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Sube a nacer, hermano

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YA NADA SERÁ LO MISMO
YA NADA SERÁ LO MISMO

"Uno escribe en el viento: ¿para qué las palabras? / Árbol, árbol oscuro. El mar arroja lejos / a los pescados muertos. Que lean a los otros. / A mí con mis raíces. // Con mi pueblo de pobres. Me imagino a mi padre / colgado de mis pies y a mi abuelo colgado / de los pies de mi padre. Porque el minero / es uno, y además venceremos. // Venceremos. El mundo se hace con sangre. Iremos / con las tablas al hombro. Y el fusil. Una casa / para América hermosa. Una casa, una casa. / Todos somos obreros". Gonzalo Rojas

 

Chile es un país de grandes tragedias naturales y también de feroces luchas entre sus clases sociales. Fue un país singularmente solidario, de asilo, como pocos en el mundo, y su gente disfrutaba de todas las libertades posibles. La historia no desmiente mis palabras, país difícil, sus grandes riquezas están en las entrañas de la tierra o en su mar Pacífico, rico, vasto, agitado y a veces borrascoso. Tierra fértil, desértica, desmembrada. Todo ya es un lugar común, como los más grandes terremotos del planeta, que suelen quebrar el delgado espinazo de la geografía, el cuerpo de Chile. Nada nuevo bajo el sol de su espléndida y loca geografía.

Chile no es el mismo y el mundo tampoco. La naturaleza sigue devastando de Norte a Sur, como en los primeros tiempos, al último país, delgado hilo de acero y seda del Cono Sur.

En las últimas dos décadas ha gozado de una poco común estabilidad social y económica, con el gran lunar negro y vergonzoso conflicto Mapuche. Este esfuerzo por los mineros, debe repetirse por el pueblo originario e integrarlo con plenos derechos a la nación.

Sin duda, como en cualquier parte del mundo, es la gente del pueblo, los trabajadores, los más humildes y desamparados de siempre, los que sufren el impacto de las grandes tragedias y crisis de los países. En Chile este hecho tampoco es noticia, ni es nuevo. No somos innovadores en la injusticia social. La tragedia ha recorrido la República en distintas épocas y ha zumbado como un gran avispero en la conciencia nacional. América Latina no es distinta.

La irresponsabilidad, por grave incumplimiento de las normas de seguridad por parte de los dueños de la mina San José, en Copiapó, 800 kilómetros al Norte de Santiago, sepultó a 33 mineros durante 17 días sin que nadie supiera de sus vidas, a 622 metros de la superficie de la tierra. La mina es subterránea y el reglamento les obliga a tener dos vías de acceso. No fue así. Se trata además de una mina con historial de accidentes y está claramente sobre explotada, lo que la transforma en trampa de muerte.

 Cuando se hizo contacto con los mineros, se abrió una puerta hacia un posible rescate, que dejó en claro que sería una tarea titánica, por la inédita. Han transcurrido 69 días, todo el mundo sabe lo que ha ocurrido en la mina San José, el poder mediático del gobierno de Chile, los medios, el carácter epopéyico del hecho noticioso ha movido las cámaras del mundo hacia la zona desértica y no hay rincón del planeta que no esté enterado de los 32 mineros chilenos y del boliviano, que salvaron sus vidas milagrosamente y se encuentran a la espera de su inminente rescate.

El sacrificio de estos corajudos mineros, que se han mantenido firmes, unidos, solidarios, organizados, debe tocar, en primer lugar, la conciencia de los empresarios sobre su responsabilidad laboral, social, y también del gobierno, para que se cumplan las leyes. Que verdaderamente sea una lección para todos y que de esta tragedia, surjan correctivos para la minería, cuyos riesgos son innegables para sus trabajadores y todos sabemos que ese sector sigue siendo en buena medida el sueldo de Chile.

La tierra es generosa, por dura que sea, pero nadie puede jugar con ella y la naturaleza humana tiende a olvidarse que existen reglas que deben cumplirse, si no se quiere enfrentar este tipo de vicisitudes, que bien pudieron costar la vida a estos trabajadores.

Para los mineros, llevar el pan a sus hijos, educación, un mejor porvenir a la familia, y alguna seguridad, es una tarea de riesgo, inclusive en las mejores condiciones. La historia de la minería mundial está plagada de accidentes fatales, algunos mineros han logrado sobrevivir, pero la suerte no siempre juega del lado de esta fatalidad que se llama irresponsabilidad empresarial.

Podemos sentirnos orgullosos de la solidaridad entre chilenos y a nivel mundial, porque se han usado todas las tecnologías y conocimientos para que el rescate sea exitoso, pero nos sentiremos mucho más, si se piensa verdaderamente en la gente de ahora en adelante. Las inversiones de la minería en los próximos cinco años, están estimadas en el orden de los 10 mil millones de dólares. Chile es el primer exportador mundial de cobre. No son datos baladíes. Existe una tradición. Los mineros lo están demostrando.

Sin duda Copiapó entró en la geografía mundial desde el primer minuto de derrumbe de la mina, ya que están cubriendo esta odisea unos 1600 periodistas de todas partes del mundo. Alguien ya la calificó la noticia del año. Chile se ha anotado en el dudoso calendario del éxito noticioso con dos tragedias el 2010. La otra fue el terremoto de 8.8, con una duración de tres minutos acompañado de un maremoto, que afectó a Santiago, la zona Central y la región costera centro sur del país austral. Aún sigue temblando y de hecho, ayer hubo varios movimientos telúricos de Norte a Sur.

Ante estos eventos, nos queda el premonitorio verso nerudiano en Machu Picchu: "Piedra en la piedra, el hombre, ¿dónde estuvo? Los mineros han tenido 69 largas noches de piedra y oscuridad. Han vivido con la luz de un cine. Son las personas que más tiempo han permanecido bajo tierra y en profundidades desconocidas para un ser humano, aplastados por toneladas de rocas aparentemente insalvables.

Chile recibió decenas de propuestas, planes, para rescatar a los mineros, algunos con notable ingenio innovador. Finalmente las autoridades y los expertos decidieron por un Plan A, al que se sumó el siempre misterioso Plan B, el que se hace viable si falla el primero y un tercer Plan C, por las dudas. Tres máquinas distintas para un sólo objetivo, abrir un ducto en la impenetrable, profunda, consistente roca, para llegar a los mineros. Al principio se canalizó por la roca una sonda con los primeros auxilios, alimentos, información en dos vías, desde la superficie y del interior de la mina hacia arriba para saber la situación real de los mineros. Se mantuvo ese plan de información y retroalimentación. El Plan A avanzaba, pero lentamente. Hasta que llegó la poderosa perforadora, la T-130, un gigante ya probado en otras faenas de ciertas dificultades. Fue la solución, hizo el ducto ayer, a un costo de más de 20 martillos principales destruidos. La roca cuando dice que no, pareciera que es no. Es dura y silenciosa, aguanta, hasta que cede. Es la montaña de ese desierto de cerros de colores, sol brillante y de noches frías, con la camanchaca que humedece los huesos y cierra los cielos en la nocturnidad y amaneceres. Bajo ese paisaje desolado, 33 hombres acostumbrados a descender bajo la mina, han convivido con las entrañas de la tierra de manera abrupta, accidentada por un período prolongado (70 días) y hablan, se comunican con el mundo a través de un delgado ducto, con cartas, videos, palabras, palabras profundas.

Fue un 5 de agosto, a las 2 de la tarde, que la montaña les sepultó y solo 17 días después el mundo se enteró que estaban vivos en un refugio. “Estamos bien en el refugio los 33”, fue el mensaje que les hacía renacer desde las profundidades. Gracias a la vida, que me ha dado tanto...

Hasta que el Plan B cavó un hueco para salir y la cápsula Fénix, también número 2, comenzó a descender al filo de la medianoche del 12 de octubre. Ya había mil millones de personas en el mundo mirando la proeza de Atacama, tierra dura, desértica, minera. Y todo quedaría en manos del Plan B, tantas veces citado, no siempre necesario, pero latente. Esta vez fue su hora.

En la noche más mediática del desierto de Atacama, comenzó el rescate. Fue Florencio Ávalos, quien abrió la gran puerta de la montaña hacia la superficie y la historia. El primero de los mineros sepultados en salir a la superficie, cuyas edades oscilan entre 19 y 56 años. La cápsula Fénix, de 450 kilogramos, comenzó a viajar por el ducto después de una serie de ensayos, como si conociera los secretos de la agotada mina.

En uno de sus varios discursos, previo, durante y después de algún rescate, el presidente Sebastián Piñera, dijo, como si respondiera a las inquietudes del inicio de esta nota, que la seguridad será una tarea de su gobierno, no sólo en la minería, sino en la industria, pesca, construcción, agricultura. Que no se puede hablar de desarrollo si no hay protección al trabajador. Un compromiso, que el país espera, que no sean palabras ante el desierto y de Atacama, el más seco del planeta.

Al cierre de esta nota, se habían rescatado a cinco mineros y la operación ha sido impecable. Una noche estrellada, anunciaba los mejores augurios.

 

Rolando Gabrielli

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