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PORRETTI VERSUS SPITZER

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DIFERENCIAS ENTRE PRIMER Y TERCER MUNDO
DIFERENCIAS ENTRE PRIMER Y TERCER MUNDO

Una de las viejas costumbres de

    Una de las viejas costumbres de los partidos, agrupaciones y/o gobiernos populistas —y de izquierda en especial— es la de crear enemigos en el caso de que no los haya.
    Estos enemigos, que por lo general se identifican con el capitalismo, las empresas multinacionales y una serie de países que supuestamente someten a la Argentina —encabezados por Inglaterra y el “imperio” EEUU— con el tiempo adquirieron una denominación común o generalizada. Entonces, cuando se hace referencia a estos "enemigos" de la Argentina se los denomina como “ellos”, aunque todos sabemos que cuando algunos pseudoprogresistas se refieren a “ellos” se refieren a EEUU. Sería interesante, entonces, ver cómo reaccionamos ante problemas parecidos “ellos” y nosotros.
    No haremos un detalle histórico o cronológico, ya que deberíamos comenzar desde la independencia de los EEUU, su inspiración emancipadora —no sólo de Hispanoamérica, sino además de la revolución francesa— y la sanción de la primera constitución y la consecuente democracia. Por eso, compararemos dos hechos recientes, la protesta del campo y, en especial, el caso Porretti.
    Realmente es muy difícil, en primer lugar, imaginarse que un gobierno del primer mundo tome decisiones como las que se toman en nuestro país, como la de aumentar el porcentaje de la retención a los granos al 44%, cuando todos sabemos que si esta cifra supera el 33% es "confiscatoria".
    También sería muy difícil creer que cualquier administración, incluso una tan paupérrima y lamentable como la de George Bush reaccione de manera tan agresiva con un sector que fue, es y será fundamental en el desarrollo económico de un país, como lo es el sector agropecuario.
    Debemos coincidir que estas son cuestiones culturales, y por más malo que sea un gobierno, sería muy difícil que tome una decisión tan desacertada y más difícil aún que prosiga con una postura tan intransigente al mejor estilo de una cuasi dictadura.
    Pero el mejor ejemplo que podemos mostrar de cómo funcionan las cosas para “ellos” y como funcionan para "nosotros", es haciendo una comparación entre la actitud del Intendente de Pinamar, Roberto Porretti, y el Gobernador del Estado de Nueva York, Eliot Spitzer.
    Hace algunas semanas, el jefe comuna neoyorquino fue descubierto tras haber utilizado los servicios de una prostituta. Más allá de la condena moral que se pueda emitir o no sobre este acto, el punto central es que en el estado de Nueva York la prostitución está terminantemente prohibida.
    El caso de Porreti es un tanto más complicado, ya que se lo acusa de extorsión, soborno y unas cuantas cosas más.
    Creo, en lo personal, que es mucho peor el delito que cometió el intendente de un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires que el que cometió el gobernador de uno de los Estados más importantes del país más relevante del mundo. En definitiva, el hecho de recurrir a los servicios de una prostituta es una cuestión personal, que no modifica su desempeño en la política. Lo censurable y cuestionable, es cierto, es que el gobernador haya sostenido toda su campaña sobre los valores morales y la familia, y este hecho se contradice con lo que él pregonaba.
    En cambio, lo hecho por Porreti, no resiste ningún atenuante, máxime, cuando todos pudimos ver lo ocurrido a través de una filmación televisiva.
    Esto no significa que entre "ellos" no haya gente mala, ni delincuentes o corruptos, de hecho los hay y muchos; lo notable es cómo se procedió en uno y otro caso.
    El gobernador de Nueva York, al salir a la luz el escándalo, renunció e hizo público el reconocimiento del error, pidiendo disculpas a su familia y en especial a quienes habían confiado en él y lo habían llevado a ese cargo a través de sus votos.
    En cambio, el intendente de Pinamar, no sólo jamás reconoció que había cometido un error y mucho menos un delito, sino que recurrió a todos los artilugios legales para evitar ser detenido, y jamás tuvo ninguna intención de renunciar a su puesto.
    En algunos países, especialmente en los que denominamos “ellos”, la condena social es muy grande, tan grande que obliga a políticos de importantes cargos a renunciar por hechos que en muchos casos son de índole "personal". En cambio, en países como el nuestro parecería que se premia al que es más “piola”, donde la persona que es atrapada con las manos en la masa siempre busca la mejor manera de “zafar”.
    ¿Será por eso que "ellos" están como están y "nosotros" estamos como estamos?

 

Pablo Dócimo

 

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