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Cristina y Tutankamón, un sólo corazón

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TESIS SOBRE LA SUPUESTA MALDICIÓN DEL FARAÓN
TESIS SOBRE LA SUPUESTA MALDICIÓN DEL FARAÓN

La presidenta Cristina Fernández

 

    Hace un par de días, la presidente Cristina Fernández de Kirchner estuvo de visita oficial por África del Norte. Entre los aportes culturales que pueden devenir de dicha estadía, la mandataria máxima reveló que existe "la posibilidad de llevar la muestra de Tutankamón a América latina y que fuera la Argentina la que tuviera el altísimo honor de ser el primer país, donde se expusiera ese verdadero tesoro de la historia de la humanidad".

    Desde que emitió ese comentario, los medios opositores no pararon de realizar chistes y denostar a la emprendedora jefa de Estado. Reacción adversa que puede deberse a que en el imaginario social existe la creencia de que hay una maldición que persigue a quienes toman contacto con la tumba del gobernante egipcio. No es así, Periódico Tribuna publicó hace tiempo una investigación sobre el error de creer en tal maleficio.

    Asimismo, recordamos a nuestros lectores que también se acusaba de atraer la mala fortuna a un mandatario de La Rioja. Se evitaba mencionarlo. Ese de los trajes caros, que confundía los discursos; el que decía ser peronista. El que privatizó casi todo con la anuencia de casi todos los medios de comunicación y de quienes lo votaron más de una vez. Al que le decían “seductor”; el mismo que transmutaban en “rubio y de ojos celestes”. El que anticipó el disparate de crear un tren bala en un país en el que no funcionan los trenes. Solo que el riverplatense optó por los aviones: “Se va a licitar un sistema de vuelos espaciales mediante el cual desde una plataforma —que quizá se instale en la provincia de Córdoba—, esas naves espaciales van a salir de la atmósfera, se van a remontar a la estratósfera y desde ahí elegir el lugar adonde quieran ir. De tal forma, que en una hora y media podemos estar desde Argentina en Japón, en Corea o en cualquier parte del mundo”.

    Pero en Tribuna estamos contra las pseudociencias y las supersticiones…

    La Argentina está para más. Es más, la Presidente debería traer a Tutankamón, pero a la usanza de Susana Giménez: ¡vivo! Y si puede, incorporar algunos dinosaurios.
    ¿Somos o no somos los mejores? La vida nos sonríe: inventamos la birome, el taxi, el dulce de leche, entre otras cosas. Además, tenemos los cuatro climas y Dios dirige a la Selección Nacional, quien —además— es argentino. ¿O se olvidan que somos derechos y humanos?
    La mandataria fijó agenda y hoy Tutankamón está en el corazón de todos los argentinos. Por tal motivo, desde este medio alternativo re-publicamos la investigación sobre el famoso faraón y su falsa maldición.


Tut-ank-Ammon (imagen viviente de Ammon)

    El gobierno de Egipto es una monarquía teocrática hereditaria.
    Los reyes son llamados faraones y reciben honores cuasi divinos. Se los considera hijos del sol.
Amenhotep IV (“Atón está satisfecho”; en su quinto año de reinado, cambia su nombre original por Ajenatón (“el espíritu glorioso de Atón)”), sucesor de Amenhotep III, decide romper con la tradición religiosa, introduciendo una nueva religión monoteísta. Funda una nueva ciudad: Ajetatón ( “el horizonte de Atón”), situada en el Egipto Medio (hoy, Amarna oTell el Amarna). Esta sería la capital administrativa y religiosa de Egipto, remplazando a las tradicionales Menfis y Tebas.
    Al morir asume su yerno Tutankatón o Tut-anj-Atón (“Imagen viva de Atón”) como faraón de la Dinastía XVIII.
    Como su suegro, también cambia su nombre por Tutankamón (“Imagen viva de Amón”).
    Vuelve a trasladar la capital a Tebas. Reestablece la antigua religión.
    A los 9 años se casa con la princesa Ankhes-en-pa-Amón.
    Su reinado es breve pero próspero.
    Muere a los 18 años.
    Hoy, su momia se encuentra en su lugar original, en el Valle de los Reyes, conocida como KV-62.


Muerte en el Valle de los faraones

    Aún hoy, no se sabe con exactitud la causa de la muerte del mítico faraón:
    Para Rosa Pujol, coordinadora de la sección del Rincón del Escriba del excelente sitio web AMIGOS DE LA EGIPTOLOGÍA: “Tampoco se sabe a ciencia cierta cómo murió el faraón. No existen pruebas de heridas violentas, a pesar de las aventuradas teorías que a veces se han expuesto, y se siguen exponiendo, y que, incluso, aseguran que fue asesinado. Hasta que aparezcan pruebas concluyentes debemos pensar que el rey murió de forma inesperada, quizás a causa de un accidente o enfermedad. El tamaño de su tumba, demasiado pequeña y sin la estructura adecuada para el ritual necesario en las tumbas reales, nos da pie a pensar que murió de modo prematuro, y que, por lo tanto, su auténtica tumba no estaba terminada.”
    Por su lado, en la revista digital de Favio Zerpa “EL QUINTO HOMBRE”, Guillermo Daniel Giménez, en su artículo “HACE 80 AÑOS ATRÁS.... DESCUBRÍAN KV62 - LA TUMBA DEL FARAÓN TUTANKAMÓN”, dice sobre esta muerte: “Estudios ‘post-mortem’ demostraron la existencia de un fuerte golpe en la cabeza, pero -en 1996- estudios de la Universidad de Long Island revelarían que el golpe producido se realizó estando en posición horizontal sobre algún elemento duro, pero una vez muerto. El examen forense reveló que podría haber muerto envenenado, como considera también quien esto escribe (...) No hay dudas de que su muerte no fue en forma natural, y así encontramos diversas inscripciones que lo confirman, como en una hallada en un pedestal de una estatua del General Horemheb, su gran enemigo y próximo Faraón egipcio, quizá haya sido él su asesino. La leyenda dice: ‘...hermanos egipcios, nunca olviden que ... han matado a nuestro Rey Tutankamón ...’ (...) Contratados por Discovery Channel, dos investigadores de Estados Unidos, Greg Cooper (Jefe de Policía) y Mike King (Fiscal) iniciaron la reconstrucción e investigación del caso. Ellos determinaron que Tutankamón sufrió una muerte violenta y fue por asesinato”.


El descubridor: Howard Carter

    Por varios siglos, el Valle de los Faraones es visitado por arqueólogos, curiosos, saqueadores y maleantes. Sin embargo, ni los primeros, ni los restantes logran descubrir la tumba del joven faraón Tutankamon.
    El arqueólogo Howard Carter trabaja para el gobierno de Egipto como Inspector General del Departamento de Antigüedades. Su pasión es la exploración y conservación de los tesoros ocultos en las tumbas reales.
    Como no cuenta con capital propio, él mismo retoma las excavaciones practicadas por aquellos arqueólogos que se retiran sin descubrir nada. Ocasionalmente es ayudado por estudiantes, discípulos y algún que otro obrero.


El que busca encuentra

    El 26 Noviembre de 1922, en el Valle de los Reyes, situado en las cercanías de Luxor (Alto Egipto) el arqueólogo Howard Carter y lord Carnavon, arqueólogo aficionado que dona el dinero para operación de rescate, abren una compuerta y descubren que sólo dieciséis escalones los separan de la antecámara de la tumba de Tutankamón (1.400 a 1.300 A.C)
    Los tesoros que reposan allí tienen un valor incalculable: piedras preciosas, muebles de oro sólido, vasos bellísimos, mantos reales, un trono real de oro y un gran número de objetos de enorme interés arqueológico (estatuillas de granito, madera, cuarzo, cerámica y alabastros; instrumentos agrícolas, brazaletes de oro, collares de oro).
    El 3 de febrero de 1924, abren la puerta de la última cámara. Ven estupefactos la tumba del Faraón: un ataúd granítico de casi diez pies de largo. Contiene tres ataúdes más pequeños que se encastran unos con otros. Los dos exteriores son de madera con incrustaciones de oro y piedras preciosas. El tercero, de oro, encierra los restos momificados de Tutankamon. Una máscara de oro sólido, decorada con el buitre y la cobra evocando el Alto y Bajo Egipto, cubre el rostro imitando sus rasgos aniñados.
    Escribe Howard Carter en su diario el 26 de noviembre de 1922: “Hice un pequeño hueco en la esquina superior del muro, preguntándome qué me esperaba más allá. ¿Una tumba?, ¿Una cámara real?. Pedí velas y alumbrando a duras penas, miré a través del orificio. Lord Carnarvon, Lady Evelyn y Callender esperaban ansiosos. Sentí como el aire caliente bañaba mi cara; mis ojos tardaron en acostumbrarse a la penumbra. ¿Ves algo?, me preguntó Lord Carnarvon. Yo, que me había quedado sin palabras al observar un desorden de objetos tan extraordinarios como hermosos, le respondí: Sí , y es maravilloso”.
    Las riquezas encontradas hacen que Carter opte por mantener vigilado el lugar. El tesoro es muy tentador.
    El 23 de febrero de 1923, son veinte personas (hay quien dice que fueron veintiséis) las que esperan ingresar a la cámara: lord Carnarvon y su hija; Howard Carter; el ministro de Obras Públicas de Egipto; el Director General de Administración de Antigüedades; Sir William Garstin; Sir Charles Trust; la señora Lythgoe; el arqueólogo norteamericano Henry Breasted; el secretario de Carter; monsieur Engelbach, inspector general de la Administración de Antigüedades; tres inspectores egipcios de la misma Administración; un representante de la prensa oficial y los obreros de excavación.
    Los objetos, así como la momia del propio Tutankamón ­se trasladan al Museo de El Cairo. La delicada labor dura diez años.


Comienza la leyenda

    Se comenta que entre los egipcios del lugar circula una leyenda: todo aquel que viole la tumba del faraón Tutankamón encontrará la muerte por su osadía.
    Supuestamente dicha “maldición” se basa en una creencia existente entre los viejos habitantes de la tierra del Nilo sobre la venganza del dios Ka (el espíritu de los muertos) que amenaza a todo mortal que ose profanar y penetrar en las sagradas tumbas de los faraones.
    Según algunas publicaciones amarillas, traspasaron la primera entrada de la antecámara mortuoria y se encontraron con una segunda puerta con una inscripción en la piedra que dice: “Transportada por sus ágiles alas, la muerte sorprenderá a cualquiera que se acerque a la tumba del Faraón”.


La maldición llama al negocio

    Ni los diccionarios ahorran tinta a la hora de fijar posiciones sobre la supuesta maldición.
    La ENCICLOPEDIA UNIVERSAL SOPENA (1968) dice: “Acerca de la tumba del faraón se han forjado las más peregrinas leyendas, entre ellas la de que nadie podría llegar a ella sin sentir la cólera del faraón y aun perecer por el atrevimiento que tal profanación suponía. Sin embargo, aun cuando esto no sea verdaderamente cierto, los trabajos de exploración hubieron de ser suspendidos por haber enfermado y fallecido lord Carnarvon, según parece, a causa de la picadura de una mosca, aunque también se atribuyó su muerte al hecho de haber respirado las emanaciones acumuladas en la tumba después de tantos años de enterrado allí el faraón”.
    Algunos incidentes lamentables de quienes participan en el descubrimiento y “profanación” de la tumba hacen que los diarios de la época saquen su tajada. A esta campaña se suman el médico y espiritista Sir Arthur Conan Doyle, creador de la famosa dupla detectivesca de ficción Sherlock Holmes y el Dr. Watson , y el egiptólogo Arthur Wiegall, quien publica algunos ensayos apoyando la teoría de la maldición.


Comienza la maldición. El pájaro canta hasta morir

    Carter posee un canario con el cual su equipo se encariña. Creen que el "pajarito de oro" trae buena fortuna. Pero algunos días antes de la apertura de la tumba, se acaba la suerte del plumífero: una cobra se desliza en su jaula y se lo traga.
    Comienza el mito de la venganza: la cobra, símbolo de la realeza, toma su primera víctima.


George Edward Molyneus Herbert (Lord Carnavon)...y su perra

    Se comenta que Carnarvon, en el momento de salir de la antecámara mortuoria, gritó: “Creo que algo me ha picado”.
Una semana después, al afeitarse se corta sobre la herida.
    Dos días más tarde, comenzó a sentirse mal. Su salud se agrava tanto que es trasladado a El Cairo. Una grave infección le ataca la garganta, el oído interno y el pulmón derecho.
    Es tratado con suero. Se detiene la patología. Sin embargo, el 27 de marzo la infección se extiende por ambos pulmones. La enfermedad aumenta. A las 2 de la madrugada del 5 de abril sufre un paro cardíaco y muere. Tiene 57 años.
    Según una versión, inmediatamente, se corta la energía en El Cairo. Según otra, la capital egipcia queda sin luz cuando la enfermera que lo cuidó durante su convalecencia da la mala noticia de su muerte a la familia de Carnarvon, en el hotel Continental Savoy.
    En el momento del deceso , Suan o Susie, su perra fox-terrier, comienza a aullar en Inglaterra y muere en brazos del mayordomo.
    Los terapeutas egipcios e ingleses que atendieron al aristócrata inglés atribuyen su muerte a la picadura infectada de un insecto. Para los profesionales, las altas temperaturas de Egipto y la falta de higiene del campamento en el Valle de los Reyes se combinaron para provocar una septicemia.
    La versión amarillista, sostiene que la muerte es causada por la picadura de “un extraño mosquito, sumamente venenoso”, que le produce fiebres mortales.
    Aumenta el mito cuando al quitarse -muy posteriormente- las vendas a la momia, se descubre que el faraón tiene una marca en el mismo sector de la herida de Carnarvon.
    Un egiptólogo afirma haber “descifrado la inscripción que había sobre la entrada en la tumba”. Esta supuestamente dice: “La muerte vendrá con alas ligeras sobre todo aquel que se atreva a violar esta tumba”. Lo cierto es que la famosa inscripción jamás pudo ser constatada ya que los trabajadores de Carter destruyeron la pared que la poseía.


Carter se accidenta...pero no muere

    Paralelamente a estos hechos, Carter sufre un gravísimo accidente mientras trabajaba que le produce secuelas permanentes.


Arthur Mace

    El más cercano ayudante de Carter, Arthur Mace, sigue la misma suerte de los Carnarvon.
    Es el acompañante que, con una barra de hierro, rompe los últimos restos del sello que separan al mundo exterior de la Cámara Real.
    Aunque no entra con la selecta comitiva, ingresa con mayor comodidad más tarde. Comienza a quejarse de una sensación de fatiga y de un fuerte dolor en el pecho: pierde el conocimiento y muere.
Se comenta que los médicos se encontraron imposibilitados de dar una explicación científica a la muerte súbita.
    Existe otra versión: Arthur C. Mace, arqueólogo del Metropolitan Museum de New York y ayudante de Carter en el momento de abrir la cámara sepulcral, “sabía” de la extraña tragedia que se estaba cerniendo sobre sus colegas y quiso escapar del trágico destino de la maldición. Abandona su trabajo en Egipto y se embarca rumbo a los Estados Unidos. La muerte lo atrapa, en plena travesía, en medio del Atlántico.


Archibald Douglas Reíd

    Sir Douglas Reíd, el radiologista que toma las radiografías de la momia en la tumba, cae repentinamente enfermo de cansancio y agotamiento. Regresa a Suiza, su país natal. Fallece en 1924 “sin causa conocida”.


La secretaria o el secretario de Carter y su padre

    La secretaria de Carter, Bethel, fallece de un ataque al corazón.
    Cuando su padre se entera (se dice que también había estado en la tumba) muere al lanzarse de un séptimo piso.
    Una versión similar —pero con sexo cambiado— sostiene que en noviembre de 1929, Richar Bethell, secretario de Carter en la época del descubrimiento de la tumba, pierde la vida en circunstancias extrañas en el Bath Club. Se habría acostado sano y amaneció muerto. La prensa amarilla dirá: “sin poderse diagnosticar la causa de su muerte”.
    En esta versión su padre, lor Westbury, de 78 años, quien no estuvo nunca en la tumba, pero poseía una pequeña colección de antigüedades egipcias, se suicida el 21 de febrero de 1930. Como en la otra versión, es presa de un ataque de locura y se arrojó por la ventana del séptimo piso de su departamento de Londres: muere en el acto.


Un amigo de Carter

    Muere en un hotel de El cairo un profesor canadiense, amigo de Carter. Se cuenta que habría estado en la tumba.


Un ayudante

    Un sujeto que ayudó al doctor Derry en la autopsia del faraón muere poco después, de un ataque al corazón.
    Sin embargo, Derry, principal ejecutor de la autopsia, sobrevive hasta pasados los ochenta años.


George Jay Gould

    Este magnate estadounidense de los ferrocarriles, mecenas y filántropo de las investigaciones arqueológicas, quiso examinar personalmente la tumba. Según los amarillistas, perece de una neumonía, dos días después de haber visitado la tumba.


Joel Woolf

    Es un industrial sudafricano que intenta demostrar que no le teme a la “maldición” y entra a la tumba. Regresa a Londres. Enferma en el barco y muere sin llegar a destino.


Alí Kemel Fhamy

    El príncipe egipcio Alí Kemel Fhamy, visita la tumba. Luego, es asesinado de un tiro por su mujer en el Hotel Savoy de Londres.


Georges Benedite

    El egiptólogo francés Georges Benedite sufre una caída mortal después de visitar la tumba.


Arthur Weigall

    El egiptólogo Arthur Weigall es otra las pretendidas víctimas.


Lady Elizabeth Carnavon

    En febrero de 1929, expira lady Elizabeth Carnarvon, la mujer del descubridor. Al igual que su marido “muere a consecuencia de un insecto desconocido”.


Louis K. Siggnis

    En 1934, al dramaturgo Louis K. Siggnis se le ocurre escribir la primera obra teatral sobre los misteriosos hechos ocurridos en torno al descubrimiento de Tutankamón. Lanza la hipótesis de la “maldición”.
Escribió la obra y acto seguido “se convirtió en otra víctima más”.


Profesor Breasted

    En 1935, el profesor Breasted, fundador del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago y uno de los que hicieron pericias en la tumba, “también murió de forma totalmente inexplicable, como los demás.”


Ezze-din Taha

    El doctor Ezze-din Taha, de la Universidad de El Cairo, descubre que algunos arqueólogos y personas que trabajan con restos antiguos suelen tener infecciones en la vías respiratorias causadas por diversos hongos.
    En 1962, en una conferencia, advierte que la maldición podría tener su génesis en estos peligrosos hongos.
    Al salir, toma su coche. En la carretera de El Cairo a Suez choca frontalmente contra otro automóvil.
    La autopsia muestra que su deceso se debe a un fallo cardiaco que ocurre algunos segundos antes de la colisión.


Mohammed Ibrahim

    En la década de 1960, ciertos acontecimientos perpetúan la maldición de Tutankamón que vuelve a ser titular en los periódicos.
    El egipcio Mohammed Ibrahim, director del Museo de El Cairo, intenta impedir que varias reliquias halladas en la tumba viajen a París. Sufre una serie de pesadillas que anuncian su muerte si deja salir las valiosas piezas de su país. El gobierno le obliga a aprobar el traslado. Firma el documento. Sale de su oficina y al cruzar la calle es atropellado por un camión. Fenece en el acto.


Gamal ed-Din Mehrez

    En 1972, el nuevo director del Departamento de Antigüedades, Gamal ed-Din Mehrez, sucesor de Ibrahim, afirma no creer en la maldición: “Fíjese en mí, toda la vida he estado trabajando con tumbas y momias. Seguramente soy la mejor prueba de que todo son coincidencias”
    Muere la noche posterior al control del embalaje de los objetos destinados a la exposición que se iba a celebrar en Londres.


Richard Adamson

    Richard Adamson, único sobreviviente de la expedición de Carter y Carnarvon, declara durante un reportaje que "la maldición de la momia" no era sino "superchería barata".
    Su esposa muere al día siguiente, dando pie a toda clase de especulaciones.
    Posteriormente, vuelve a negar la existencia de una maldición. Su hijo padece un grave accidente y sufre fractura de columna.
    El arqueólogo no volverá a tocar el tema.


Los pilotos

    Los miembros de la tripulación del avión que efectúa el traslado de las piezas, autorizado por Mohammed Ibrahim, a la capital británica son alcanzados por la maldición.
    En 1976, el teniente Rick Laurie muere de un infarto. Su esposa se vuelve loca. Atribuye el deceso a la maldición.
    Dos años después, el ingeniero de vuelo, Ken Parkinson, sufre seis infartos.
    El oficial Ian Lansdown se burla de la maldición dando una patada al cofre que contiene la máscara. Luego, se fractura esa pierna al romperse una escalera de hierro. Su curación se complica. Vuelve a caminar a los seis meses.
    Brian Rounsfall se burla junto con Lansdown de la maldición. Juega a las cartas sobre la caja que contenía el sarcófago. Sufre dos infartos al año siguiente.
    Finalmente, la vivienda del teniente Jim Webb se incendia mientras piloteaba el avión hacia Londres.


Ian McShane

    En los años ochenta se filma “LA MALDICIÓN DEL REY TUT” . En la película se utilizan piezas de la tumba de Tutankamón.
    El protagonista, Ian McShane, cae con su automóvil por un acantilado el primer día de grabación fracturándose la pierna en varias partes.


El equipo de la BBC

    En 1992, un equipo de la BBC de Londres filma un documental en la tumba. La grabación es interrumpida varias veces porque las luces se quemaban y los fusibles saltaban una y otra vez.
    De regreso al hotel dos de los integrantes casi mueren cuando el ascensor en el que viajaban cae desde el piso 21.
Otros componentes del equipo sufren lesiones oculares debido a una tormenta de arena.


Punto de vista mágico

    En la revista digital de Favio Zerpa, “EL QUINTO HOMBRE”, el doctor Cándido del Prado, en su artículo “LA MALDICIÓN DE TUTANKAMON” expresa: “En este punto de la discusión queremos introducir nuestra propia reflexión. El hecho de que muchas personas (como fue alegado) que directamente intervinieron en la profanación, aparentemente resultaran indemnes a la maldición, no prueba nada, porque puede suceder lo que en una epidemia infecciosa, en las cuales caen enfermas aquellas personas que por su constitución física son víctimas propicias. Negar la maldición, porque no todos los que estaban fueron afectados, sería lo mismo que desconocer la efectividad contagiosa de un virus, porque no todos lo contraen en un mismo epidémico. Por ejemplo, y para analizar a fondo la cuestión, limitémonos a los dos más activos protagonistas, lord Carnarvon y Carter. El primero muere cuatro meses después, y Carter vive durante diecisiete años más (aunque su final fue triste y doloroso). Creemos que la causa reside en diferencias culturales entre ambos, que determinan el grado de receptividad a cierto tipo de influencias mágicas. Carter fue un hombre formado en el trabajo. Aunque entusiasmado con la egiptología, poseía, sin escuela académica, una formación científica práctica, sin concesiones idealistas e imaginativas. Toda su vida había hecho lo mismo y sabía lo que hacía y lo hacía a conciencia, sin planteamientos ideológicos o morales. Para él la tumba de un faraón no contenía otras cosas que una momia, inapreciables tesoros artísticos e históricos y eventualmente mucho oro. Jamás se detuvo a pensar que todo aquello material y tangible que contiene una tumba, podía estar envuelto por el manto invisible de una fuerza espiritual que se podía agredir en la profanación. Carnarvon no. Mucho antes de dedicarse a la arqueología como afición y para dar motivación a su ocio de hombre rico, había incursionado por muchos años en el espiritismo y por lo tanto sabía muy bien sobre la real existencia de las antagónicas fuerzas espirituales. Carnarvon tenía una responsabilidad derivada de su conocimiento que determinaba una receptividad, para bien o para mal, hacia lo mágico. Esto es cierto y está probado que Carnarvon era miembro de la Alianza Espiritista de Londres, recibía la revista “OCCULT REVIEW”, de la cual era suscriptor, y organizaba sesiones mediúmnicas en su casa”.


El “SECRETO DEL ARQUEÓLOGO”
   

    El único superviviente del grupo es Carter.
    Según manifestó el propio arqueólogo, “jugando” con la prensa amarilla: “en las cámaras sepulcrales de los faraones se hallan pequeñas figuritas mágicas que representan a Osiris y tienen por finalidad ahuyentar al dios Ka en cualquier forma que se presente”. Los medios de difusión aceptaron la chanza. Era necesario dar carne fresca a los lectores ávidos de sensacionalismo.
    Por entonces podían leerse textos de este tenor: “Eso lo sabía Carter, y al parecer el arqueólogo se apoderó de una de esas estatuillas representativas de las deidades con fines protectores personales, gracias a ello pudo salvar su vida”.
    Dijo el propio Carter sobre la maldición: “Toda persona sana de espíritu no puede sino negar y despreciar esta clase de inconvenientes”.


Hacia la racionalidad

    Los racionalistas sostienen que el contexto en que ocurrieron las muertes es bien diferente del que se cuenta.
    Según algunas versiones el origen de dicha leyenda no ocurrió en la tumba faraónica sino en la mente paranoica del novelista Marie Corelli, quien 15 días antes de la muerte de lord Carnarvon manifestó: “Toda intrusión imprudente en la tumba sellada será seguida por las más terrible de los encantamientos”.
    Esas palabras estuvieron en boca de todos. Cuando murió lord Carnarvon el público prefirió ignorar que el caballero inglés no gozaba de una constitución robusta, y que sus peregrinaciones anuales a Egipto las había emprendido por razones de distracción y para mejorar su salud. Al lector medio le resultaba más emocionante suponer que la muerte fue consecuencia de la maldición.
    Las estadísticas realizadas en 1934, por el egiptólogo estadounidense Herbert E. Winlock, ofrecen una visión diferente. De las 26 personas presentes en el momento de la apertura de la tumba, observa que seis murieron en el curso de los 10 años siguientes. En cuanto a las 22 que asistieron a la apertura de la cámara funeraria, sólo 2 murieron. De las 10 personas presentes al quitar el vendaje de la momia ninguna fue víctima de la maldición en esos 10 años que siguieron.
    El mismo Carter murió en 1939, a los 64 años.
    Harry Burton, el fotógrafo de la expedición, murió en 1940, a los 60 años.
    Lady Evelyn Herbert, nacida en 1901 y una de las primeras personas que penetraron en la tumba, vivió hasta 1980.
    Algunos de los que participaron muy de cerca en el descubrimiento sobrevivieron a la maldición y murieron a una edad avanzada: Percy E. Newbwrry, amigo y mentor de Carter; Arthur H. Gardiner, quien estudió las inscripciones de la tumba; el doctor D.E. Derry, quien llevó a cabo la autopsia de la momia del faraón.
    Recientemente, Zahi Hawass, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, anunció que, en corto tiempo, arqueólogos y otros investigadores comenzarán a examinar tumbas aún no excavadas en busca de sustancias nocivas, como gases o gérmenes que se hayan desarrollado a través de los siglos entre los restos humanos momificados. Expresó: "Queremos demostrar científicamente que cuando los egipcios inscribían una maldición en la tumba de un faraón, en realidad no estaban insinuando que dañarían a alguien que hoy la abriera". Confirmó que él mismo participó en excavaciones y en una de ellas encontró una sentencia que decía: “Si alguien toca mi tumba, será devorado por un cocodrilo, un hipopótamo y un león”. Agregó que una vez se golpeó y cayó inconsciente en una antigua tumba egipcia. Al despertar dijo “a la gente que si algo me hubiese ocurrido pensaría que fue la maldición de los faraones. Pero fue sólo un accidente”.
    Investigadores de la universidad australiana de Monach publicaron en la revista BRITISH MEDICAL JOURNAL un estudio retrospectivo donde analizaron a 44 personas ligadas a la apertura de la tumba de Tutankamón. De ellas, 25 estuvieron potencialmente expuestas a la maldición entre febrero de 1923 y noviembre de 1926. Observaron que la edad promedio de sus muertes era de 70 años. Esto permitió concluir científicamente que no existía ninguna relación entre el maleficio y la sobrevida de los visitantes.
    El 20 de diciembre de 2002, en el sitio web “BBC MUNDO. COM” se publica el artículo “ACABÓ LA MALDICIÓN DE TUTANKAMÓN”: “La leyenda sobre la maldición de Tuntakamón no tiene ninguna base científica. Al menos eso es lo que asegura el arqueólogo australiano Mark Nelson, quien se dedicó a estudiar minuciosamente los hechos que originaron este mito sobre el faraón egipcio. Según cuenta la leyenda, la maldición recayó sobre todos los que estuvieron presentes en la apertura de la tumba del faraón egipcio en el Valle de los Reyes, cerca de Luxor, Egipto, en febrero de 1923. Se cree que el mito se originó cuando el patrocinador de la expedición, Lord Carnarvon, murió ese mismo año por la picadura de un mosquito. Como consecuencia de ese incidente, Carnarvon desarrolló una enfermedad conocida como erysipelas, que le produjo neumonía y septicemia. Además, para reforzar el carácter sobrenatural de la leyenda, su perro -al que le quedaban tres patas- emitió un largo aullido en el instante en que su maestro pasó a mejor vida, para luego caer muerto él también (...) Nelson, investigador de la Universidad de Monash, Australia, se dedicó a estudiar la historia personal de todos los que estuvieron presentes al abrirse la tumba. El evento fue presenciado por 25 personas, mientras que otras 19 del mismo equipo se encontraban en Egipto, aunque no en la zona donde se ubica la tumba, en el preciso momento en que ésta fue abierta.
    Nelson encontró que los las personas sujetas a la maldición vivieron menos años que el otro grupo, pero que, de todos modos, alcanzaron en su mayoría los 70 años. ’Había muchos personajes interesantes en la excavación de 1920 y creo que esto sumado a las circunstancias particulares de la expedición, contribuyó a mantener el mito vivo. Pero no encontré ninguna prueba científica que lo justifique’, concluyó el investigador”.
    Expresa Rosa Pujol :” De forma deliberada evitó dar demasiada importancia al asunto de la maldición, puesto que personalmente creo que no hay nada de cierto en ello. Sólo unas cuantas casualidades, y las ansias de misterio y romanticismo de la época del descubrimiento dieron pie a esta leyenda. La mayoría de los componentes de la expedición murieron muchos años después. El mismo Carter murió 17 años después del descubrimiento, con 65 años. La muerte fulminante de Lord Carnarvon está más que explicada. En aquel entonces, cuando aún no había antibióticos, la picadura de un mosquito que se infectara podía acabar con la vida de una persona. Al igual que la gente moría de apendicitis, y no se buscaba ninguna maldición para dar explicación a este hecho. Sí es cierto que en las tumbas existen textos avisando a los posibles saqueadores de los tremendos castigos divinos que caerán sobre ellos si violan la paz de los sepulcros, al igual que hay fórmulas para animar a las gentes futuras a hacer ofrendas por el ka del difunto. Pero de ahí a que cualquiera de ellas funcione, va un trecho muy largo. Hablando científicamente, no podemos dar credibilidad a la teoría de la maldición. Y la paradoja final. Hemos hablado de un faraón ignorado, que ni siquiera aparecía en algunas listas reales, cuyo reinado duró apenas nueve años, que murió de manera prematura y que, según parece, fue enterrado con demasiado apresuramiento en una tumba que no reunía los requisitos para albergar a un rey. Pues bien, la paradoja es que, si bien se le enterró con prisa, su exhumación se realizó con toda la paciencia y cuidado que el más importante de los reyes hubiera merecido. Diez años de minucioso trabajo hicieron que los tesoros contenidos en la tumba de Tutankhamon lucieran en todo su esplendor, asombrando al mundo entero. Y por ello, le cabe el honor de seguir reposando en su tumba nº 62 del Valle de los Reyes, en el mismo lugar donde lo depositaron los sacerdotes para aguardar la inmortalidad. Ahora, ya la ha conseguido”.


Conclusión

    Si a pesar de lo expuesto sigue el lector con reservas y tiene ganas de visitar la tumba de Tutankamón se le recomienda tener mucho cuidado...y llevar un buen repelente de insectos.

 

Néstor Genta

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