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A SEIS AÑOS: VENCEDORES VENCIDOS

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DEL "QUE SE VAYAN" TODOS AL "NADIE SE VA"
DEL "QUE SE VAYAN" TODOS AL "NADIE SE VA"

    Hace exactamente 6 años, el gobierno timorato de Fernando De la Rúa saltaba por los aires, un poco por su ineficiencia en la gestión, y otro poco por una ayuda de la corporación política que facilitó que la cuestión terminara de la peor manera. Pero acariciando lo áspero, esto bien se pudo evitar si el aludido hubiera manejado los asuntos gubernamentales con otra cintura política. Por ejemplo, haberse evitado la defección de Chacho Álvarez con motivo de la famosa "ley Banelco", en buen romance dejar investigar hasta las últimas consecuencias ese sonado caso de soborno que alumbró la fraudulenta ley laboral pedida por el FMI. Al no hacerlo, dejó "fisurar" la Alianza a finales de 2000 y pretendió dejar todo el paquete a pedir de boca del superministro Domingo Cavallo. Este, con su complejo cesarista, embretó a la sociedad en un callejón sin salida que desembocó en las elecciones de octubre de 2001, en las que se alzó con el primer puesto el voto bronca. Y para peor, ni él ni el entonces primer mandatario capitalizaron el batacazo, creyendo erróneamente que tenían oxígeno necesario para continuar como si nada. Además, el fracaso sonado del blindaje desembocó en la torpeza del corralito, hecho fundamental que los divorció de la clase media, su principal capital del triunfo en 1999.
    También es cierto que el peronismo, ignorando que el palazo de octubre fue además para ellos, olfateó el incendio en el aire y se propuso apagarlo con napalm. Existen indicios que señalan que muchos gobernadores de ese signo partidario, Kirchner incluido, dejaron hacer para que se pudriera todo y, cuando De la Rúa los convocó para integrar un gobierno de salvación nacional, se hicieron los otarios.


Que se vayan todos

    Los que se sublevaron en aquellas jornadas, no sólo lo hicieron por la medida cavallista puntualizada inicialmente, sino que también porque estaban repodridos de no ser escuchados por aquellos que se arrogaban ser sus representantes. En realidad, muchas veces eran sólo de sí mismos, y de sus ambiciones.
    No cabe en la cabeza de nadie cómo pudieron ignorar en bloque las acuciantes demandas evidenciadas en el resultado electoral de octubre, como tampoco no fueron capaces de prever lo que se avecinaba. Como tampoco, existiendo fuertes indicios que sindican a Eduardo Duhalde y a Carlos Ruckauf como motorizadores iniciales de los saqueos en el conurbano bonaerense, esto sería (como sucedió) detonante de algo mucho más tremendo. A todas luces, se les salió de madre el Frankestein que ellos habían creado.
    “La crisis de los años 2000-2002 fue una crisis sistémica e inédita, sea por la profundidad de la pobreza generalizada, por afectar al unísono todos los subsistemas de la relación Estado-sociedad (legitimidad, acumulación, integración, integración, identidad), o porque no reconocía garantes internos, partidos, movimientos dirigentes ni relatos a los cuales recurrir. Nos mostró una dirigencia que no estuvo a la altura de las circunstancias y una sociedad indiferente y distante, incapaz de hacerse cargo de su responsabilidad ante la crisis.
    Significó la ruptura de un modelo de inserción internacional que, en nombre de la modernización, provocó mayor exclusión, endeudamiento y mayor corrupción, desintegración social, política y cultural en nuestros países”, según la exacta visión del documento de trabajo de la X Jornada de Pastoral Social.
    Pues de acuerdo a esa situación de desocupación y pobreza extrema, producto del divorcio entre relación Estado-sociedad. Frente a tamaño desbarajuste, algunos vislumbraron la temible posibilidad de la intervención militar, no teniendo en cuenta si contaban con la absoluta obediencia de los mandos inferiores.
    Es totalmente certero que la corporación política (así como la periodística) no estuvo a la altura de las circunstancias, mirando su ombligo y no los ingentes reclamos de la sociedad.
    Por eso, la mayoría que se abstuvo de participar de los saqueos de aquel interminable miércoles 19 de diciembre, vio con desagrado a un De la Rúa desencajado que anunciaba el estado de sitio por la noche en cadena nacional, y el gesto de sacarse los anteojos en cámara provocó que más de uno esgrimiera una cacerola y saliera al balcón a putear. Y luego, a la calle, a la plaza del barrio, para confluir después en oleadas a Plaza de Mayo en un reclamo espontáneo y legítimo.
    Ahí tampoco entendieron el mensaje, y reaccionaron con una brutal represión que dejó un saldo de una treintena de muertos a tiros.
    Pero era el final, y llegó en la imagen de un helicóptero partiendo de la azotea de la Rosada en el cenit de la tarde del día siguiente.


El saldo

    Defenestrado Rodríguez Saá por quienes lo encumbraron, Duhalde se hizo cargo hasta que la masacre del 26 de junio de 2002 lo obligó a dar el salto hacia delante de las elecciones de mayo de 2003. En las mismas, su chirolita santacruceño Néstor Kirchner obtuvo el 22% de los sufragios en la segunda vuelta ante la defección de su contrincante Carlos Menem. El resto, es historia reciente y sería farragoso evocarlo en estas líneas, dada su continuidad en la figura de su esposa, la presidenta Kristina.
    Pero para cerrar este análisis, es preciso puntualizar una imagen que es el colofón de estos 6 años pasados. Una Plaza de Mayo semivacía el día de su asunción, el 10 de diciembre, plagada de aparato convocado en micro para vitorear alquiladamente a una mandataria bien metida dentro de un auto al que sólo se la veía cuando saludaba por la ventanilla. Mientras que el resto de la gente, seguía el acontecimiento por televisión como una muestra no sólo de desinterés sino de flagrante apatía, descontento y resignación.

 

Fernando Paolella

 

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