“A
principios de 1933, Adolfo Hitler, recién llegado a la jefatura del gobierno
alemán, -la titularidad el Estado la seguía ejerciendo el anciano mariscal Von
Hindemburg-, no las tenía todas consigo. Carecía de mayoría parlamentaria
eficaz; la oposición socialista y comunista todavía no había sido
desmantelada; incluso los junkers prusianos desconfiaban de los nazis. Por otra
parte, el 5 de marzo habrían de llevarse a cabo elecciones legislativas de
resultado dudoso. Entonces ocurrió el “milagro”. El 27 de febrero de 1933,
a las nueve y cuarto de la noche, el cielo de Berlín se iluminó con las llamas
que salían del edificio del Reichstag. ¡Estaban quemando el Parlamento de
Alemania!. Los líderes nazis acudieron inmediatamente al lugar. Hitler exclamó:
“¡Una bendición del cielo!”.
El
incendio fue atribuido a los comunistas y el partido nazi estableció una atmósfera
de represión y terror. Aprovechando el impacto del hecho en la opinión pública,
Hitler se convirtió, de la noche a la mañana, en gobernante absoluto. Aunque
su éxito no fue tan grande como esperaba, de todos modos siguió removiendo,
inexorablemente, los obstáculos que aún quedaban en su camino. Detuvo a los
diputados de la oposición, arrasó con las organizaciones obreras y aplastó
los restos de libertad de expresión. El 14 de julio de 1933 se proclamó, como
único partido legal de Alemania, el nacionalsocialista.
En
el proceso por la quema del Reichstag, la culpabilidad de los comunistas
incriminados no pudo ser demostrada. El búlgaro Dimitrov, uno de los
principales acusados, convirtió su defensa en una diatriba contra e hitlerismo,
y finalmente debió ser puesto en libertad. Se probó que el iniciador del
incendio había sido Marinus van der Lubbe, un pobre enfermo mental, holandés
de origen, que tenía antecedentes de piromaniaco. Van der Lubbe fue ejecutado.
Sin
embargo, hoy se admite, con buenos fundamentos, que los verdaderos provocadores
del siniestro fueron un grupo de SA nazis dirigidos por Karl Ernest, jefe berlinés
de esas “secciones de choque”. Sea como fuere, se había logrado el efecto
buscado: indignar a la opinión pública
y allanar el camino para la toma total del poder”.
Este
artículo de Luis Gregorich, aparecido en la secuestrada edición 97 de Humor
registrado de enero de 1983, con motivo de los incidentes ocurridos
en la Marca de la Civilidad del
jueves 16 de diciembre de 1982, en Plaza de Mayo. Si bien la misma fue
multitudinaria, hacia el final se vio empañada por diversos disturbios
provocados por una minoría no identificada. Aunque los personeros del Proceso
se apuraron por endilgarle la autoría de los mismos a unos supuestos montoneros,
Gregorich va más allá:“tampoco
sabemos si los disturbios promovidos por los supuestos montoneros (de los
cuales, muy curiosamente, ni uno solo pudo ser detenido), se debieron a un
espontáneo acto de furia extremista, o fueron más bien, tolerados,
estimulados, y hasta promovidos por organismos del Estado”.
Como a veces la
semejanza con la realidad no se debe a la mera coincidencia, es asombroso
constatar la similitud de lo narrado por Gregorich a los acontecimientos de público
conocimiento frente a la Legislatura porteña.
Horacio
Aizpeolea, del matutino Clarín,
aporta unos datos muy significativos al respecto:“cuando
había unas 400 personas reunidas frente a la Legislatura, sobre la calle Perú,
una decena de jóvenes con la cara tapada empezó a empujar el vallado de las
puertas y a tirar piedras. No estaban identificados con ninguna bandera.“Esto
fue una provocación: durante una hora y media, once tipos encapuchados
rompieron todo, sin que nadie los detuviera", denunció la
diputada Vilma Ripoll.
La
legisladora ibarrista Laura Moresi contó a Clarín: "Los
vendedores ambulantes me
dijeron angustiados, 'no sabemos quiénes son, te juro que no son nuestros'".
Varios
empleados legislativos coincidieron en que grupos piqueteros y políticos que
estaban identificados con pancartas, "apenas
empezó el quilombo, se
abrieron”.
En el monumento a Roca, sobre la Diagonal Sur y Perú, pudo verse a muchos policías
de civil, vestidos con look piquetero”.
Por lo visto, demasiados botones como para una mera muestra.
Anteriormente,
el citado diario había ilustrado en su primera página que“en
otros despachos se habló en cambio de la
acción de grupos "inorgánicos", travestis, ambulantes y hasta
estudiantes, como responsables del estallido de violencia. Aunque no descartaron
la participación de infiltrados.
Esta versión indicaba que
funcionarios del Gobierno hicieron contacto "en el
terreno" con los grupos piqueteros (hablaron del Polo Obrero) y
consiguieron persuadirlos de que se alejaran del escenario”. Pero
no lo hicieron con los mencionados lúmpenes todo terreno, que prosiguieron
durante horas con su tarea depredadora, incluso sonriendo para las cámaras. Uno
de ellos, de voluminosa humanidad, fue identificado por una fuente confiable
como ladero del puntero Guillermo Villar, mandamás ibarrista de la Villa 21.
Como se puntualizó anteriormente en este sitio, no es la primera vez ni
siquiera tampoco será la última, que se utilice para ciertas tareas sucias a
inorgánicos todo servicio para un fin determinado. Y este no es otro, que duda
cabe, que sumar consenso para definitivamente criminalizar la protesta social.
Esto
tampoco es nuevo, pues Gregorich lo supo dilucidar en su excelente análisis:“si
el enemigo común es la “subversión izquierdista”, pasan a segundo plano
los encapuchados, los Falcon verdes, los muchachos de Joe, los campeones del
curro y la cometa, los pintores de listas negras y los vaciadores de la
industria nacional”. Traducido
22 años después esto, pasan a segundo plano los fondos voladores de Santa
Cruz, los aprietes a la prensa, el desaguisado cometido en la investigación del
atentado a la AMIA, los diez palos de Cristina K que los extravió la tortuga y
siguen las firmas.
Como
se verá, no hay nada bueno bajo el sol.
Cortando por lo obvio
Como era de esperar, la corporación mediática nacional cerró
filas tirándole la responsabilidad de los sucesos a los piqueteros duros. Pero
estos, que no tienen un pelo de tontos, rápidamente salieron a desmentirlo. Un
comunicado del Partido Obrero, emitido el sábado 17, señalaba que“la
acción provocadora de elementos no identificados, la presencia de centenares de
policías de civil, facilitada por el comportamiento de las fuerzas de
seguridad, desnaturalizó una movilización popular por el retiro del Código
Contravencional. Primero, la Legislatura decidió sesionar conspirativamente, en
secreto, para imponer el régimen represivo aprobado por la trenza entre Macri e
Ibarra una semana antes. Pasado el mediodía, manifestantes que reclamaban
ingresar al debate fueron rechazados por la infantería. La observación de las
imágenes filmadas permite constatar este accionar provocador. El Partido Obrero
denuncia lo ocurrido y se pregunta: ¿a quiénes podía favorecer esta provocación
si no a aquellos que se han empeñado en la sanción de un Código que prevé
arrestos por “obstrucción de la vía pública” y coloca a toda manifestación
callejera bajo la regimentación del Estado?”. Según Clarín,“el
dirigente Carlos "Chile" Huerta, del MTL, estuvo de acuerdo en que
"se construyó una verdadera escenografía para generar las condiciones de
reprimir. Una hora antes de que empezaran los incidentes, el comisario a cargo
del operativo me dijo, de la nada, que no quería policías heridos". El
piquetero dijo tener dudas acerca de si quienes comenzaron con los hechos de
violencia "era un grupo del campo popular exaltado o servicios para montar
la provocación. El titular de la FUBA, Agustín Vanella, aseguró que todo
estaba tranquilo hasta que "de repente un grupo descolgado que no pertenecía
a ninguna de las agrupaciones que viene protestando empezó a tirar piedras,
huevos y petardos contra los policías que custodiaban la Legislatura. No pareció
algo genuino".El joven señaló también que otros miembros de la agrupación
universitaria observaron "gente con aspecto de piqueteros comunicándose
con handys con un subcomisario".
Demasiado
claro, no cabe duda que se trató de una añeja coreografía montada para, de
forma netamente goebbeliana, domesticar a la veleidosa opinión pública a fin
de colaborar en el sometimiento definitivo de los díscolos.
Pero, por si fuera poco, todavía existen ciertos individuos dotados de
memoria que no se dejarán embaucar con algo tan obvio. Se requiere un poco más
de inteligencia para intentar uniformar las mentes, muchachos.
Fernando Paolella