Hace muchísimo calor, tanto que en algunos sitios de esta sufrida Argentina comienza a escasear la luz y el agua. Y por consiguiente, a aumentar la bronca de quienes sienten que desde en algún lugar recóndito del más allá carcajadas selváticas horadan su psiquis.
Concluyó la crisis del campo, se encanutaron los millonarios fondos de las AFJP, Moyano sigue haciendo sus habituales tropelías, Cristina juega con la paciencia ajena, pero nada ha cambiado sustancialmente. Todo sigue igual, cada día con su consabida cuota de muertos, víctimas del eufemismo progre de la "sensación de inseguridad". Pero esta inocultable manera de escamotear la realidad no es invento de los Kirchner, ni mucho menos. Pues se debe remontar, para marcar un antecedente de peso, a aquella memorable conferencia de prensa brindada por el dictador Jorge Rafael Videla, en la que se refirió a los desaparecidos como “una entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Ni siquiera en el limbo.
Se hace duro reflexionar acerca de estos 25 años, cuando las expectativas de la ciudadanía casi no fueron contempladas por quienes juraron representarla a lo largo de este período de declamada recuperación institucional. Diez años después, en 1993, quien había asumido aquel 10 de diciembre transaba con el entonces todopoderoso Carlos Menem la reforma de la Constitución, que habilitaría para el riojano un nuevo mandato y de paso salvar a la UCR de su casi segura extinción. Esa claudicación, a la larga, resultaría cara a las esperanzas de quienes creyeron que por fin los valores constitucionales no eran conculcados por los elegidos mediante su voto.
Dos años después, millones de electores entronizarían al citado ex émulo de Facundo Quiroga con la firme convicción de garantizar el quimérico ingreso al Primer Mundo del consumo y la especulación financiera. Esa película tuvo un final de terror, con sangre y fuego y aún se siguen padeciendo las consecuencias funestas.
¿Reinventar la política?
Ya cansan sobremanera esas afirmaciones acerca de la nula participación de la gente en la actividad política, como también los que, para zafar, afirman desencajados que no se meten porque “la política es sucia, y los políticos son todos chorros”. Mientras esto siga cundiendo, esa noble pero envilecida actividad seguirá siendo feudo de quienes se insertan en ella para un efímero toco y me voy, buscando hacerse ricos de un santiamén.
Es cierto que el kirchnerismo constituyó el paradigma de esta perversión en su máxima expresión, superando con creces al vapuleado menemismo. Revisando la historia reciente, es realmente bochornoso comprobar cómo un gobierno surgido del voto popular se dedicó a que la división de poderes, la mencionada Constitución y demás normativas se transformaran en cinco años en letra muerta.
Por eso, bien se puede afirmar que luego de dos décadas y cinco años, en nuestro país el régimen imperante es nada más que formalmente democrático. Es decir, se mantienen las formar de una democracia pero subyacentemente no lo es ni de pelos (Bart dixit). Porque las libertades individuales corren serio riesgo, como quedó ampliamente demostrado meses atrás; y todo parece girar alrededor de la voluntad y los caprichos del presidente de facto Néstor Kirchner.
Sumado todo esto, resulta muy difícil entusiasmarse esperando el aniversario del 10 de diciembre sobre todo asistiendo cada día a bajones que son moneda corriente en la vida de cada uno.
Frente a la desidia, la violencia, la bronca y la desazón, resulta casi heroico mantenerse coherentemente incólume, revisando en el arcón de los deseos fugados aquellos anhelos de la concordia, la paz social y la concreción de una patria de hermanos.
Fernando Paolella