El gobierno del presidente Javier Milei finalmente tomó la decisión que no podía seguir dilatando. Al decir esto muchos pensarán que insinúo que, dada la performance del mercado cambiario desde que comenzó el año, efectivamente el levantamiento del cepo no podia demorarse porque el drenaje de divisas del BCRA comprometería, tarde o temprano, áreas incluso más sensibles de la economía y de las cuales el propio gobierno había hecho gala durante su primer año.
Pero no. Cuando digo que el presidente tomó la decisión que ya no podía esperar, lo digo porque, para un gobierno liberal, la simple existencia de un esquema completamente anómalo y contrario a la naturaleza -como es la fabricación de un laberinto incomprensible para evitar que los ciudadanos ejerzan sus derechos- es una contradicción tan aberrante que, de continuar, iba a poner en duda toda la legitimidad teórica que el presidente quiere darle a su gestión.
Resulta obvio que para un país acostumbrado a vivir encadenado, el retirar las cadenas genera una zozobra que parece ser peor que los efectos de la prisión a la que estaba sometido. Pero la realidad indica que vivir libre es mejor que vivir preso.
Tan distorsionada está la mente argentina que, sin embargo, la apertura de la puerta de la celda debió hacerse con extremo cuidado, dejando incluso parte nuestra humanidad en el calabozo.
Quienes podrán comprar dólares como si compraran caramelos son las personas físicas, pero las empresas seguirán atadas por ahora a una serie de restricciones. Además, quienes pudieron abandonar la celda, lo han hecho para poder moverse libremente, por ahora, dentro de un “barrio”: si hay indicios de que se quiere “salir del barrio”, un policía vendrá para decirnos que, por el momento, nuestra libertad está limitada a moverse dentro de un radio de determinadas cuadras. Eso es lo que sugiere el sistema de “bandas”.
De nuevo, son las gravísimas consecuencias psicológicas que años de servidumbre y de encierro le han hecho a la mente argentina. Hoy, hasta el oxígeno más puro se puede convertir en un riesgo para sus pulmones: hay que administrarlo gradualmente.
¿Qué harán los argentinos con esta herramienta nueva de la que ahora disponen? Nadie lo sabe con certeza. Muchos dicen que algunos aprovecharán la libertad y, en cierta medida, el “seguro de cambio” de las bandas para hacerse de dólares y llevárselos. Si ocurre eso será una señal de que la Argentina, como país, en realidad no existe y aquí solo habita un conjunto de depredadores que ya han perdido las esperanzas de que el país sea serio alguna vez y recompense de acuerdo a una tabla de premios y castigos saludable: cansados de otras estafas a las que los sometieron antes, juran que no serán tan tontos esta vez.
El seguimiento de este comportamiento será crucial para descifrar -en parte- lo que va a pasar. Pero ese comportamiento aparece ahora en el marco de un conjunto de hechos nuevos que en ocasiones anteriores no estaban.
El gobierno del presidente Milei, a costa de un enorme sacrificio general, ha puesto en orden variables que nunca antes habían estado en orden. Entonces, intentar predecir lo que va a ocurrir con el comportamiento del mercado viendo lo que ocurrió antes, cuando el contexto técnico que rodea ambos tiempos es muy distinto, puede llevarnos a conclusiones erradas.
Los apóstoles que esperan el fracaso de Milei -y, digámoslo también, del liberalismo económico de la Constitución- para volver agazapados a fabricar sistemas oscuros de los cuales ellos se llevan la tajada más grande, pronosticarán (y hasta “militarán”) una catástrofe porque, en el fondo, eso es lo les permitiría regresar.
Pero quienes analizan la realidad, cuando esos cantos de sirena aparezcan, no deberían pasar por alto el resalte de los diferentes contextos que rodean situaciones que algunas voces interesadas quieran presentar como idénticos.
Concretamente: las condiciones en las que la Argentina recibe hoy el apoyo del FMI son sideralmente diferentes a las dos ocasiones que esos alfiles del kirchnerismo traen a la memoria para querer convencer a todo el mundo de que esto es más de lo mismo: el “blindaje” de Machinea y el préstamo conseguido por la administración de Macri.
Las cuentas macroeconómicas de la Argentina no habían sido puestas en orden en aquellas dos ocasiones. De modo que quien refiera a De La Rúa o a Macri para poner a Milei en un pie de igualdad con ellos, o es un burro, o tiene mala fe o ambas cosas al mismo tiempo.
Esta última combinación es, claramente, la que le cabe a Cristina Fernández de Kirchner que reúne las condiciones de ignorante y cizañera casi en proporciones iguales.
Probablemente lo más importante de los anuncios no se haya anunciado aún. El país debe encarar una profundísima reforma impositiva, otra laboral y, por fin, una previsional. Toda la estructura legal que hoy gobierna tanto los impuestos, como las relaciones de trabajo y las normas de retiro deben ser modificadas de raíz. Un nuevo modelo jurídico en esas áreas, casi que no debería dejar en pie nada de lo conocido en el pasado.
También hay que profundizar y darle mayor velocidad al proceso de desregulación y de privatizaciones y, dentro del contexto internacional, a la apertura al comercio.
La coparticipación federal de impuestos debe desaparecer. Las provincias deben recuperar la soberanía fiscal y aceptar la responsabilidad que conlleva el ejercicio de esa independencia. Y deberían arreglar que porcentaje de su ingreso van a pagarle al “administrador general del consorcio” (que es el gobierno federal) por el trabajo que éste hace llevando las cuentas comunes. En lo ideal la base impositiva para individuos debería funcionar en base a un “flat tax” cuya progresividad debería resultar de la base imponible sobre la que se aplica y no de la tasa del impuesto.
El régimen que gobierna el ingreso de los que se retiran debe guardar una íntima relación con la justica y con los años de aportes generados durante la vida activa. La ratio entre los trabajadores activos y pasivos debe alcanzar niveles que aseguren el autofinanciamiento del sistema y cada ciudadano debería poder elegir cómo maneja la parte de su ingreso en actividad que decida derivar a ahorro futuro para cuando no trabaje.
El marco jurídico y macroeconómico de un horizonte de esta naturaleza no es comparable a nada de lo que ocurrió en el pasado. Y si hay algo que el socialismo nunca entendió es que la realidad no es algo analizable en modo “ceteris paribus”: los jugadores se mueven diría el Coco Basile.
El futuro depende, como siempre, del mismo elemento inasible que decide la suerte de cualquiera: la confianza. La confianza no es algo completamente mágico, pero tiene mucho de magia, de cuestiones que no pueden explicarse racionalmente.
El gobierno maneja varias fichas para al menos influir sobre la parte no-mágica de la confianza. Ese manejo, antes que nada, debería estar dirigido a conseguir mayor volumen legislativo en octubre. Y en ese terreno algunos operadores del presidente están cometiendo errores de percepción que podrían resultar, esos sí, catastróficos a la hora de consolidar el componente mágico de la confianza.
Por eso, al lado, de la obvia ansiedad por saber cómo operará el país ahora que puede caminar más libremente por un barrio acotado pero, sin dudas muchísimo más amplio que el calabozo al que lo condenó por años el kirchnerismo, se despiertan otras ansiedades que, según se resuelvan, contribuirán en mucho a calmar las primeras.

Columnista de Análisis y Opinión