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LA CASA DE LOS MUERTOS

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DOSTOIEVSKI NOS CONMUEVE UNA VEZ MÁS 
DOSTOIEVSKI NOS CONMUEVE UNA VEZ MÁS 

   "Pero he aquí que estamos en plena noche. Yo me estremezco y me despierto bruscamente. En el catre el viejo ora siempre y orará hasta la aurora. Alí descansa dulcemente a mi lado. Habla con sus hermanos sobre el teatro y ríe entre sueños. A mi pesar contemplo su apacible rostro de adolescente. Poco a poco me represento en mi espíritu todo lo sucedido; yo paso revista a los últimos días, a las fiestas, y me imagino los meses transcurridos. Lleno de horror levanto la cabeza, y miro a los que duermen, mis camaradas, a la luz temblorosa del candil del recinto. Yo contemplo sus caras pálidas, sus lechos miserables, su desnudez y su miseria allí de manifiesto; yo los miro para asegurarme bien de que no se trata de un sueño abominable, sino de la realidad. Sí, la realidad. Se oye un quejido, alguien mueve pesadamente su brazo, sacude su cadena. Un preso se sobresalta y se pone a refunfuñar en tanto que el anciano sigue en el camastro por todos 'los cristianos ortodoxos'; yo oigo las palabras de su oración pronunciadas lentamente, dulcemente, con mesura: '¡Señor, Dios mío, tened piedad de mí...'
    '¡Yo no permaneceré aquí siempre -me dije-; sólo estoy aquí por varios años!' Y dejé caer mi cabeza sobre la almohada."

Capítulo XI. El espectáculo. 

 

FEDOR DOSTOIEVSKI

   Esta novela sobre el presidio de su protagonista, es un fresco del propio Dostoievski, por sus actividades de agitación anarquista. Había sido condenado a muerte, pero a último minuto le conmutaron la pena por trabajos forzados. Relato impresionante, humanísimo, de una sensibilidad y un sentido de la observación extraordinario en las letras universales. El sufrimiento casi ilimitado, la rufianería, el maltrato de los Mayores, entonces dantesco; esos presos cargaban sus vidas engrilletados y había algunos encadenados a los muros por años y años, y así, en esa miseria infrahumana, el escritor ruso les nombra los ‘seres más maravillosos’ y se pregunta, medita sobre el sentido religioso -que tuvo el autor- el ansia de esperanza y salvación no tan sólo celestial sino terrena, imaginando, ya en esa época momentos de libertad y derechos humanos y un mundo de hombres libres. El nombre de la historia original como ‘Recuerdos de la casa de los muertos’, tuvo un subtítulo: ‘El sepulcro de los vivos’, debido a que el encierro es un infierno, donde los seres humanos pierden su capacidad de auto decidir lo más nimio, son esclavos del Estado y de la ley, -que siempre es una opinión de grupos dominantes- y viven sus condenas como personas carentes de poder, muertos cívicos. Hay capítulos que pueden estremecer al más vil sujeto, como el del hospital, la idealización de la libertad cuando se pierde, las primeras impresiones a la llegada a la prisión, los amigos, los desprecios, los grupos que se forman, los delatores, los granujas, los soberbios, los fanfarrones, los chismosos, los abusadores de todo tipo, el imperio del odio en algunos, quienes someten y la astucia de otros, y la inteligencia y la capacidad de soñar. El arte mismo, donde los actores, a escondidas representaban obras de teatro alusivas a su condición, analizando que siempre el ingenio es la forma más natural al espíritu y su liberación. Sobre la libertad dice el autor: ‘Yo noté, que gracias a continuas privaciones y a nuestra predisposición al ensueño, la libertad nos parecía, vista desde dentro de la fortaleza, más libre que la verdadera, más libre que la libertad tangible y real. Los presidiarios la veían demasiado hermosa, cosa natural en todo prisionero. Cualquier asistente andrajoso se nos antojaba un rey, el ideal casi del hombre libre, sencillamente porque iba adónde quería, sin grilletes, sin escolta y sin llevar la cabeza afeitada.’ ‘¡Yo me veía contando los miles de días que me quedaban aún! ¡Señor, cuánto tiempo hacía de esto!’ ‘¡Y cuánta juventud enterrada dentro de esas murallas, qué de fuerzas inutilizadas, perdidas aquí sin provecho para nadie!’
    También encuentra que la única posibilidad de libertad para el hombre en la cárcel son los libros. ‘Era como un mensajero del otro mundo, del mundo libre.’
    De la misma manera, está comentada la cuestión del escape y la libertad definitiva.
    Evidencia esta obra que no hay mundos despreciables para un autor, si es capaz de crear una fascinación y un espacio único. En esto consiste precisamente el genio de las letras.
    Escrito como una crónica de encierro, se sienten vivos todos los personajes, atravesados por el temblor de la vida misma, atrapados en una lógica diferente, pero humana, dando en esa reducción aparentemente pobre, mísera, la mirada de universalidad eterna. El tema de Fedor Dostoievski fue el ser humano, visto en sus más íntimas y reveladoras manifestaciones. Hemos señalado antes que el hombre es uno siempre, y se comprueba leyendo desde lo antiguo a lo actual. Perversidad ha habido toda la existencia, amor, amistad, grupos de intereses comunes, solidaridad, egoísmo, soberbia, pedantería, generosidad, simpatía, alegría, hasta el más miserable ser es capaz de sonreír o hasta el mayor prepotente de llegar a llorar. La forma de vida no es sin embargo perpetua, la dinámica social hace que los que ayer fueron príncipes sean mañana mendigos. Eso no es nada nuevo. Pero somos los hombres complejos y simples a un tiempo. Quienes han observado detenidamente calzaron sus rasgos. Quien conozca al ser humano podrá predecirlo, nunca cambiarlo. Hoy la moderna ciencia psiquiátrica logra modificar comportamientos, pero no logra terminar con un prototipo, pudiendo atenuar los caracteres pero no borrarlos. La realidad es fantástica, podríamos afirmar en antífrasis, y fue el motivo inmenso que dio vida a los personajes de nuestro escritor ruso. La penetración psicológica, demostrada en esta novela, como en todas las demás, se constituyeron en verdaderos tratados sobre el individuo, insoslayables para cualquier facultativo que se precie de serio y responsable. Fiodor, siempre se movió en las esencias, quiso ser un autor realista pero sus personajes sueñan, sueñan como los presos de esta obra con la libertad, como niños dulzones, con nostalgia, con delicadeza de un regalo que les llegara de las alturas o de la tierra de los hombres, de los hombres libres, la emancipación, la libertad que no ha podido ser definida tal vez como el aire que pasa entre los dedos, se filtra por nuestras venas y lleva la vida a volar. Para un soñador no hay cárcel alguna capaz de subyugarlo, las esperanzas son eternas y quien se rinde es persona muerta. En esto, tal vez, consista el gran secreto de nuestra existencia. Y no hay modo más exacto que dé forma a los ensueños como el arte, que nos convierte en críos indestructibles.
    Es dable para la gente libre imaginar, así mismo lo que significa ser arrancados de la sociedad en la que se mueve casi a su antojo, para estar confinado de un instante a otro, en presidiario, la línea es muy débil, y podríamos chancear con justeza de que ‘nadie es libre’, todos estamos presos, de uno u otro modo en el mundo, en las leyes, en las convenciones, en los compromisos, somos una gran fortaleza, una casa al fin y al cabo ‘muerta’, como dice el genio ruso, pero que gracias a esta capacidad de evadirnos de la realidad, podemos convertir en un ‘palacio’, todo porque hemos columbrado mundos ideales, cada uno con su anhelo. Con esta cualidad de dar descanso a nuestros sufrimientos, podemos olvidar que llevamos grilletes, de cualquier tipo, económicos, políticos, en fin. En nuestro Chile, las ansias de libertad fueron las que sin desmayo nos sacaron a la democracia, y en los años de dictadura mantuvieron en nuestros corazones y almas el fuego con que alimentamos la patria para conseguirla. Nada es perfecto, podemos seguir soñando, hay otros mundos que alcanzar. Tal vez los jóvenes de hoy tengan otros anhelos, ya ‘libres’, nacidos libres y tengan distintos miedos, pero nunca el ser humano bondadoso ha temido a la libertad.
    Sobre la que llama ‘filosofía del crimen’, sostiene el autor que ‘es más complicada de lo que se cree’. Y agrega: ‘El presidio, los trabajos forzados no redimen al criminal; lo castigan buenamente y garantizan a la sociedad contra los atentados que pudiera cometer todavía. El presidio, los trabajos más penosos, sólo desarrollan en el criminal el odio, la sed de los placeres prohibidos y una indiferencia espantosa. Por otra parte, estoy convencido de que la finalidad del famoso sistema celular es equivocado y aparente. Seca la savia vital del individuo, lo debilita, lo asusta, y después lo presenta como modelo de redención, de arrepentimiento, a una momia moralmente desecada y medio loca.’ Sin embargo, medita ya entonces en la posibilidad de los fenómenos ‘de defecto orgánico, de una monstruosidad física y moral’, lo que hoy llamaos psicópatas criminales. Para quienes la cárcel no es ‘remedio’. Respecto a quienes predican, comenta el autor sobre el caso de ‘un preso que había dado pruebas, durante los años de presidio, de una docilidad ejemplar. Casi nunca hablaba con nadie. Se le había tomado por un simple de espíritu. Era un gran lector de la Biblia, y leía incesantemente, día y noche, el libro sagrado’. No obstante fue de los que intentó matar al mayor, repentinamente, lleno de cólera.
    Sobre los castigos, reflexiona en la desigualdad para crímenes similares. Y pone ejemplos: ‘Uno que ha matado a un pobre miserable por nada, por una cebolla. ¡Una cebolla vale un kopek! ¡Cien almas valen cien cebollas! ¡Y cien cebollas hacen un rublo! El otro ha matado a un libertino tiránico para salvar el honor de su prometida, de su hermana, de su hija. Este otro siervo fugitivo, muerto de hambre quizás, ha matado a uno de los policías lanzados en masa en su persecución y lo ha hecho en defensa de su libertad y de su vida. Aquel ha estrangulado por placer a una criatura, encuentra satisfacción en sentir su sangre caliente correr por sus manos, y se regocija del espasmo y del último suspiro de los niños estrangulados. ¡Por tanto, todos ellos sufren la misma pena! Hay variedad en la duración de los castigos, pero supone poco en relación a la diversidad misma de la clase del crimen. Hay tantas diferencias como caracteres.’ Y sobre las consecuencias del castigo, manifiesta: ‘Tal condenado se consume, se agota como el aceite en candil; otro llega a convencerse de que hasta ese instante ignoraba que existiera una vida tan alegre, un círculo tan agradable de audaces despreocupados, pues en presidio se encuentran gentes de esta clase. Tal detenido, hombre culto, presa de los remordimientos de su fina consciencia, de las torturas de un remordimiento moral, ante el que palidece cualquier otro castigo, formula sobre su crimen un juicio mucho más implacable que pudiera hacerlo la ley más severa. Y, a su lado, otro no piensa ni un segundo, durante toda su detención, en la fechoría que cometió; hasta estima haber procedido bien. Algunos llegan incluso a cometer un crimen expresamente, para librarse de una existencia infinitamente más penosa. En libertad, estos desgraciados viven quizás peor, nunca sacian el hambre, trabajan para un patrón de sol a sol. En presidio la labor es menos ruda, el pan más abundante y de mejor calidad, se come carne el domingo y días de fiesta, se reciben limosnas y hasta pueden lograrse algunas monedas. ¡Y qué sociedad! Gentes avispadas, malignas hasta en sus más íntimos rincones. Un desventurado así considerará a sus camaradas con una admiración respetuosa. ¡Como jamás vio hombres semejantes, los tendrá por la crema de la humanidad!… ¿Puede imponerse idéntico castigo a seres tan desemejantes? ¡Pero a qué ocuparse de cuestiones insolubles! ¡El tambor suena y hay que volver al encierro!’

Mauricio Otero

 

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