Alberto Fernández está desaparecido de la agenda política. Ya antes de terminar su mandato se encontró con una realidad chocante: su aprobación social era tan baja que no había motivación alguna para buscar la reelección.
“Chocante” porque sus más cercanos e íntimos en el Gobierno le acercaban encuestas privadas que le vendían una realidad que no era tal. De hecho llegó a deslizar la idea de presentarse para un segundo mandato, lo que fue en ese momento catalogado básicamente como un salto al vacío. La pérdida ya estaba asegurada y por ello es que finalmente no se decidió presentar.
La pandemia del coronavirus, la fiesta de cumpleaños en la Quinta de Olivos, y la visita de figuras destacadas (con videos que luego aparecieron) fueron solo algunas acaso de las motivaciones que lo hicieron bajarse del terreno político, al igual que lo hizo al finalizar su función como jefe de Gabinete en aquel lejano 2008.
Hoy sus menciones se deben casi pura y exclusivamente a problemas que enfrenta con la justicia, tales los casos de la denuncia de violencia de género –impulsada por la ex primera dama Fabiola Yañez– y el escándalo de los seguros.
En el segundo de estos casos el ex presidente se encuentra complicado, pero con tiempo. Pesa sobre él una nueva solicitud de inhibición de bienes luego de que la Cámara Federal la haya dejado sin efecto, lo que complica aún más su participación en el expediente.
En lo referente a la denuncia por violencia de género, el tiempo le corre en contra. Su procesamiento fue confirmado por la Cámara Federal y pesa sobre su persona un embargo de 10 millones de pesos sobre sus bienes.
En tal sentido, en una entrevista radial brindada este miércoles, aseguró haber denunciado a su ex pareja por falso testimonio agravado. “Nunca le pegué”, afirmó el ex mandatario.
El problema que hoy lo complica, en parte, es la falta de credibilidad. Alberto Fernández fue un asiduo mentiroso durante su presidencia y eso quedó expuesto en varias oportunidades.
Además ostenta una muy mínima base de apoyo político. Más allá de puntuales personeros como Santiago Cafiero, no cuenta con la venia del poder que supo tener al principio de su mandato como presidente.
Ello se profundiza de manera negativa si se tiene en cuenta el distanciamiento con la jefa del justicialismo Cristina Kirchner, quien lleva por debajo a la masa militante más dura que supo bancar la candidatura de Alberto Fernández.
Hoy, el ex mandamás vuelve a enarbolar las banderas de “mi querida Fabiola”. Vuelve a insistir que la fiesta en Olivos fue culpa de la ex primera dama, luego de desmentirse… luego de haberla culpado.
Se lo nota desesperado, aunque lo niegue, y esa es una condición –aunque no concluyente- de su culpabilidad. Hoy prácticamente nadie duda que haya tenido actitudes violentas hacia la madre de Francisco, el hijo de ambos.
Como olvidar ese acto desesperado que lo dejó expuesto a la hora de traer un nuevo bebé al mundo. Se especuló mucho hasta que se conoció el embarazo de Fabiola. La idea era generar un efecto “romantizador” en la sociedad, mostrando a Alberto como un padre de un recién nacido.
¿Quién en su sano juicio haría algo semejante? Ello también le valió críticas al respecto. Fue una jugada que finalmente le jugó en contra, porque nadie le creyó el cuento del “padre amoroso”, más allá que lo sea o no.
Alberto Fernández pasará a la historia como un hombre totalmente denostado y despreciado por la sociedad argentina, habiéndose puesto en contra no solo a los ajenos, sino también a los propios… y eventualmente condenado por la Justicia.

Secretario de Redacción