No anda a pilas, pero a veces quienes lo
pretenden movilizar deben utilizar unas cuantas, de esas que salen mucha
guita. En política, dícese de la argenta estructura partidaria de la que se
suele echar mano cuando las circunstancias lo requieren. Durante la primavera
alfonsinista, se lo disputaron con uñas y dientes tanto los noveles de
Renovación y Cambio y los delarruistas, en antológicas peleas que saturaban
los comités barriales. Ni que hablar de sus homólogos justicialistas, con la
sangre en el ojo luego de haber mordido el polvo en octubre de 1983. Con ese
espíritu, algunos visionarios plantearon que era imprescindible renovar las
estructuras o desaparecer. No todos lo entendieron así, sobre todo aquellos que
se hallaban cómodos en el venerable sitial del sinsentido. Cuando la renovación
por fin triunfó, y abrió canales de diálogo con el oficialismo, los que no se
resignaban a ingresar al museo de la Historia consiguieron parte del aparato
para subsistir y prepararon su retorno. Este llegó de la mano del oscilante
riojano Carlos Menem, izquierdista y conservador cuando le convenía, pero con la
suficiente habilidad como para captar a aquellos desclasados resentidos hasta el
tuétano.
En su largo decenio vacío de contenido al movimiento fundado
por Juan Perón, convirtiéndolo en un dócil mamut que no hizo nada mientras las
conquistas sociales se hacían humo. El aparato era convocado para solamente
brindar consistencia al latrocinio nacional, que no sabía si seguía manteniendo
el folklore peronista o se tornaba primermundista.
Los dos Carlos
Durante esa década, y un poco más atrás también, en los
barrios vecinos de San Telmo y La Boca coexistían dos personajes que cortaban el
bacalao a su antojo. Por parte del primero, sentaba sus reales Carlos Sandá,
concejal justicialista (y luego menemista), con influencias vastas que iban
desde una excelente relación con los punteros de la merca, el Club San
Telmo, y con algunas matufias. Desde su despacho en el entonces Concejo
Deliberante, movía los hilos del aparato de la circunscripción 12 como si se
tratara de un mariscal de campo en miniatura.
Y cruzando el Parque Lezama, se extendían los señoríos de
Carlos Bello, un legendario dirigente radical que como su homólogo
peronista, también tenía vinculaciones con los capitostes que regenteaban la
"blanca y radiante", amén de excelentes relaciones con el entonces líder de
la 12 boquense José El Abuelo Barrita. Además de ser -es perentorio
afirmarlo- padre de Claudia Bello, aquella multifuncionaria que en los 90 se
llegó a vincular afectivamente con el citado riojano más famoso.
Los dos manejaban, y lo hicieron durante muchos años, un
poder muy vasto apoyado en un aparato que les era absolutamente leal. Mediante
la prebenda, las dádivas, el apriete y otras yerbas, casi igualaron la
ascendencia que poseían los señores de la guerra en la China pre revolucionaria.
El soliloquio de los pingüinos
Mientras Néstor Carlos estuvo parloteando por estas playas, e
imperaba en el lejano Sur, se mostraba como acérrimo detractor de esa forma de
hacer política, y la juzgaba deleznable. Pero cuando llegó a la presidencia
de la Nación, reinventó un aparato más complejo del que pudieron erigir sus
antecesores. Aprovechando que el movimiento nacional justicialista sólo era
un cascarón vaciado de contenido ideológico, lo rellenó con engañosas
disquisiciones trasversales unidas a otra similar estructura prebendaria, donde
coexistían los tradicionales punteros sindicales con la novedad del militante
todo terreno o simplemente todo por dos sopes. Estos últimos provenían del
conurbano bonaerense, como también de los barrios marginales de la Capital
Federal donde siguen existiendo muchos émulos en miniatura de los dos Carlos.
La apoteosis de esta modalidad, lo constituyó la ignominiosa
Plaza del 25 de mayo del 2006, cuando en un arranque cesarista de carnaval, el
actual inquilino de Puerto Madero movilizó a miles de adláteres alquilados para
dar luz al híbrido que por entonces, gozaba de buena salud y era alabado por la
corporación mediática. Aunque a finales de ese año, el 17 de octubre, una
trifulca entre las huestes camioneriles del terrateniente Hugo Moyano y las del
gremio de la Construcción se trenzaron en una dura gresca en la cual hubo hasta
balazos de plomo. Signo evidente que, aunque desde el cielo pingüinero se
mostrara que la casa estaba en orden, en su planta baja las fisuras se
agrandaban cada vez más. Otra pata más del travestismo transversal lo
constituyó los otrora piqueteros blandos, de la talla del inefable y
ultramediático Luis D’Elía, que junto a Humberto Tumini y Jorge Ceballos se
alienaron seguidamente como la guardia blanca que custodiaba este proyecto.
Triste, solitario y final
Con la crisis del campo, se volatilizó el apoyo de la clase
media, mientras que la creciente inflación (que ya puede definirse como
galopante y crónica) está ahuyentando a las clases bajas, el cristinismo K no
pudo hacer otra cosa que echar mano de semejante guardia pretoriana frente a
semejante e inesperada defección. Y como se dijo en análisis anteriores,
esta modalidad quedó patentizada en la noche del martes 25 de marzo, al ordenar
Néstor K a su mascota "Luis de Laferrere" que recuperara la Plaza que la habían
ocupado los golpistas oligarcas. A pesar del ingente rechazo social a
esta modalidad, es evidente que se seguirá remitiendo a la misma tal como se vio
ayer, cuando un individuo de apariencia simiesca le propinó un puntapié a
Luciano Miguens, titular de la Sociedad Rural.
Justo el mismo día en que, por la tarde, se originó otra
batahola entre los dos bandos puntualizados arriba, que se enfrentaron para
lograr mejor ubicación mientras Néstor Karlos asumía como jefe del PJ. Por lo
visto, no aprenden más aunque el tsunami esté asomando.
Así las cosas, con las amenazas de los pretorianos K que
pretenden prepotear al agro conminando a que levanten el paro sino ganan las
calles, se asiste a un triste espectáculo que aleja cada vez más inversiones
necesarias para el país, mientras la ciudadanía se apresta para lo peor, saca
depósitos bancarios y compra dólares a morir.
Sólo un oportuno baño de sensatez, muy rara en estos tiempos,
salvará del marasmo irremediable pero para ello es necesario sincerar la
cuestión. Pero al parecer, si no lo hicieron en cinco años, falseando, omitiendo
y lapidando la realidad, existen muy pocos indicios para ser optimistas.
Fernando Paolella