En general vamos con mi familia a la playa desde temprano en la mañana, entre
las 7:30 y las 8 horas. Creemos que es la mejor hora por muchos motivos.
Primero: el sol no es peligroso sino a partir de las 10 de la
mañana, hora en que emprendemos el regreso.
Segundo: a primera hora nos encontramos generalmente con
gente mayor, puesto que la juventud normalmente está sufriendo "la
resaca" de la noche anterior. Entonces aprovechamos para conversar, caminar
por la orilla y disfrutar de una relajante calma.
Tercero: el mar está desierto de gente, lo cual permite
gozarlo a pleno. Cuando la playa comienza a poblarse, generalmente a partir de
las 10 de la mañana, nosotros ya estamos regresando a casa, distante 100 metros
de la playa. Entiendo la necesidad de disfrute por parte del turista, pero los
marplatenses tenemos otras costumbres, producto de los años que estamos
viviendo en esta ciudad balnearia.
La cuestión es que la suciedad que se esparce en la arena de
las Toscas, mi balneario desde hace más de 40 años, es absolutamente
irritante. Cada 20 metros existe un tanque de gran capacidad cortado en su parte
superior, que hace las veces de recipiente de residuos. No muchos, por lo visto,
hacen uso de él. A partir de las 8:30 un
par de operarios municipales pasan caminando y recogiendo botellas de plástico
y otros objetos. También los acompaña un tractor con acoplado cargado de
bolsas tipo consorcio repletas de basura.
Mientras caminamos con mis hijos por la orilla, vamos
levantando las botellas que se encuentran tiradas y las ponemos en los tachos.
Es una triste cosecha de plásticos usados por quienes consideran que la ciudad,
en su conjunto, está "al servicio" de sus placeres y dispuesta a
hacerse cargo de juntar sus descartados petates.
Seguramente hay muchos turistas que cumplen con el sano deber
de cuidar la limpieza. Y seguramente también ellos coincidirán conmigo en la
bronca que da convivir con la basura de otros.
Para el mugriento, no hay campaña que valga. Le importa un
bledo, y punto.
Gente...
Sin
el más mínimo afán de discriminar, como viejo marplatense vuelvo a observar
con desazón en el alma y bronca en el espíritu que el "turismo" que
nos visita es de una calidad humana que, realmente, deja mucho que desear. Se
puede apreciar con poco esfuerzo, que carecen de la más elemental educación al
momento de tener que arrojar un sencillo papel a un cesto de residuos. Ni que
hablar de botellas, restos de comida, envases plásticos, bolsas de
supermercado, marquillas de cigarrillos, envoltorios de caramelos, sombrillas
rotas y todo tipo de cosa que no les sirva o les incomode. Total, parecería que
la playa o la vía pública no es su responsabilidad.
Mi pueblo... mi mundo...
Nuestro planeta no está contaminado: lo estamos
contaminando. Todo cambia según el cristal con que se mira... Mientras no esté
roto y tirado en una cuneta.
La
tristeza me invade cuando voy caminando por las calles de Mar del Plata, mi
ciudad desde hace ya más de cuarenta y siete años. Miles y miles de turistas
la han “invadido y sus huellas son más que evidentes. Basta con ver los
cordones de las veredas. Las cunetas lucen una extraordinaria variedad de artículos
transformados en basura dignos de cualquier exposición de arte moderno.
No es por faltar el respeto a los artistas plásticos
-que no se me ofendan- pero
la gama de colores y formas es verdaderamente interesante.
Una prolija “desprolijidad” se apodera de los barrios considerados
“turísticos”, como el mío. ¿Qué quiero decir con esto? Pues,
simplemente, que es increíble la evidente promiscuidad de los visitantes en
cuanto a qué hacer con los restos de sus consumos. Los distribuyen
“parejito” sobre las veredas y el viento y la lluvia se encargan de
completar el trabajo. Ni que hablar
de las consecuencias lógicas de un día de tormenta: inundación
para todo el mundo. Las bocas
de tormenta se atragantan con tanto desperdicio y lo inevitable sucede:
nos tapa el agua.
Todos
se quejan... Incluidos los propios culpables. Es que la costumbre les ha hecho
perder la noción del bien y del mal. Según su inconsciente les dicta: -“Está
bien tirar basura a la calle... si todos lo hacen...” (¿¿!!)
Mal de muchos,
consuelo de tontos, lo que se dice...
La cuestión es que queja va, queja viene... la cosa no se
soluciona.
-“Todo
pasa por la educación...”,
opina una buena señora que me
observa al pasar mientras yo mantengo clavada mi vista en el pavimento sembrado
de un poco de todo... Y le volvemos a endosar
el cheque al sistema... Siempre la
culpa la tienen aquellos que no nos supieron orientar de chicos.
Pero, ¿qué
pasa cuando crecemos? ¿No nos damos cuenta de la estupidez que estamos
haciendo? ¿Todavía necesitamos a la “señorita” (refiriéndonos a la
maestra, claro) para que nos rete o nos premie?
Echarle las culpas al Sistema Educativo es una forma cómoda
de esquivar el bulto. Es no hacernos responsables de nuestros propios actos de
una buena vez. Es seguir sacando las culpas afuera... En definitiva, es no crecer...
No estoy intentando escribir un “Método para no tirar
Basura”. Sería sumar otro absurdo a la larga cadena que ya nos hemos formado
nosotros mismos con nuestros vicios y miedos.
No... No quiero ser mas “papista” que el Papa.
Pero siento mucha bronca...
Y para que no se nos oxide el alma, a la bronca hay que
cubrirla con un buen desoxidante de emociones.
No me sirve de nada parar por la calle a ese señor que tiró
el papelito del caramelo o el atado de cigarrillos vacío y recriminarle su
actitud. Lo más probable es que terminemos peleando como dos muchachones.
Porque nadie soporta que se le haga ver un error. Es como disminuirlo y
eso lo pone en guardia y se cierra. Conclusión: efecto contrario del buscado. Y
algún que otro magullón...
No... Nuevamente no.
Lo único que podemos hacer para cambiar la realidad es comenzar “por casa”.
Y esto de comenzar por casa no es
solamente clasificar la basura y/o mantener limpia la vereda. Recuerdo una frase
del doctor Deepak Chopra a propósito de lo que decimos: “En realidad, ser participante activo es lo que nos
salva de ser víctimas indefensas”
¿Hace
falta alguna aclaración?
Podríamos resumir todo a un cambio profundo de actitudes y
un “hacernos cargo” de nosotros mismos y de nuestros vicios y virtudes. Es
“sentirnos” culpables antes de
cometer el delito ecológico de
“tirar el papelito”. Es ocuparnos
de nosotros antes de preocuparnos por
los demás.
El consabido “retruque” de más de un analista enfocará
la cosa a que la gente hace, en definitiva, lo
que quiere... Y por más que nosotros intentemos dar un buen ejemplo, es más
que probable que nadie nos dé bolilla...
¿Y qué hay de nuestros hijos?
¿No
merecen ellos ver un cambio en sus padres? ¿No será posible que ese cambio en
nosotros, los adultos, se transforme en una actitud normal en nuestros
hijos?
Si esto fuera lo único que consiguiéramos, ya habría
valido la pena intentarlo, ¿no?...
Un participante activo
en su propia vida es aquel que ha decidido tomar las riendas y cambiar su rumbo,
aunque esto signifique (muchas veces) comenzar a quedarse solo frente a la
necedad y la ignorancia humana.
¿Ser o no ser... culpables?
Cambiar el parámetro del pensamiento y
orientarlo hacia la pura lógica contribuye a acercarnos a nuestra verdad. No sólo
se es culpable por acción: también es factible serlo por omisión.
Ya
conocemos la lógica en la interrelación de las especies. Es hora de descubrir
qué papel juega el ser humano en esta historia. Suena
un tanto disparatado, ¿no? ¿Cómo el ser humano, amo y señor del planeta, va
a dudar sobre su ubicación como especie? ¿Acaso él no está al tope de la pirámide
evolutiva? De no ser así, ¿en dónde debería entonces ubicarse? Ante
esta perspectiva, es menester que primen la humildad y el razonamiento.
Hasta
hoy se han establecido parámetros firmes -aunque
discutibles algunos- sobre la
evolución de las especies y su mutua existencia.
Es apasionante observar el ritmo de crecimiento en la Naturaleza y la
sinfonía de la Vida en desarrollo continuo.
Podemos determinar sencillamente los componentes bióticos de
cualquier ecosistema. Podemos criticar su destrucción parcial o total con
absoluto conocimiento de causa... y efecto. Pero, ¿podemos decir que formamos
parte de tal orden? La respuesta golpea con fuerza de verdad: seguimos
estando fuera de la definición de seres naturales.
Nos
hemos preocupado primero y ocupado después de conocer el entorno. Pero, nos
hemos olvidado de algo: de nosotros mismos como generadores de caos.
A
pesar que se han escrito kilómetros y kilómetros de frases alegóricas a la
contaminación, la destrucción del planeta y todo lo relacionado con el fin de
la vida en el planeta, parece que ha sido un esfuerzo en vano, puesto que la
cosa sigue tal cual en el rumbo fijado.
Sin
pretender ser pesimistas ni nada parecido, no podemos menos que sentirnos
impotentes ante semejante desatino vital. Parecería que la especie humana fuera
un “injerto” enfermizo en este planeta cuya característica primordial es el
orden de y en las cosas. Es indiscutible que nosotros
–los humanos- estamos rompiendo dicho orden “en pedacitos” desde hace
ya bastante tiempo.
Actuamos
mecánica y metódicamente como cómplices conscientes de la destrucción, pero
no movemos un dedo individual ni colectivamente.
Aquí
deseo hacer un paréntesis...
Es
bien sabido de la existencia de cientos de entidades ecologistas que luchan a
brazo partido contra la insensatez humana. Es un esfuerzo digno de resaltar y de
imitar. Pero -y lo digo como ecologista- no es suficiente para cambiar el
paradigma individual de la gente. Tal vez sea útil
-y el tiempo lo demostrará- como
un mecanismo de control global exclusivamente. Salvo cuando se proyectan charlas
en escuelas –los
chicos son quienes mejor entienden todo esto- o se dan conferencias especializadas en el cambio individual
-pensamiento ecosófico- los
demás objetivos siempre corresponden a una lucha dirigida a un cambio
global. Tal vez esto tenga origen en la necesidad de solucionar los
problemas ya existentes y evitar que se agraven y se pierda el control
definitivamente... Suena lógico... más bien Ecológico...
Nuestra
propuesta ECOSÓFICA parte de la base de que se
necesita un nuevo frente de lucha contra la insensatez, y no es otro que la conciencia
individual.
Atención...
Muchos ecologistas pueden sentirse ofendidos con esta aseveración, puesto que
me dirán: “nosotros también apuntamos
a la conciencia individual”. No lo dudo, puesto que siempre se supone que
estamos hablando de personas... Pero, a donde apunto con esta teoría ecosófica es a que si no se intenta dar herramientas para
el cambio individual profundo, ese
que debe producirse en lo más interno
de cada ser humano y enraizarse en su conciencia, siempre estaremos a merced de
la costumbre colectiva, esa que nos indica que: “¿si todos lo hacen, porqué voy a ser el único que no lo haga?”
Resumiendo: el verdadero cambio debe venir de
adentro hacia fuera y no a la inversa, como se ha venido haciendo hasta
ahora. Por más que hagamos manifestaciones multitudinarias, lo más probable es
que una vez concluidas, los barrenderos tengan un mayor trabajo al día
siguiente.
En
fin... Me duele por todos. Por los conscientes y también por los inconscientes,
que fundamentan su felicidad en la molestia a los otros.
Julio Archet