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Cornelio Saavedra: el presidente de la Junta

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"Hermanos, lo que hacemos en vida resuena en la eternidad" (Gladiador 2000)
“Hermanos, lo que hacemos en vida resuena en la eternidad” (Gladiador 2000)

Nacido en Potosí, el 20 de febrero de 1761, hijo de don Santiago Felipe de Saavedra, oriundo de Buenos Aires, y de doña María Teresa Rodríguez de Güiraldes, don Cornelio Saavedra llegó a la edad de ocho años a la capital del virreinato. Alumno de la segunda enseñanza en el Colegio Real de San Carlos, en 1799 aprobó los exámenes generales de Filosofía.

 

Siendo regidor del Cabildo, en 1799 se opuso a la formación en esta ciudad de corporaciones gremiales, al modo de las del medioevo, que se proponían con privilegios para los españoles europeos. Sus puntos de vista fueron aceptados por la mayoría de los cabildantes, poco antes dispuestos a autorizar aquella comunidad cerrada, iniciado el ensayo con los zapateros.

Alcalde de segundo voto en 1801 y administrador de granos en 1805, al formarse los cuerpos urbanos en 1806 para defender a la capital contra los invasores ingleses, entró en él de Patricios, cuyos componentes lo proclamaron su comandante. Reveló allí sus dotes de organizador militar. En los combates de 1807, estuvo al frente de sus tropas y fue así que el 4 de julio de ese año intervino personalmente en el apresamiento del teniente coronel Cadogan, junto con numerosos soldados y oficiales británicos, en la azotea de la casa denominada de la Virreina Viuda.

Confirmado en su cargo luego de la victoria, el 1° de enero de 1809, fue decisiva su actitud para ahogar la conspiración hispana que pretendía deponer a Liniers y paralizar los movimientos del pueblo hacia la obtención de su soberanía y la implantación de una democracia. Su decisión fortaleció el ánimo del jefe de la Reconquista y, al desplegar en la plaza sus batallones, enfrentándolos con los de peninsulares, ordenó, puede decirse, la primera carga de la guerra por la independencia.

Voz de orden fue asimismo la suya cuando el 13 de mayo de 1810 le comunicaron en casa de Viamonte, en San Isidro, a la que había acudido llamado por los gestores de la revolución que Bonaparte acababa de entrar en Sevilla. Ya es tiempo de obrar, dijo resueltamente.

Fue Cornelio Saavedra quién le anunció al virrey Cisneros, el 19 del mismo mes, que habiendo caducado el gobierno español el pueblo debía proveer a su propia seguridad. Seis días después fue elegido presidente de la Primera Junta. El movimiento emancipador buscaba en sus manos el primer comando para la responsabilidad de su destino.

Comprendió Saavedra que la revolución debía rebasar el hecho municipal de su origen y dispuso resueltamente las expediciones al Alto Perú, al Paraguay y a la Banda Oriental. Reprimió con el castigo terrible del fusilamiento la rebelión de Cruz Alta, tomó seguridades con la deportación de Cisneros y otras autoridades peninsulares que habían caducado en Buenos Aires, dispuso la incorporación de los diputados provinciales al gobierno ejecutivo y provocó con ello, aunque sin proponérselo, -tal como lo declaró más tarde en sus memorias- la rebelión de abril de 1811, que profundizó las distancias entre saavedristas y morenistas.

Producido el desastre de Huaqui, abandonó la ciudad para ponerse al mando de los ejércitos. Cuando se hallaba en Salta, el 26 de agosto de 1811, recibió la comunicación de que había cesado en el gobierno. Entregó el mando militar a Juan Martín de Pueyrredón. Fue luego objeto de una campaña adversa, en la que se le reprochaban aspiraciones a convertir a la princesa Carlota en soberana rioplatense.

Poco más tarde se le inició juicio, en el que no pudo defenderse por no hallar abogado que lo representase. Estaba entonces en San Juan, donde conoció la noticia de que la Asamblea lo obligaba a expatriarse por su intervención en los sucesos de abril de 1811.

Refugiado en Chile, recruzó la cordillera tras la derrota de Rancagua y más adelante fue repuesto en sus empleos militares, interviniendo en diversas acciones de las luchas intestinas. En 1822 volvió a la vida privada, ofreciendo sus servicios, no obstante su avanzada edad, al producirse la guerra contra el Brasil.

Murió a la edad de 70 años, el 29 de marzo de 1829. Su fin pasó inadvertido, pero la eternidad era suya…

 

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