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Pajaritos y pajarones

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GORJEOS Y GRAZNIDOS AL SON DE CUBA, FIDEL Y LOS DD.HH.
GORJEOS Y GRAZNIDOS AL SON DE CUBA, FIDEL Y LOS DD.HH.

    Cada año, a medida que se aproxima la votación en Naciones Unidas en la que el gobierno estadounidense pretende condenar al cubano por violación a los derechos humanos, un súbito frenesí se apodera de cuanto opinador a sueldo con patente de intelectual ande por ahí deseoso de un poco de publicidad. La agitación en el gallinero se explica fácilmente: es el momento en que las páginas de diarios y revistas se abren con generosidad para que las almas sensibles se conduelan de la falta de libertades del régimen castrista. Es esa la señal esperada por otras almas sensibles para hacer saber su apoyo al cuestionado régimen, a su modo de ver, tan pletórico en virtudes como aquellos lo ven en defectos.

 

    A impulso de ambos bandos se instala un monumental equívoco: la discusión sobre los méritos y deméritos de Fidel Castro. Como si ese fuera en verdad el eje del debate. 

    Puede hasta ser pertinente que personas que carecen de la menor relación con Cuba como no sea por vía de las diversas formas que adquiere el turismo, tengan una opinión formada al respecto. ¿Por qué no? ¿Quién o qué niega esa posibilidad, si los seres humanos abrigamos opinión sobre casi todas las cosas, incluida la formación del seleccionado de fútbol? ¿Quién no ha visto más de una vez a un tipo, incapaz de pegarle derecho a una pelota de playa, tildar de “tronco” a un futbolista profesional? 

    Pasa con frecuencia. Es que tras miles de años de evolución, algunos órganos del ser humano adquirieron usos y propiedades diferentes a las que tenían en los orígenes de la especie. Así, la lengua, adecuada para recoger gusanos, lubricar cavidades, beber de los charcos o sorberse los mocos, acabó adquiriendo función  parlante. Combinada con una deformación de la laringe de un remoto antepasado, que resultó transmisible genéticamente a su descendencia, el tipo dispuso de una caja de resonancia para su parla. Nadie debería entonces sorprenderse de que haga abuso de tan notable peculiaridad, que, por si fuera poco, viene con yapa: la de crear la ilusión de estar conectada a un cerebro que dicta no ya sus movimientos, sino su significado.

    En síntesis, que de unir un cerebro capaz de enviar los adecuados impulsos eléctricos, una lengua que es sacudida por los mismos y una laringe lo suficientemente amplia, tendremos un intelectual. Si acaso lee y escribe, el resultado será una columna de opinión. En su defecto, siempre alcanzará con un reportaje. Es así que atraídos por el alpiste, estos pájaros se congregan en las columnas de los diarios para hacer vibrar sus laringes y dejar caer sus opiniones con la misma autoridad, beneficios y consecuencias con que las palomas deyectan desde la copa de los árboles

    Nada hay de objetable. 

Si la naturaleza no le ha dado al hombre alas, lo dotó de lengua para que remonte vuelo. Lógico es que la use. Es lo que comúnmente llamamos “derecho de opinión” que, como se ha aquí demostrado, más que un derecho ciudadano es una capacidad evolutiva.

    La primer tentación es no tomar el parloteo muy en serio: ninguno sabe muy bien de lo que habla y sus palabras, dichas siempre en nombre de los ciudadanos de Cuba, ya para alardear del brillo de sus dentaduras ya para dolerse de las faltas de libertades cívicas, significan para la realidad de la isla lo que un flato en el Aconcagua. Pero la polémica es engañosa: nuestros pájaros deben ser teros pues mientras parecen discutir abstractamente una abstracción que no nos incumbe, nos meten de contrabando una cuestión práctica que sí nos incumbe. Vale decir, mientras chillan en lo alto de las ramas por los derechos humanos en Cuba, meten en el nido la política exterior de nuestro país.

    Estos pájaros están sumamente contrariados desde que las autoridades han vuelto a la postura tradicional argentina de no inmiscuirse en los asuntos internos de otros países. No pudiendo cuestionarla en su fundamento –lo que implicaría admitir lo que sólo Menem era capaz de sostener abiertamente– fingen escandalizarse de la situación cubana, tratando de convencernos de la necesidad de hacer algo para remediarla, como si fuéramos el Batman de la política internacional.

    Uno de estos pájaros, que de tan engreído ya es pajarón, lleva las cosas a un absurdo lógico: puesto que el gobierno hace tanto hincapié en los derechos humanos, proclamó, debería ser coherente y votar contra Cuba por la violación de los mismos. Renato, amigo mío: en tren de ser coherente el gobierno debería votar contra todo el mundo, y hasta autocondenarse cada vez que hay un caso de gatillo fácil o un funcionario destrata a una persona por su aspecto físico, su condición social o sus gustos sexuales o hace abuso de su autoridad, por no mencionar las inequidades sociales, la desigualdad ante la ley o la disparidad de oportunidades. 

    Los derechos humanos son violados en todo tiempo y lugar, como bien puede atestiguarlo cualquier magrebí en España, un inmigrante ilegal en Estados Unidos, los prisioneros de Guantánamo, una adúltera en Nigeria o un vecino de una favela de Río. Se trata de evitar su violación mediante leyes más humanitarias, de educar y sancionar a los funcionarios que las incumplan, de mantener y promover organizaciones que los protejan, de controlar y vigilar a aquellos que en una sociedad detenten mayor poder.

    No hay un acto a partir del cual los derechos humanos queden automáticamente respetados, ni ley o régimen político alguno que de por sí garantice su vigencia, y resulta una arbitrariedad condenar a un Estado porque en su territorio se produzcan violaciones a los derechos humanos. En las comisarías argentinas se sigue aplicando la tortura y el maltrato, los policías estadounidenses golpean a las personas de colores alternativos, los carabineros italianos lanzan sus perros contra los árabes, sus colegas chilenos reprimen violentamente a los mapuches. Se trata de evitar, fundamentalmente, que esas violaciones se conviertan en políticas de Estado, pero es ridículo condenar a los países o a los gobiernos por los actos de sus funcionarios.

    No es tampoco la preferencia hacia un régimen político o el disgusto que pueda merecernos determinada legislación motivo suficiente para una sanción diplomática. Los juicios de instancia única son una aberración legal y en sí mismos constituyen una violación a los derechos humanos. Mediante procesos de instancia única fueron condenados los atacantes de la Tablada y también los carapintadas de Seineldín. Y lo fueron gracias a una ley macabramente llamada de “Defensa de la Democracia”, muy aplaudida por pájaros y pajarones. ¿Es esa ley aberrante motivo para sancionar a la Argentina en Naciones Unidas? O lo que es igual: ¿Podemos condenar a una isla del caribe por aplicar la pena de muerte y simultáneamente desentendernos de que la apliquen la mitad de los estados norteamericanos o la contemple Perú en su legislación penal?

    ¿La autocracia de un plebeyo es una violación a los derechos humanos y la de un noble no lo es? ¿No se promueve la condena a Arabia Saudita porque su gobernante se las tira de descendiente de Mahoma? ¿Qué defensores de los derechos humanos son esos, capaces de admitir que un tipo tiene prerrogativas sobre otros gracias a su linaje semi divino? Nada de esto es serio.

    Los argumentos de quienes reclaman la sanción a Cuba no resisten ningún análisis objetivo y sería un acto de sinceridad que tantos condolidos por la situación cubana, explicaran claramente por qué pretenden que nuestro país vuelva a votar en la sintonía en que lo hacía Carlos Menem, ya que eso es lo que en realidad pretenden.

    No es Cuba lo que se discute. Es la Argentina. Es en forma soterrada y con argumentos pretendidamente humanitarios que se quiere torcer el nuevo rumbo de nuestra política exterior, promoviendo los alineamientos automáticos, mutilando cualquier intento de independencia, de manera que la política exterior argentina no esté al servicio de los intereses nacionales sino a la cola de las decisiones de otros países que sí actúan en función de sus propios intereses.

    De eso se trata todo este ruido. A todos estos pájaros, los derechos humanos les importan un pepino. El país, también.

 

Teodoro Boot

 

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