas, a causa de las actividades de sus respectivos padres. El de
Santiago, Horacio, es un juez que bucea en el turbio pasado del progenitor de
Marcos. Este, un empresario con ambiciones políticas, veinte años atrás era
un médico que se dedicaba a asistir los partos de las detenidas desaparecidas.
Y su primo Lisandro Donoso (un soberbio Roberto Carnaghi), era quien efectuaba
los operativos. En uno de estos, se apropia de la menor Laura (Paola Krum) a
quien adopta como hija “pues me la había
prometido el Almirante” (¿Massera o Chamorro, señor de la vida y de la
muerte en la ESMA?).
Enterado Lombardo de esto, trama el
asesinato del juez y la muerte de su hijo, quien se encontraba en Marruecos
disputando un torneo de su especialidad junto a Marcos. Pero la operación no
rinde los frutos esperados, pues Díaz Herrera junior sobrevive dando sus huesos
a parar a una cárcel. Allí conoce a Ulises (Ulises Dumont), quien le enseña
todo lo que sabe y lo ayuda a mantenerse vivo. Al morir este, Santiago logra
evadirse de una forma análoga al personaje de Dumas, siendo rescatado en la
playa por Victoria (Viviana Saccone), una cirujana plástica argentina residente
en Madrid. Ella también comparte el mismo origen de Laura, pero esta sí tiene
muy en claro su origen pero el antiguo amor de Santiago, no tiene ni la más
remota idea.
Girando en torno a estos, aparece el
personaje interesante de León Rocamora (Luis Machín), un marchand
que se la sabe lunga que se mueve como pez en el agua en el escabroso mundo
del espionaje. Tantas sospechas despiertan, que INTERPOL le infiltra a Ramón,
un policía experto en comunicaciones que termina seducido por la personalidad
de su objetivo.
Este es el gancho que hace de Montecristo
no sólo un plato fuerte de la noche televisiva, sino un atractivo producto
que se animó a mostrar en pantalla el costado más siniestro de la noche del
Proceso, la apropiación de la identidad de los hijos de los desaparecidos.
No sólo amor y venganza
Lo que hizo que esta novela sea elegida por la platea
masculina, es esta cuestión puntual que esencialmente es el argumento de peso.
Alberto, Lisandro y la enfermera Susana, que en un tramo de la historia se hará
pasar por la recobrada madre de Laura, conforman un terceto siniestro emergido
del terror represivo. Esto se patentiza aún más cuando en las escenas en las
cuales estos aparecen, un juego de sombras invade los cuadros creando una
opresiva atmósfera. Lombardo padre es frío, calculador, con una sonrisa a lo
Massera cuando intenta parecer simpático o simplemente salir del paso. Su primo
Lisandro, en cambio, es su brazo operativo y a veces ejecutor, con expresión de
ave de rapiña que a duras penas intenta disimular entre casa. Se lo puede ver
tomando mate tranquilamente, hasta que un llamado lo vuelve a la realidad y su
mirada se torna de hielo. Entonces, se calza unos clásicos lentes negros,
campera de cuero al tono y la infaltable carterita setentista al hombro. Cuando
una noche recibe unos de esos llamados enigmáticos, mientras miraba una foto de
su Elena (Virginia Lago) al levantarse a hacer “un
trabajo de mierda”, de la misma salió un sonido metálico: el que se
desprendió de su fiel Browning 9 milímetros.
Todo este conjunto letal hace que tanto
Marcos como su segundo Luciano le teman al considerarlo impredecible y por
momentos inmanejable. Pues Lisandro sólo parece responder a su patrón, al que
incluso muchas veces intenta pasar.
Comiéndose al caníbal
Sin embargo, en el episodio emitido el jueves 17 de agosto,
la trama dio un vuelco impredecible. A instancias del ex policía Ramón se
monta un operativo destinado a chupar a
Alberto Lombardo, pues se apresta a pasar un fin de semana junto a su otra
mujer, Lola. En un tramo de la ruta, el viejo zorro advierte que el vehículo de
custodia que los antecedía se esfuma súbitamente. Su instinto le advierte que
algo anda mal, pues intuye que algo amenazante se apresta a hacer trizas la
calma aparente. Se larga a caminar solo por un bosque, y por detrás un
encapuchado le propina un certero puñetazo en la nuca. La siguiente secuencia
muestra a una caravana de 4 x 4 y autos de la que se apean el citado y Santiago,
junto a un grupo de individuos de apariencia muy servicial.
Proceden a sentar a Lombardo en una silla, con los ojos vendados y esposado
con las manos a la espalda. Un sujeto de facciones duras inicia el
interrogatorio, muy tajante con marcado resabio parapolicial. Pues cuando
aparece Santiago, junto al ex INTERPOL, la cámara muestra un paneo del resto de
los tipos y a la memoria viene la imagen de la banda de Gordon &
Guglielminetti. Esto sorprende al instigador del crimen del juez Díaz Herrera,
y lo desconcierta a tal punto que no sabe en manos de quiénes se encuentra. Súbitamente,
el interrogador le pregunta sobre su pasado vínculo con la FFAA, para luego
inquirirle sobre su papel en El Campito,
el terrible chupadero asentado en Campo de Mayo. “El centro de detención de Campo de Mayo funcionó en la base del Ejército
del mismo nombre, la unidad militar más importante del país. En marzo de 1976
Campo de Mayo era conducido por el general Omar Riveros, que fue después
sucedido por los generales Reynaldo Bignone y Cristino Nicolaides. Más de 3500
prisioneros pasaron por este centro; pocos sobrevivieron. Encerrados en
cobertizos, encadenados, encapuchados, se les prohibía hablar o moverse
mientras permanecían sentados sin apoyo y sin poder acostarse en el suelo
durante catorce horas por día En Campo de Mayo se utilizaba también como sitio
donde los aviones aterrizaban o transportaban detenidos a otros lugares, como la
frontera con Paraguay, donde con frecuencia se los mataba. (Dossier
secreto, de Martin Andersen).
El antiguo obstetra del terror vacila
quizá por primera vez en su vida, cuando el hijo del asesinado juez lo somete a
un simulacro de fusilamiento.
El mismo amargo medicamento vindicativo
lo sufre su primo Lisandro, quien es dejado al borde del infarto. Chupado
inconciente en el restaurante Lombardía,
es sometido a una horrenda sesión de tortura psicológica que no tiene nada que
envidiar a la utilizada por los grupos de tareas.
Pues el otro acierto de la trama es que
sus personajes no son inmaculados, sino que muestran ribetes que rayan bastante
en lo psicopático aún en aquellos que supuestamente se encuadran en los buenos.
Es el caso de Santiago Díaz Herrera, quien cegado por el odio trama una
venganza altamente sofisticada usando para ello a sus amigos. Inasequible al
afecto, no se conmueve ante las lágrimas de Laura a la que hace el amor para
dejarla luego abandonada.
Fernando Paolella