El intento por hacer un análisis de la realidad política resulta cada día más difícil, porque sentimos estar viviendo frente a una suerte de bolsa de gatos que luchan entre sí desesperadamente para salir de ella.
Y al señalarlo, surge inevitablemente el prurito de resultar demasiado cáusticos, contribuyendo a difundir que nos hallamos frente al goce avasallador de una irracionalidad sin remedio.
Porque el repudio que sentimos frente a la obscenidad que rodea los conciliábulos y enfrentamientos que zarandean a una opinión pública desconcertada y apabullada por los tejes y manejes de muchos políticos “de moda”, colma cualquier capacidad de asombro.
Parecería que el complejo tramado de instituciones cruzadas por egos y pugilatos “físicos” de historieta, hubieran transformado las normas de convivencia en un escenario que ampara a quienes procuran prolongar sine die una suerte de hechizo de promesas vacías, que termina finalmente en una verdadera orgía de contradicciones.
No existen límites entre lo satisfactorio y lo perverso, mientras se expande la victimización de los distintos protagonistas, que tratan de imponer la moral de supuestas verdades absolutamente falsas.
Esta actitud ha pasado a convertirse en algo irrefrenable y aniquilador para una sociedad que ha terminado resbalando hasta el fondo de una pendiente sin solución de continuidad, sumiéndonos en los mitos de ciertas fantasías privadas que solo resumen el desorden conceptual que atraviesa las cabezas de quienes nos obligan a sumergirnos en un escenario de fanatismo sin fronteras.
Un escenario donde muchos políticos aparecen como la punta de un gigantesco iceberg que asoma como parte de un glaciar que amenaza con romperse en mil pedazos. ¿O ya habrá ocurrido sin que nos demos cuenta?
Nadie sabe qué hace falta para salir de este marasmo, y todos desoyen los consejos del filósofo catalán Jaime Balmes, cuando señalaba que “el criterio es un ensayo para dirigir las facultades del espíritu humano por un sistema diferente: un medio para conocer la verdad en las cosas, y quererlas como es debido”.
Este sabio concepto ha sido olvidado y yace en la penumbra de un desván. Un desván sin luz ¿ni horizonte razonable alguno? A buen entendedor, pocas palabras.

Columnista de Análisis y Opinión