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Papa Francisco / X

El feriado de los justos: para los peronistas, también se descansa por fe

En un país remoto del sur, donde los relojes se atrasaban y las urnas se llenaban solas, unos diputados, discípulos de una doctrina que traslapaba la justicia con el botín, decidieron canonizar no a un santo, sino a un compañero.

A la muerte del Sumo Pontífice —quien había enseñado que la pobreza era un tesoro y el poder un servicio, aunque administraba ambos como propiedades heredadas—, los legisladores proclamaron en un proyecto de ley: “Que el 21 de abril nadie trabaje, para honrar al que trabajó tan poco en la Tierra y tanto en los Cielos de la diplomacia.”

El Vaticano, viejo experto en vender indulgencias al peso y comprar silencios a granel, aplaudió desde sus mármoles dorados. Se envió una bendición especial: indulgencia plenaria para los que votaran el feriado y un lote de rosarios —fabricados en China, pero bendecidos por un obispo— para los que firmaran la ley.

Así fue que, en nombre de la humildad, se multiplicaron los almuerzos oficiales, los contratos de asesoramiento celestial y los subsidios a fundaciones con nombres de santos, balances imaginarios y bolsillos insondables.

Se dice que, en el futuro, cada 21 de abril, los argentinos conmemorarán el legado de su mayor hijo… haciendo lo que mejor sabían: no trabajar, esperar un milagro y brindar por la eterna corrupción de sus santos y sus políticos, indistinguibles ya entre sí.

Borges, desde un rincón polvoriento del Paraíso, entre las páginas de un libro que ya había leído demasiadas veces, esbozó una sonrisa cansada. Nada de esto le resultaba nuevo: la historia, como bien sabía, es apenas un diccionario de eufemismos donde “feriado patriótico” se traduce, invariablemente, como “festín de hipocresías disfrazadas de solemnidad”.

Director periodístico: Christian Sanz © Tribuna de Periodistas. Todos los derechos reservados
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