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Desde aquel balcón

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RECUERDOS Y OMISIONES EN TORNO AL 17 DE OCTUBRE DE 1943
RECUERDOS Y OMISIONES EN TORNO AL 17 DE OCTUBRE DE 1943

    Este viernes se cumplen exactamente 63 años desde que el entonces coronel Juan Domingo Perón se dirigió a su gente desde ese mítico balcón de la Rosada, comenzando una historia de pasiones y odios que continúan hasta hoy. La Segunda Guerra Mundial había concluido apenas un mes antes, el 2 de septiembre con la rendición del Japón y la Guerra Fría dividía al orbe en dos bloques supuestamente antagónicos. También colapsó con la contienda la supremacía comercial británica a la cual nuestro país estaba adscripta, desde un siglo atrás. Por ende, era necesario hallar una nueva concepción político económica que reemplazara el añoso esquema liberal embretado con la producción de materias primas para el mercado británico.

 

    De suyo que esto no se iba a lograr mediante el esquema conservador imperante, demasiado anquilosado en el poder como para advertir los profundos cambios operados en el Viejo Continente, en ruinas por la contienda finalizada recientemente, acechado por las ambiciones territoriales de Stalin y con unos EEUU embriagados por la victoria obtenida en todos los órdenes.

    Perón fue más que un oportunista, fue un visionario bien situado en el aquí y el ahora de su época. Supo ver lo que los demás no fueron capaces de advertir. Se le puede achacar a sus gobiernos, sobre todo el primero, algunos excesos autoritarios y dictatoriales, pero también es dable reconocerle una cosmovisión amplísima de la política vernácula, como la del exterior. Si bien cometió un error de cálculo al suponer que el enfrentamiento en Corea (1950-53) iba a derivar en la Tercera Guerra Mundial, en ese existieron algunas razones de peso ocultas hasta estos días como para suponer que no estaba tan errado.

    Por eso, sin temor a errarle demasiado, se puede inferir que fue un hombre de su tiempo que estuvo en el momento y en el lugar indicado.


¿Multifacético o monolítico?

    Cuando estaba exiliado en España, en la madrileña residencia de Puerta de Hierro, se divertía haciendo digresiones acerca de acerca de lo variopinto que era el movimiento nacional justicialista, su creación que lo trascendería a su muerte el 1° de julio de 1974. Decía con toda certeza, y una sonrisa pícara, que allí coexistían “ortodoxos y heterodoxos”, hasta ese momento en forma pacífica. Corrían los duros tiempos de la resistencia, y la lucha contra el enemigo común (los gorilas) en gran modo obturaban las diferencias de peso entre ellos, que luego las zanjarían a balazo limpio. El mismo había evolucionado hacia posiciones más de centroderecha, se convirtió en un “león herbívoro” capaz de llegar a un acuerdo con su antiguo enemigo Pedro Eugenio Aramburu, para dar al traste al proyecto cesarista del Franco de carnaval Juan Carlos Onganía. Y su posterior asesinato a manos de sus agentes, camuflados como montoneros, abriría otro camino que es ya historia archiconocida.

    Por eso, el Perón descarnado de 1973 retorna a una Argentina al borde de la fragmentación civil e institucional. Rodeada de países vecinos con gobiernos de facto, el viejo general rápidamente vislumbró que a su deceso su país caería bajo la égida de los pretorianos de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Ayudados en gran medida, sin duda alguna, por muchos que ostentaban su nombre en la iracunda balacera.

    Luego de su deceso, su vida María Estela Martínez Isabelita derechizó al gobierno junto con su ladero José López Rega El Brujo hasta límites inauditos, provocando el terreno fértil para el golpe de Estado que sobrevendría el 24 de marzo de 1976.

    Presa en el sur primero y luego exiliada en España, siguió con sus trece hasta constituirse en el mascarón de proa de la derrota contundente en las elecciones del 30 de octubre de 1983, frente al radicalismo cambiado de Raúl Alfonsín. Este batacazo necesario le dio pie al histórico dirigente Antonio Cafiero para plantear más que un lavado de cara del justicialismo, la renovación peronista, para reinsertarlo y actualizarlo de cara a una Argentina que había cambiado para siempre. Pero su lucha denodada se vio obturada por la derrota en las internas de julio de 1988, y tuvo que resignar la candidatura a presidente ante el riojano Carlos Menem.

    Este, asumiendo antes de tiempo a causa de un golpe de mercado que eyectó al aludido líder radical de la presidencia en julio del año siguiente, vulneró hasta el tuétanos los principios generados en ese memorable balcón, a tal punto que al concluir su larga década en el poder en 1999, si hubiera resucitado el emblemático Perón, seguramente habría fallecido de un paro cardíaco al ver semejante desguace de su obra.

    Actualmente, fragmentado, dividido y pugnando por reencontrar su esencia perdida en la larga noche de los 90, el justicialismo bajo la conducción de Néstor Kirchner es una triste caricatura vacía de contenido, acosada por innumerables contradicciones y añorando esos tiempos febriles en que se confundió con el sentir de la mayoría muchas veces postergada.

Fernando Paolella

 

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