Por ningún lado acierta Fuguet cuando
se refiere a la novela, su masividad y los supuestos cambios de la prensa y
actitudes de los lectores frente al género.
Antes que concluyera el siglo XX, la literatura vivía su
mundo de pasarela, la encantadora banalidad mediática, el clásico paseo de
los huerfanitos sin rumbo conocido y alegría de un sólo día.
Los llamados escritores light ya se habían instalado con
sus toldas en el mundo mediático y el show estaba en pleno apogeo. En cada época
ocurrieron situaciones baladíes, pero no como ahora, que son la sal y la
pimienta.
La narrativa no ha sido el plato fuerte de la literatura
chilena, salvo honrosas excepciones. Nuestros vecinos, Argentina, sobre todo,
y Perú, cuentan con más historia en la prosa, aunque Chile en los últimos años
ha marcado puntos en la taquilla internacional.
La literatura es un fenómeno comercial, los premios de las
grandes casas internacionales están acomodados a la venta, y no se premia la
literatura por la literatura.
Juan Carlos Onetti nunca figuró en el boom, ni ahora suena
ni truena, nadie lo menciona, y todos sabemos, sus lectores, que es un clásico,
referente, pero los "grandes narradores de hoy", prefieren morderse
su cola de fantasías menores, contarse historias descafeinadas, llenas de
música falsa, plásticas, depositarias del lugar común del impacto, la vieja
cachetada del payaso.
La literatura ha pasado a ocupar el lugar de la danza, dice
Fuguet, entre otras cosas. Si la estupidez danzara, tendríamos grandes
bailarines. Nuestro crítico visionario de marras, se pregunta qué es
literatura y es una buena tarea para los snob, feroces nietos de
dinosaurios, angelitos de Lucifer, astronautas del Paseo Ahumada, comejenes
del Arte sin parte.
Pareciera que después del Apagón, vino el Diluvio. Ha
llovido banalidad, tontería.
Sucedió algo cósmico, revela Fuguet, y adelanta que
él se percató del cambio de siglo. En verdad, todo es más bien cómico.
La literatura no tiene paradero fijo, en especial la
novela, sí, editores mercachifles, adoradores del mercado fácil, patronos de
la tipografía escogida. Los cautivos son los lectores, que reciben estas
golosinas amargas, vencidas por el tiempo.
No hay placer para el lector, sino sacrificio. Se le
entrega una mercancía de tercera y se le apunta con el dedo: lee, gran
castrado. Lectores eunucos. Lectores bajo el termómetro de la estupidez. Ni
Robinson Crusoe aceptó una isla por cárcel.
"Antes", nos ilumina Fuguet, "leía
gente que no estaba interesada en los libros; ahora, lee la gente que le
interesa - o necesita- leer".
¿Y por qué leía? ¿Eran masoquistas? La literatura hoy
es una necesidad, un bien material, un objeto de consumo para satisfacer un
nuevo espíritu material del mercado: las páginas doaradas de los Best
Seller? Lector macho, lector hembra, dijo Cortázar. ¿Lector de mierda,
ahora?
Lo masivo, ahora es masivo, añade Fuguet. ¿Antes
era pasivo, nocivo?
Así podríamos seguir hasta la eternidad más uno.
La novela se defiende como gato de espalda, igual que la
poesía, en este desierto de voces muertas.
¿Libros para ser cagados por moscas? ¿O libros para ser
abrazados en la noches? ¿Libros celofanes, enguantados o de contenido?
Nunca como ahora el papel había aguantado tanta tinta inútil.
Los árboles debieran formar parte de la defensa de los Derechos Humanos.
Los medios masivos se aburrieron de los libros porque no
son tema para ellos, concluye Fuguet, con una frase de grandes ligas en
la estupidez universal de las afirmaciones banales, como los medios mediáticos
de información.
Rolando Gabrielli