Cuando uno se pone en el lugar de quienes toman algunas decisiones, surgen miles de preguntas. La primera de ellas, cuando las consecuencias de las decisiones tomadas parecen provocar un tsunami de catástrofes, es si, quién tomó las decisiones no se imaginó lo que podría ocurrir.
Es lo que muchos están pensando respecto de Donald Trump. ¿Es posible que el presidente de EEUU no haya previsto lo que podría pasar si establecía un esquema de aranceles como el que anunció el día que él mismo llamó “Liberation Day”?
Thomas Friedman, el crítico periodista norteamericano que ha sido implacable con el presidente incluso antes de ganar las elecciones, explicaba el fin de semana que el mundo es hoy lo que es (según él el lugar que disfruta del periodo de paz más largo y floreciente de la historia humana desde que finalizó la SGM hasta 2022 en que Putin invadió Ucrania) gracias a que EEUU ha sido un país tan generoso que no solo resolvió el resultado de la guerra y rescató a Europa de la miseria con el Plan Marshall, sino que permitió que otros países usaran su mercado para vender mercaderías para que esos países crecieran y se desarrollaran.
Según Friedman la lógica detrás de ese razonamiento indicaba que mientras EEUU mantuviera su participación porcentual en el PBI mundial (de alrededor del 25%) un mundo global más rico derivaría en un beneficio para todos, incluido naturalmente EEUU que no perdería peso económico global (porque su participación porcentual en la riqueza total no se modificaría) pero que ahora se obtendría sobre un volumen total mucho mayor gracias al crecimiento de los demás.
Esa “permisividad generosa”, según la visión de este analista, habría derivado en ese mundo que él mismo definía como el más próspero y pacífico de la historia.
Trump planteó desde la campaña el fin de la generosidad. Para el ahora presidente aquella fue una táctica de la que los demás países se abusaron y mediante la cual estafaron (esa es la palabra que usa) a los EEUU. Según el presidente era hora que alguien pusiera las cosas en su lugar y terminara con la injusticia.
Otros indican que, en realidad, Trump no entiende la imposición de aranceles como un objetivo final de su política sino como una transición hacia un comercio más libre.
¿Pero si quiere ir a un comercio más libre cómo arranca así? Según algunos analistas, el presidente cree que ahora comienza un periodo de negociación al final del cual habrá logrado que los demás países abran sus mercados a los productos estadounidenses si quieren continuar aprovechando las ventajas del acceso al mercado norteamericano. Es como si hubiera dicho: “Muy bien, el tiempo que les di para que se hicieran ricos a costa de comerme la injusticia de ser yo el único generoso terminó… Ahora que son ricos van a tener que abrirse como me abrí yo todo este tiempo y dejar que yo les venda como ustedes nos vendieron a nosotros durante décadas”.
Puede que el razonamiento tenga cierta lógica desde ese punto de vista. Pero no hay que olvidar que de lo que Friedman llama “generosidad” EEUU también sacó sus ventajas porque gracias a que su mercado interno fue provisto desde multiples fuentes la oferta de bienes y servicios siempre superó a la demanda con lo que los precios se mantuvieron bajos para el consumidor que conservó, de modo bastante inalterado, el poder adquisitivo de su salario.
Ahora, el cierre del mercado propio puede someter a los consumidores a un cautiverio en manos de productores locales menos eficientes que levanten los precios y bajen la calidad de sus productos aprovechando la disminución de la competencia.
De nuevo, puesto imaginariamente el hombre común en el lugar del que toma las decisiones, surge la duda de si todos estos imponderables fueron sopesados a la hora de decidir avanzar.
Naturalmente dadas las circunstancias, uno no puede creer que las diferentes consecuencias de lanzar un plan de esta naturaleza no se hayan medido. La dilapidación de riqueza (si tomamos la pérdida en el valor de los stocks que se registraron en los mercados de todo el mundo desde el miércoles pasado hasta hoy) ha sido inmensa. Son billones de dólares los que se han esfumado en apenas unas horas. Activos que ciudadanos del mundo tenían en su haber hace una semana y que hoy no los tienen más.
Frente a esta realidad surge la pregunta sobre cuál sería la mejor táctica para lidiar con ella: ¿Ser “amigo” de Trump y tratar de que una cercanía -que puede ser hasta personal- mitigue los efectos del tsunami en lo que hace a los intereses de tu país o pararse de manos y responder con la misma moneda?
Es obvio que la respuesta a la pregunta no es la misma para todos los países. Habrá quienes tengan el poderío y el respaldo para emprenderla con medidas retaliatorias. Otros tendrán que estudiar muy bien lo que hacen.
La Argentina, según sea lo que haga, puede estar frente a una gran oportunidad. EEUU, al menos bajo esta administración y por los próximos largos 4 años, estará enfocado en la idea de asegurar su provisión de materiales que considera críticos para la evolución de su propio desarrollo en tiempos de paz. Ni hablar si el mundo se encamina a un conflicto que escale a consecuencias más graves.
La mayoría de esos materiales son minerales con los que la Argentina cuenta. Es más, es muy probable que las reservas de las llamadas “tierras raras” (que a pesar de llevar el nombre de “tierras” no son en realidad “tierras” sino minerales poco frecuentes como en tungsteno, el manganeso, el lantano, el cerio, el praseodimio, el neodimio, el prometio, el samario, el europio, el gadolinio, el terbio, el disprosio, el holmio, el erbio, el tulio, el iterbio y el lutecio, además del litio que ya no es “tan raro”) sean mucho mayores de lo que se cree si uno toma en cuenta la composición química del suelo argentino en comparación con otros similares que han sido más explorados que el nuestro.
Si el país pudiera recomponer su estructura económica e institucional y alcanzar un punto de confiabilidad -que, lamentablemente, tuvo muy pocas veces en su historia y que, desde ya, perdió hace tiempo desde la última vez que pudo haberlo tenido- estaría en condiciones de negociar desde una posición fuerte condiciones que le aseguren un futuro venturoso.
Sé que hablar de “futuro venturoso” en la Argentina puede resultar algo inocente en un país de truhanes y “bushcas” (así, pronunciado con “sh” en el medio); un país que hace rato se acostumbró a vivir en un estado de semi-delincuencia aceptado y en donde cierto grado de ilegalidad es considerado parte normal de su cotidianeidad. Pero la esperanza es lo último que se pierde y, aunque cueste creerlo, en este escenario volátil y turbulento quizás se esconda una oportunidad única si se saben leer las actuales entrelíneas de la realidad.
A nadie se le escapa que el presidente Javier Milei ha entablado desde hace tiempo ya una relación especial con Trump. Hasta ahora esa, digamos, “admiración” no ha tenido de parte de Washington una correspondencia concreta. Se espera que la primera demostración de reciprocidad sea el empujón final al FMI para que desembolse más dinero del esperado y más rápido de lo que se pensaba.
Pero con lo importante que esa cuestión puede ser para la coyuntura, está lejos de tener la profundidad estratégica que podría tener un verdadero acuerdo argentino-norteamericano de largo alcance en materia geopolítica y económica.
Y un viraje de ese nivel para un país que le entregó territorio soberano a China, que declinó la jurisdicción nacional a favor de Irán para juzgar a asesinos de compatriotas y que se ofreció como la “puerta de entrada de Rusia a América Latina” sin que nadie se acordara del “cipayismo”, puede constituir un cambio estratégico que repare la ceguera peronista que, alguna vez, nos ató al carro perdedor de los nazis y que, hasta el dia de hoy, seguimos pagando.

Columnista de Análisis y Opinión