El cardenal Jorge Bergoglio, casi al borde
del avión que lo traería de regreso al país, afirmó que la presidenta Cristina
Fernández de K debería tener “un gesto de estadista” para dar fin a los ochenta
y pico de días de conflicto agropecuario, dado que peligraba “la paz social del
país”. Con ese espíritu, para hoy jueves 5 se ha planteado una reunión en pleno
de la Conferencia Episcopal, dada la extrema gravedad de la situación
nacional. Ante la urgencia de la hora, amerita la ocasión desempolvar algunos
pensamientos antes de que la noche sea más espesa y no se pueda distinguir un
hilo blanco de uno negro.
Ante esto, muchos sabihondos que pululan el éter, el
ciberespacio y los rayos catódicos de la tele, han ametrallado con una verba
inflamada acerca de la conveniencia de retomar el diálogo, porque le “conviene
al país”. Desde el otro lado de la cancha, para nada lerdos, las usinas
de propagación oficialista les han contestado aludiendo a que ellos siempre
han tenido la mejor predisposición para el diálogo, ergo que quienes no la
tienen invariablemente son los ruralistas.
Y desde el PJ, tristemente convertido en un espantajo que
alberga alcahuetes, se dispara una batería de infundios destinada a quebrar los
fuertes lazos sociales entre estos y la sociedad harta de tanta prepotencia e
insensatez.
Por eso, las lecturas de estos profetas del absurdo caen en
saco roto, al invariablemente hurgar en el desván del pasado reciente para
observar con lupa las reacciones del elenco afincado en Balcarce 50 y en el
barrio de Once.
Con el Pingüino, hasta el harakiri
Desde el comienzo de su mandato, la corporación mediática se
puso el helado en la frente y comenzó una interesada luna de miel con el ex
gobernador de Santa Cruz devenido Presidente. Pivoteando entre el marasmo
del 2001-2002 y el escaso margen electoral obtenido, Kirchner aceptó echarse en
los brazos de ellos con la firme creencia de que así garantizaba gobernabilidad
para rato.
Así, desde el atril de la Rosada marcó la agenda a los
diarios y buscó cooptar a los principales medios de comunicación para que sean
meros apéndices de su gestión, propalando buenas noticias. Era una continuación
de lo ocurrido antes en su provincia, siempre pendiente de lo que saliera en
primera plana, se comentara en las emisiones televisivas o en las radiales.
Desconfió siempre del poder real de los mismos, y a veces lo agrandaba
exageradamente. Durante su mandato, existió un suceso netamente anormal sólo
ocurrido acá, que radicaba en los análisis dominicales de los dos principales
matutinos, Clarín y La Nación. En ambos, tanto Eduardo van der
Kooy como Joaquín Morales Solá basaban sus notas en sendas charlas semanales con
él, tanto en la Casa Rosada como en Olivos. Lo que resultaba descabellado,
era que no se cuestionara nadie que no se convocaba a ninguna conferencia de
prensa, que el mismo gobierno operaba como una gigantesca fuente de información
cuasi anónima, que siempre se daban buenas noticias, como la desocupación en
descenso, la ausencia total de mortalidad infantil y las deliciosas cifras del
INDEK.
Todos veían que el rey estaba en bolas, pero para
algunos hombres de prensa poseía atavíos de locos.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado
La transversalidad, concertación y otros engendros intentaron
travestirse en el ropaje pejotista, sin advertir que le quedaba muy grande. Esto
se patentizó en su continuadora, quien remedó aquella payasada de José López
Rega cuando intentaba vanamente trasvasar el espíritu de Eva Perón a María
Estela Isabelita Martínez. En la noche del pasado 25 de marzo quedó demostrado a
las claras que ese sayo, mal que le pese, no le calza a medida.
Un montón de militantes rentados cantando la marchita, más
unos gobernadores ex menemistas y ex duhaldistas comprados con millones
extraídos de las arcas estatales, no conforman ni por asomo la comunidad
organizada soñada por Juan Perón. Todo ese andamiaje no sirve para nada
cuando las bases se soliviantan en defensa de su existir, hartas de tanto
manoseo sin remedio. Unido a un discurso pseudo progre, que acicatea
constantemente en difundir la oscura intención de la oligarquía vacuna de
propiciar un golpe cívico, urdido por quienes voltearon a Raúl Alfonsín y
aplaudieron a rabiar a Carlos Menem.
Por todo esto, ante la caída definitiva del cuentito que
terminaba con la muletilla del retorno al neoliberalismo noventista, se debe de
manera imperiosa exigir a la principal autoridad de la Nación que escuche la
exhortación del cardenal primado, un hombre sabio, cuyas últimas exposiciones cayeron en los oídos sordos de su marido.
Fernando Paolella