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Tips y curiosas leyendas urbanas sobre la elección porteña

Algunas cuestiones que aparecen rodeando a la próxima elección de legisladores para la Ciudad de Buenos Aires realmente llaman mucho la atención. Tanto en lo que uno puede inferir de las conductas de los elegibles como de la de los electores.

Una de las primeras cosas que resultan sorprendentes es la capacidad de algunos candidatos para presentar esta elección como si fuera una especie de plebiscito sobre la gestión de Milei.

De dónde diablos sacaron eso francamente no lo sé. Pero el constante repiqueteo en ese concepto -fundamentalmente por parte del kirchnerismo- refuerza la idea de que en una elección hay “intangibles psicológicos” que, aunque puedan ser aniquilados desde un punto de vista racional-analítico, producen en el inconsciente colectivo una especie de “sensación” que es lo que seguramente se busca.

En este caso, por ejemplo, resulta obvio de toda obviedad que lo que se va a elegir en la ciudad son tan solo legisladores locales, los que alguna vez se llamaron “concejales”. ¿Quien hubiera soñado, en los tiempos de aquella palabra, que una elección de “concejales” pudiera armar tanto revuelo, no?

Pero lo cierto es que el manejo subliminal de la comunicación política, unido a una proverbialmente mala educación cívica ha permitido generar este clima en el que parece que lo que se pone a prueba es el apoyo o el rechazo al rumbo que el gobierno federal le quiere dar a su gestión.

El segundo tema llamativo (que está en línea con el primero) es la presentación de una simple elección legislativa en una en la que parece que se fuera a elegir Jefe de Gobierno. Esto es, en el mejor de los casos de que logremos circunscribir la atención a la Ciudad de Buenos Aires, el mensaje que algunos candidatos (de nuevo fundamentalmente el kirchnerismo) quieren instalar es de que aquí se elige un cargo ejecutivo.

Nada mas lejos de la verdad. Es más, muchas de las cosas que dice Leandro Santoro en campaña van a estar legalmente fuera del rango de sus posibilidades como legislador. En otras palabras, Santoro está engañando a los electores porque lo que promete no es que no lo va a poder hacer porque es un inservible: no lo va a poder hacer porque se está postulando para un cargo que, desde el lugar que ocupe, no le va a permitir hacer lo que promete.

Entonces, detrás de lo que, con “cariño”, podríamos llamar una táctica de campaña, lo que hay es un embuste (uno más) con el que el kirchnerismo pretende atraer votos que se sufraguen con la ilusión de que, haciéndolo, el candidato tendrá el poder legal y legítimo para cumplir lo que prometió. Mentiras: Santoro no es candidato a Jefe de Gobierno; es candidato a legislador y desde allí no se puede hacer nada de lo que dice que va a hacer.

Como un derivado de esta trampa hay otra: la gente no va a elegir a Santoro; la gente va a elegir una “lista”, en la que Santoro ocupa el primer lugar, pero en la que -una vez que los resultados estén puestos- el candidato número siete u ocho de esa sábana, valdrá lo mismo que Santoro.

En teoría  aquí no podría escribirse un titular al día siguiente de la elección que diga, por ejemplo, “Ganó Santoro”. No. En todo caso, si los medios quieren ser correctos, deberán escribir “ganó el kirchnerismo en la Capital”. Está sutil corrección nos lleva a otras derivaciones.

Porque, una vez más, el movimiento inventado en Santa Cruz por Nestor Kirchner, echa mano de una vieja táctica (una de sus preferidas) que es la táctica del “Caballo de Troya”, esto es, la idea de esconder detrás de personajes, digamos así, “simpáticos”, una verdadera Armada de Brancaleone en la que se esconden, punteros, bushcas y hasta lisos y llanos delincuentes como el “Pitu” Salvatierra, notorio ladrón de bancos y usurpador de terrenos en la misma ciudad por la que hoy se presenta a reclamar el voto de los ciudadanos a los que les robó.

Esta estrategia se inauguró, recuerdan ustedes, con la increíblemente pública mentira de las “candidaturas testimoniales” de 2009 en donde una serie de personajes decían, abiertamente, que prestaban sus nombres a los primeros lugares de las listas kirchneristas pero que ellos no iban a asumir y que, una vez que los votos se terminaran de contar, les iban a dejar sus lugares a los impresentables que estaban escondidos detrás de su “simpatía”.

Es increíble que esto haya sucedido en la Argentina, que los argentinos lo hayan aceptado y que más de 15 años después sigamos con variantes del mismo engaño. Ni siquiera el brulote del experimento de Alberto Fernandez fue suficiente para que los argentinos aprendieran de qué clase de materia está compuesto el kirchnerismo.

Un elector de la Capital consciente de sus deberes democráticos, debería leer los nombres de las listas de todos los partidos. Porque insisto: lo que se va a elegir es una lista. No un candidato. No una fórmula.

En ese sentido, no resultaría extraño que en los próximos días veamos avisos o cartelería callejera con la foto de los dos primeros candidatos del kirchnerismo. Así, por ejemplo, no me sorprendería que aparecieran Santoro y Claudia Negri abrazados, sonrientes y levantando los brazos como si fueran una “fórmula” poco menos que presidencial: son flashes visuales dirigidos a esos pliegues del cerebro que calibran las imágenes con un peso específico distinto del que verdaderamente tienen.

Pero después de más de 40 años de, supuestamente, “elegir” candidatos en una democracia, los ciudadanos electores deberían estar suficientemente avispados como para que estos engaños no tuvieran éxito. Sin embargo, soy pesimista. Insisto: si los argentinos convalidaron una mentira abierta y confesada como la de las candidaturas testimoniales qué queda para una elección en donde, aparentemente, no hay una trampa tan evidente como aquella.

Lo cierto es que quienes voten en la Ciudad de Buenos Aires deberían estar atentos a algunos simples detalles. Por ejemplo:

  • que lo que se decide allí son tan solo legisladores para la Legislatura porteña;
  • que esos señores y esas señoras no podrán hacer lo que están prometiendo porque las atribuciones legales que les da el cargo para el que se postulan no se los permite, ya que no compiten por un cargo ejecutivo;
  • que quien gana las elecciones legislativas es un partido y no una persona;
  • que se debería revisar, entonces, quiénes acompañan al “simpatico” de turno que ocupa el primer lugar de la lista;
  • que las predilecciones por la política nacional deberán mostrarse en las elecciones de octubre.

Parece mentira que haya que recordar estos palotes de “primero inferior” para una ciudadanía que hace 42 años que vota ininterrumpidamente. Pero el daño cerebral que la destrucción de la educación cívica (y de la educación en general) motorizado por el peronismo y profundizado por el kirchnerismo ha sido de tal dimensión que no está demás que lo apuntemos. Ojalá sirva.

Director periodístico: Christian Sanz © Tribuna de Periodistas. Todos los derechos reservados
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