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Ficha Limpia: una ley contra el olvido institucional

En la Argentina, donde el tiempo político suele medirse en sobresaltos y la memoria cívica en olvidos estratégicos, resulta llamativo que una norma como Ficha Limpia vuelva al centro de la escena. No es nueva la intención ni novedosa su letra: se trata simplemente de impedir que personas condenadas por delitos contra la administración pública puedan postularse a cargos electivos si la condena ha sido confirmada en segunda instancia. Tan simple como eso, y tan complejo como siempre.

Podría decirse que la ley busca depurar el sistema, pero en rigor intenta algo más modesto: introducir una dosis mínima de higiene donde ha reinado por años una costumbre permisiva. La política argentina ha tolerado, cuando no promovido, que quienes traicionaron la confianza pública regresen sin mayor trámite al ruedo electoral. No por olvido, sino por conveniencia.

El peso de los hábitos

No es una ley contra personas, sino contra hábitos. Y allí radica su mayor dificultad: no enfrenta a un sector, sino a un modo de hacer política. La resistencia que encuentra en algunos sectores del Senado no obedece a ideologías, sino a la vieja solidaridad entre quienes temen, con razón o sin ella, ser los próximos alcanzados por la norma. La corrupción, en su versión más persistente, no es ideológica: es transversal, pragmática, casi afable en sus formas.

Es posible que Ficha Limpia no logre sortear los requisitos de la mayoría agravada. También es posible que se apruebe pero su aplicación futura dependa del viento judicial del momento. Pero incluso en su inestabilidad, el solo hecho de que se discuta revela una grieta en la armadura de la costumbre.

Una ley que incomoda a todos

No hay épica en esta ley, ni grandes discursos encendidos. Hay en cambio una sobriedad sospechosa, un tono burocrático que intenta parecer neutral pero es, en efecto, profundamente político. Ficha Limpia incomoda porque su lógica es inapelable. Quien fue condenado por defraudar al Estado, ¿por qué habría de administrar nuevamente sus recursos?

Y sin embargo, la pregunta inquieta más que su respuesta. Porque obliga a revisar trayectorias, archivos, alianzas. Porque corta el cordón umbilical entre la falta y la impunidad. Y porque, en última instancia, amenaza con romper ese acuerdo tácito que durante años ha permitido que todo cambie para que todo siga igual.

Moral y oportunidad

Como toda iniciativa que pretende moralizar la política, Ficha Limpia carga con el riesgo de ser usada como instrumento de ocasión. Pero también es cierto que, sin reglas claras, todo queda librado al pacto informal, al acomodo, al olvido negociado. No se trata de una cruzada ética, sino de una norma práctica. Una línea en la arena.

El momento elegido para su tratamiento no es casual. Tampoco lo es su resistencia. Pero lo que sí resulta revelador es que su sola existencia despierte tanta tensión: como si el país no pudiera permitirse una regla tan básica sin poner en riesgo el equilibrio de su sistema político.

Epílogo para escépticos ilustrados

Una democracia puede tolerar muchas cosas: cierta torpeza administrativa, la inflación de promesas, incluso alguna que otra nostalgia autoritaria si se disfraza de eficiencia. Lo que no debería tolerar es la naturalización de la corrupción como paisaje.

Aunque, si se observa con atención, acaso no haya mayor audacia que pretender limpieza en un sistema que ha aprendido a florecer en el barro. Y acaso no haya ley más reveladora que aquella que, sin nombrar a nadie, logra inquietar a tantos. Una delicada paradoja jurídica: castigar el abuso con la cortesía de un reglamento. O lo que es lo mismo: recordarle a la política que el poder, aun el más pequeño, exige límites.

Director periodístico: Christian Sanz © Tribuna de Periodistas. Todos los derechos reservados
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