El
antipoeta más poeta que nunca, el viejo Hamlet de Las Cruces, instala su
homenaje para este cumpleaños número 90, ni más ni menos, que en Isla
Negra, territorio de la Vaca Sagrada, la Catedral, como le llamara a Pablo
Neruda, el autor de Poemas y Antipoemas, Nicanor Parra.
Muchos leen su antipoesía a ojo cerrado o de buen cubero,
centímetro por centímetro, Parra ha sido de los pocos, que han medido sus
versos, pasos, hasta llegar al borde mayor, la orilla misma de la gloriola, la
famola, y los aires vienen de Estocolmo, la fábrica de la corona de olivos de
un millón de dólares.
Le cambió el espíritu al poema, lo contaminó
con una nueva visión del hombre, desromantizó al poeta,
a la poesía, otras alas, un vuelo distinto, se montó en su propio patín
Nicanor en la Cordillera de los Andes, mandó al diablo a
la Cordillera de la Costa.
País de poetas, el poeta soy yo, recordó algo parecido una vez Gonzalo
Rojas, el recambio del Nobel, cuando Parra quizás abandone por cansancio si
esta vez la Academia se hace la
sueca con su obra muy reconocida a nivel mundial.
Parra es más que sus
circunstancias, apostó como pocos al esfuerzo personal, al poeta
presente, al hombre de la calle, al “anti-retórico”, al nuevo retórico.
El autor de Los Versos de Salón, se tomó el
escenario de la poesía chilena. Su cueca larga no pararía hasta hoy. Se dejó
caer silencioso de San Fabián de
Alico, de Chillán, y si bien su Cancionero sin Nombre, lo dejó fuera
del juego poético chileno en su época, pacientemente se transformó en el más
parriano de todos los parras y montó
su carpa en Santiago de Chile. El vendimiador mayor con estación en La Reina,
a las faldas de la Cordillera de
Los Andes.
Dejó correr su musiquilla en su propia esfera. Se sacudía
de su propio pasado lorquiano, apuntaba al vate de Isla Negra con su batería
parriana, y ya Nicanor estrenaba su anti-poesía y si bien construía su
propio edificio, estaba dispuesto a demoler el viejo armazón de la poesía.
Entró como un zapador al edificio de la poesía chilena.
Con el mapa de Neruda, Huidobro,
la Mistral, De Rokha y Villón por las dudas, Kafka, Shakespeare y otros más.
A limpiar la cañería, más bien poner nuevas, instalar
un sanitario moderno,
apropiado, un alcantarillado de primera para lo que venía: su contaminación
personal, el deshague parriano.
Parra es nuestro contemporáneo en el siglo XXI, Neruda es
el poeta del siglo XX. Nicanor ha estirado su cuerda hasta los 90 años, que
cumplirá el próximo 5 de septiembre, mientras que el autor de
Residencia en La Tierra, no cumplió
en vida el último cuarto de la pasada centuria. Parra, poeta de dos
siglos, como Gonzalo Rojas.
Neruda venía con la historia de su confrontación
literaria con Huidobro y De Rokha, y no daría pie a una nueva con Parra.
Inmerso en la política, ya santificado universalmente, veía los toros desde
Isla Negra. Parra era el utilero, administrador, dueño de su propia carpa y
lanzaba su manifiesto poético como en los viejos tiempos de los surrealistas,
fijaba posiciones, se enfrentaba a los fantasmas nerudianos y a todo objeto no
reconocido que estuviera a su alcance. Abran paso, abran quincha. A Enrique
Lihn le sorprende que Neruda cediera el trono de la poesía chilena. Neruda
seguía escribiendo su poesía nerudiana y había hecho su juego en la gran
historia que le había tocado vivir y que seguía viviendo.
Muchas veces Parra me habló de su guerra mortal,
aniquilamiento contra el yo lírico, su caballito de batalla, y feroz lucha
parricida contra los poetas metafóricos,
líricos, de yo oceánico, ese hablante interior. Parra impone el hombre de la
calle, guardadas, en mi opinión, algunas diferencias, porque no es tan y común
y corriente el personaje que nos, se comunica. Más “publico que privado”,
menos intimista, irónico, sardónico, crítico, no está a veces en ningún
lugar. No es una poesía fácil y porque “sea prosaica”, es más clara.
Parra sigue traduciendo a Shakespeare, leía a Kafka,
los clásicos griegos, físico y matemático, no es un neocriollista
amante de la realidad a secas. Buscaba la aguja en el pajar de su propia
parra. Si bien a Neruda se le criticaba por su compromiso con el Partido
Comunista, a Parra por su falta de compromiso. En algo se parecían,
que eran muy distintos. En esa época, Nicanor Parra andaba a la
intemperie. Casaba mariposas con su escopeta de colores, para su floreciente
insectario que fue acumulando en su Obra Gruesa. Un gran antipoeta que
no dormía pensando en la poesía. Con un gran cuaderno de espiral, su letra
encrespada por la tensión, recogía los diversos materiales, etéreas
palabras en un inicio, alas que les iba dando vida, corporalidad, una idea en
común. Así, con lo que recogía de la atmósfera verbal callejera, el
instante personal, mucho trabajo, una extraordinaria dosis de obsesión, “la
tincada parriana” se ponía en movimiento para construir la casa del poema.
Parra consultaba, verbalizaba absolutamente
todo, paseaba como Hamlet por los prados del viejo Pedagógico de la
Universidad de Chile en Macul, odiado y amado, criticado ácidamente por
un grupo de escritores, un tiempo feroz, una época de prueba, de
grandes definiciones indefinidas, Parra ya era un zorro en el jardín espinoso
de la poesía chilena. Era el principal protagonista en el gran río revuelto
de la poesía chilena, marcaba puntos con audacia, Gonzalo Rojas incubaba su
silencio, Neruda estaba fuera de competencia, y el ciclista de San Fabián de
Alico, el futuro Cristo de Elqui, pedaleaba en la bicicleta sin fin de la
anti-poesía en su Montaña Rusa.
El panorama era otro, muy distinto al de la vieja guerrilla
poética de los grandes dinosaurios de la poesía chilena, que para bien de la
poesía castellana, no se extinguieron, más bien sobrevivieron a la aventura
del verbo, que fue lo más original que de ellos conservamos, amén de algunas
actuaciones para las cámaras de la historia y fuera de ellas. Parra acomodó
su fusil de asalto con mira telescópica selectiva, que a veces desparramaba
perdigones de chincol a jote, como un verdadero francotirador. No reconocía
a padre ni padre, ni a las generaciones por venir: proclamaba a diestra
y siniestra, la hora parriana. Hizo parte esencial, el peregrinaje básico,
los fundamentos itinerantes por el mundo, porque se dio cuenta que no bastaba
con sentirse aplaudido, reconocido, a
los pies de la Cordillera de los Andes. Moscú, Pekín, la Casa Blanca, La
Habana. Cuba sí, Yankys también. Cuatro sitios algo más que
geográficos. El poeta se movía en dirección de todos los puntos cardinales.
Sus artefactos aterrorizaban a los dogmáticos. Pocos más audaces que Nicanor
Parra Sandoval, “le comía la color” al stablishment de uno y otro lado,
le robaba los huevos al águila, bailaba su cueca sobre el supuesto cadáver
de la poesía, el antipoeta y sin ser mago, creaba su propio Olimpo. No le
gusta la palabra crear, me dijo un día Nicanor, es sospechosa, la poesía es
vida, sabía que todo estaba contaminado, al menos eso creía. Reciclaba los
materiales, escombros, le daba un
nuevo brillo a la chatarra. La antipoesía es una manera también,
entre otras, de alabar, llamar por su nombre, hacer más poesía. Le daba oxígeno,
boca a boca, al endecasílabo. Parra andaba en la calle, en
los recintos universitarios, viajaba, erigía su púlpito donde pusiera
un pie.
Mezcla de juglar y trágico griego, el antipoeta de La
Reina, se consideraba el quinto jinete de la poética chilena, en una clara
puja con Gonzalo Rojas, a quien dejó por fuera durante un largo tiempo. Pero,
Rojas es un poeta para carreras
de fondo, y ahí está en el relevo, en punta
con Nicanor, como decíamos ayer. Positivo, deslumbrante, un ejemplo vital de
renovación y perseverancia, de amor
a la palabra, la presencia viva en Chile y
a nivel mundial, de dos poeta del Sur que
superaron con creces los 80 años y siguen vivitos
y parreando y rojiando. El siglo XX ya
les resbala como palabras que se lleva el viento. Premios nacionales de
literatura ambos, premiados internacionalmente, reconocidos urbi et orbi, tal
vez no, tal vez si, dicen, dijeron, forman parte también del coro del gran
Olimpo de la poesía chilena. Todos los premios están aceitados, acuñó la
sentencia en volandero verbo, Gonzalo Rojas, y Parra obtuvo tres premios del
famoso Sindicato de escritores con seudónimo y nombres falsos, con su famosa
triología poética hoy cumbre de su antipoesía: Cantos a lo humano y
divino, Poemas y Antipoemas.
Parra se quedó en Chile y Rojas se quedó en el
exterior. Cada uno tocando su propia trompeta. Dos registros distintos, para
un solo Sur. Sus encontronazos fuertes se dieron durante un largo tiempo. ¿La
poesía es guerrilla, trono, vitrina, vedetismo, hegemonía, qué lejos se está
del poeta sumergido en la ostra de su página en blanco bajo las siete capas
del mar tormentoso de su existencia?
Parra
es un jugador de ajedrez con su
sujeto poético, lo carga con explosivos fragmentarios, subterráneos para una
nueva superficie poética, una lectura distinta, desde que edito hace 50 años
sus famoso(s) Poema y Antipoema. Doble natales para este su año 90, y
postulación al Premio Nobel de Poesía, ya una tradición chilena. Volvió a
la poesía tras un largo paréntesis
desde Cancionero sin nombre. Después de 17 largos años de ausencia,
Parra retornaría solemnemente al lugar del crimen de la mano de sus ángeles
y demonios, para no abandonarlo hasta el final de sus días. Se sentó en la
plaza pública, en las academias, foros, en plena
vía pública, tomó nota, entre las dos orillas escogió el centro,
huaso ladino kafkiano, hamletiano, comenzó a disparar antipoemas,
artefactos, como un energúmeno, un excelso francotirador en plena
Guerra Fría.
Decidme hijos hay Marx
Sí padre: Marx hay
Cuántos Marxes hay?
Un solo Marx no +
Dónde está Marx?
En el culo*
en la tierra
y en todo lugar
Aleluya?
Aleluya!
* dice culo
léáse cielo
El sujeto que buscaba Parra era el mismo Parra, un individuo de varios pisos sicológicos, basado en sus maestros de Praga, Londres, Atenas, el chileno Carlos Pezoa Vélis, después diría mi maestro Huidobro, con y contra Neruda, en la rica y variada tradición chilena, también Lorca, Eliot, Pound, Whitman, Donne, y siempre Parra, que es lo nuevo. Yo soy el individuo, nos dijo este roto chileno más parecido a Chaplin, en su formidable Soliloquio del individuo:
Yo
soy el Individuo.
Primero
viví en una roca
(Allí
grabé algunas figuras).
Luego
busqué un lugar más apropiado.
Yo soy el Individuo.
Primero
tuve que procurarme alimentos,
Buscar
peces, pájaros, buscar leña,
(Ya
me preocuparía de los demás asuntos).
Hacer
una fogata,
Leña,
leña, dónde encontrar un poco de leña,
Algo
de leña para hacer una fogata,
Yo
soy el Individuo.
Al
mismo tiempo me pregunté,
Fui
a un abismo lleno de aire;
Me
respondió una voz:
Yo
soy el Individuo.
Después
traté de cambiarme a otra roca,
Allí
también grabé figuras,
Grabé
un río, búfalos,
Grabé
una serpiente
Yo
soy el Individuo.
Pero
no. Me aburrí de las cosas que hacía,
El
fuego me molestaba,
Quería
ver más,
Yo
soy el Individuo.
Bajé
a un valle regado por un río,
Allí
encontré lo que necesitaba,
Encontré
un pueblo salvaje,
Una
tribu,
Yo
soy el Individuo.
Vi
que allí se hacían algunas cosas,
Figuras
grababan en las rocas,
Hacían
fuego, ¡también hacían fuego!
Yo
soy el Individuo.
Me
preguntaron que de dónde venía.
Contesté
que sí, que no tenía planes determinados,
Contesté
que no, que de allí en adelante.
Bien.
Tomé
entonces un trozo de piedra que encontré en un río
Y
empecé a trabajar con ella,
Empecé
a pulirla,
De
ella hice una parte de mi propia vida.
Pero
esto es demasiado largo.
Corté
unos árboles para navegar,
Buscaba
peces,
Buscaba diferentes cosas,
(Yo
soy el Individuo).
Hasta
que me empecé a aburrir nuevamente.
Las
tempestades aburren,
Los
truenos, los relámpagos,
Yo
soy el Individuo.
Bien.
Me puse a pensar un poco,
Preguntas
estúpidas se me venían a la cabeza.
Falsos
problemas.
Entonces
empecé a vagar por unos bosques.
Llegué
a un árbol y a otro árbol;
Llegué
a una fuente,
A
una fosa en que se veían algunas ratas:
Aquí
vengo yo, dije entonces,
¿Habéis
visto por aquí una tribu,
Un
pueblo salvaje que hace fuego?
De
este modo me desplacé hacia el oeste
Acompañado
por otros seres,
O
más bien solo.
Para
ver hay que creer, me decían,
Yo
soy el Individuo.
Formas
veía en la obscuridad,
Nubes
tal vez,
Tal
vez veía nubes, veía relámpagos,
A
todo esto habían pasado ya varios días,
Yo
me sentía morir;
Inventé
unas máquinas,
Construí
relojes,
Armas,
vehículos,
Yo
soy el Individuo.
Apenas
tenía tiempo para enterrar a mis muertos,
Apenas
tenía tiempo para sembrar,
Yo
soy el Individuo.
Años más tarde concebí unas cosas,
Unas
formas,
Crucé
las fronteras
y
permanecí fijo en una especie de nicho,
En
una barca que navegó cuarenta días,
Cuarenta
noches,
Yo
soy el Individuo.
Luego
vinieron unas sequías,
Vinieron
unas guerras,
Tipos
de color entraron al valle,
Pero
yo debía seguir adelante,
Debía
producir.
Produje
ciencia, verdades inmutables,
Produje
tanagras,
Di
a luz libros de miles de páginas,
Se
me hinchó la cara,
Construí
un fonógrafo,
La
máquina de coser,
Empezaron
a aparecer los primeros automóviles,
Yo
soy el Individuo.
Alguien
segregaba planetas,
¡Árboles
segregaba!
Pero
yo segregaba herramientas,
Muebles,
útiles de escritorio,
Yo
soy el Individuo.
Se
construyeron también ciudades,
Rutas
Instituciones
religiosas pasaron de moda,
Buscaban
dicha, buscaban felicidad,
Yo soy el Individuo.
Después
me dediqué mejor a viajar,
A
practicar, a practicar idiomas,
Idiomas,
Yo
soy el Individuo.
Miré
por una cerradura,
Sí,
miré, qué digo, miré,
Para
salir de la duda miré,
Detrás
de unas cortinas,
Yo
soy el Individuo.
Bien.
Mejor
es tal vez que vuelva a ese valle,
A
esa roca que me sirvió de hogar,
Y
empiece a grabar de nuevo,
De
atrás para adelante grabar
El
mundo al revés.
Pero
no: la vida no tiene sentido.
Parra
conmemora sus 90 años este 5 de septiembre. Me sumo a ese homenaje
como si fuera en un carrusel. La Fundación Neruda, ha organizado un acto para
el antipoeta en Isla Negra, en el mar de reconciliación entre la Cartagena
vecina de Vicente Huidobro y Las Cruces de Parra. La poesía es más
permanente que los transitorios obituarios, que los propios Manifiestos, que
un presente bilioso, visceral, retórico. Aquí está Parra:
LA POESÍA MORIRÁ SI NO SE LA OFENDE
hay que poseerla y humillarla en público después se verá lo que se hace
Rolando Gabrielli