Este lunes, murió Jorge Bergoglio, quien supo epresentar sin lugar a dudas al prototipo del populista latinoamericano con todos sus nefastos vicios más la componente católica de la extrema izquierda de esa Iglesia, agrupada en torno a la Teología de la Liberación, con sus ingredientes marxistas, y con la cual simpatiza, una teología que durante años produjera violencia y un atraso colosal de los procesos de democratización en nuestro continente.
El papa Francisco, fiel al peronismo con sus tradicionales rasgos fascistas, no tuvo empacho en pasar de un pensamiento totalitario de derecha a otro de la extrema izquierda en el curso de su vida como sacerdote. Llegó a fustigar, no bien pudo, a la economía del libre mercado, al capitalismo y lanzó guiños al socialismo, al marxismo y al comunismo demostrando su simpatía con los sátrapas que asolan nuestro continente. Nunca una crítica directa contra el comunismo, las dictaduras, y muchas veces cercano a los tiranos ofreciéndoles su apoyo. Ha sido vergonzosa su actitud. Fue falso, hipócrita, y no se condijo con la lucha de las poblaciones por el respeto de los derechos humanos mínimos y por la libertad. Nunca se había visto un pontífice tan involucrado en asuntos políticos, marginando aquellos relativos a la fe.
Su elección como Sumo Pontífice, y en esto están de acuerdo un sinnúmero de vaticanistas, hombres de fe, prelados y periodistas investigativos, ha sido fruto de una verdadera conspiración mafiosa de grupos progresistas poderosos dentro de la Curia, urdida para lograr la “renuncia” del papa Benedicto, para que fuera reemplazado por el “progresista” Bergoglio. Para lograrlo formaron el llamado “Club de la Mafia de San Gallen”, que se reunía periódicamente en esa ciudad suiza. Un verdadero escándalo.
Mientras tanto, durante su nefasto papado, Francisco se ha dedicado en forma sistemática y pérfida a combatir a sus opositores asegurándose así su poder y manipulando desde ya su sucesión. Es así que ha nombrado a 17 nuevos cardenales que son fieles a su ideología, todos ellos menores de 80 años, o sea que podrán decidir cualquier votación futura. Entre ellos encontramos a los arzobispos de Madrid, de Brasilia, Mérida en Venezuela y el de Tlalnepantla en México. La sospecha es que solapadamente realizó una verdadera purga ideológica, o como lo define el prestigioso periodista católico italiano Marco Tosatti, una “caza de brujas” dentro de su Iglesia.
Un buen ejemplo ha sido la elevación de obispos norteamericanos simpatizantes de la Teología de la Liberación a rangos de cardenales, dejando fuera del Colegio de Cardenales a obispos de importantes arquidiócesis, como es el caso del arzobispo José Horacio Gómez de Los Ángeles, la más grande e importante de los Estados Unidos. Una movida sin precedentes.
Con estos antecedentes no nos debería llamar la atención la descarada y siniestra actuación que tuvo apoyando a los sátrapas de nuestro Continente. Tomemos los emblemáticos ejemplos de Venezuela, Nicaragua, Bolivia, y de su natal Argentina, sin olvidar su maléfica sombra en los sistemas políticos de Ecuador, Brasil y tantos más.
El caso de Venezuela es bien conocido, y es el que como latinoamericanos más nos duele actualmente. Aquí se reveló Bergoglio en toda su mezquindad. Un silencio sepulcral lo rodea, siempre se negó a condenar abiertamente esta aberración política que asola al país caribeño. No oyó el clamor de su pueblo, las miles de misivas de sus ciudadanos, en su mayor parte católicos de fe; no oyó los incesantes pedidos de la capa de políticos honestos del país. Se enfrentó a su propia Iglesia, censuró a los curas que querían involucrarse en pro de los derechos humanos esenciales.
En mayo de 2018, un domingo, en la Plaza de San Pedro en el Vaticano y ante 30.000 fieles, hablando de su “amada Venezuela”, como acostumbraba nombrarla, decidió cambiar a último momento el mensaje previsto, preparado por la Secretaría de Estado Vaticana y revisado personalmente por Pietro Parolin, un cardenal con larga experiencia en temas venezolanos. En este mensaje original el Papa hubiera finalmente hecho referencia a los 300 disidentes políticos privados de libertad, pidiéndole también a Nicolás Maduro el respeto por la vida de todos los ciudadanos. Esta hubiera sido la primera vez que Bergoglio se hubiera referido abiertamente a estos temas. Pero no, desechando las páginas escritas que tenía por delante improvisó un discurso, lleno de lugares comunes, pidiendo solamente por la unidad del país. El escándalo fue aún mayor al saberse que el mensaje original ya se encontraba pronto para publicarse en el Boletín de Prensa de la “Sala Stampa“ vaticana, habiendo creado gran expectativa por las palabras que iba a pronunciar Bergoglio. Los esfuerzos de mediación del Vaticano bajo Bergoglio han sido un desastre. Ha legitimado al tirano del país, facilitándole a Maduro salvavidas para ganar tiempo, fortaleciéndolo a él y su camarilla de criminales narcotraficantes en el poder. ¡Qué vergüenza!
Personalidades políticas del continente se han hecho eco abiertamente del desprecio que le tenían a Bergoglio. Andrés Pastrana, expresidente colombiano, calificó de “intolerable” su silencio papal. “El silencio de Bergoglio ante la perversidad del régimen de Maduro, es ya intolerable, es decir frente a la opresión, los crímenes, el hambre, la enfermedad y el destierro que sufren los venezolanos“.
José Vivanco, director de la ONG International Human Rights Watch, calificó como “impresionantemente negativo la falta de compromiso con los DD HH por parte del Papa Francisco“, y la valiente bloguera cubana Yoani Sánchez expresó su gran desilusión con el Papa escribiendo “horrible silencio de alguien de quienes muchos le tienen tanta fe. Bergoglio se atreve a permitir que Maduro llame a valientes obispos venezolanos ‘diablos con sotana’, y ordene sancionarlos por ‘delitos de odio’.”
Lo mismo que sucedió en Venezuela, lo vimo repetirse en Nicaragua, con su actitud permisiva, colaboracionista con el binomio criminal-narcotraficante de los Ortega-Murillo. No le importó al Papa la opresión violenta que sufre el pueblo, la falta de derechos humanos, la represión criminal con 300 muertos documentados, casi un millar de desaparecidos, 800 presos políticos y miles y miles de nicaragüenses exiliados por el mundo. Bergoglio calló una y otra vez.
El propio monseñor Báez antes de dejar Nicaragua a su exilio forzado a Roma declaró enfáticamente: “No fue mi voluntad, me voy por la responsabilidad del Papa“. Más claro imposible. De esta manera el ahora fallecido Papa descabezó a la oposición de una figura central de la lucha por un cambio democrático en el país, un país profundamente católico que había encontrado en monseñor Báez una figura de esperanza para un cambio. En Miami, a su paso al exilio, se entrevistó con el obispo católico de la ciudad, Thomas Wensky, que manifestó toda su solidaridad con el monseñor depuesto declarando: “Actualmente Nicaragua es un país secuestrado por un grupo de poder que ha destruido la institucionalidad democrática, impuesto la mentira y la corrupción“.
Por su parte, el periodista más prestigioso del país centroamericano, Carlos Chamorro, ahora también en el exilio, expresó estas significativas palabras pocas semanas después: “Mi solidaridad con el obispo Silvio Báez, que se le ha impuesto un exilio forzado en Roma. Su salida es un golpe mortal contra el pueblo perseguido y representa un gran desafío para los obispos en Nicaragua“. Y como si quedara alguna duda de la ignominia del Papa y de su cercanía ideológica al marxismo, pocos años atrás resolvió rehabilitar al teólogo marxista nicaragüense, Ernesto Cardenal, una figura central de la Teología de la Liberación, y que fuera destituido por sus actuaciones políticas extremistas por el Papa Juan Pablo II, allá por los años 90. Bergoglio firmó una misiva personal eliminando todas las sanciones impuestas al ex obispo-poeta Cardenal.
Otra cuenta del rosario de apoyos y simpatías por sátrapas latinoamericanos, lo representó su relación con el dictadorzuelo Evo Morales en Bolivia, que ahora, y en contra de un plebiscito que le fuera adverso, se postula nuevamente como candidato a la presidencia del país, aplastando las estructuras democráticas y la constitución existentes. Bergoglio calló, porque era su aliado secreto. Aún tenemos presente las imágenes del regalo que le ofreció Evo, con motivo de una visita papal al país, en el año 2015, de un crucifijo adornado con una hoz y un martillo, que el Papa aceptó con una sonrisa cómplice en sus labios, expresando: “Yo entiendo esta obra, para mí no es una ofensa“. Quedó más que evidente la sintonía política y amistad que los unía. Bergoglio y Morales, que se refirió siempre a él como “hermano Papa”, se han reunido por lo menos cinco veces para conversaciones políticas, algunas en el Vaticano. Como producto de esta cercanía debemos comprender el nombramiento en el año 2018 del primer cardenal indígena del país, Toribio Ticona, hombre de total confianza de Evo Morales, un nombramiento que no fue muy bien visto por la Conferencia Episcopal Boliviana.
En la Argentina, Bergoglio ha ayudado a destruir más que a construir instituciones democráticas sólidas, que combatan la injusticia social, la gigantesca corrupción y que lleven a la mafia kirchnerista, que la ha fomentado de forma escandalosa, a la cárcel, el lugar que les corresponde, comenzando por la ex presidenta Cristina Kirchner. Pero no ha sido así. Bergoglio ha sido su compinche, su aliado, y resuena en nuestros oídos la repetida frase del Papa “cuiden a Cristina”. ¿Por qué cuidar a un personaje siniestro de la historia del país? ¿Y por qué la ha recibido seis veces en el Vaticano? Y al ex presidente Mauricio Macri, ni siquiera lo felicitó cuando ganó las elecciones. Figuras políticas importantes del país, muchas de ellas incluso católicas practicantes, como lo es Lilita Carrió, se han distanciado abiertamente de él, afirmando que ”el Papa no ayuda a pacificar al país sino que empodera a violentos”.
La idea central que dominó el pensamiento de Bergoglio ha sido “el pueblo”. Su pueblo es bueno, virtuoso y la pobreza le otorga una innata superioridad moral. Esta era la base del populismo del Papa, que desconfiaba de la democracia. Tenía una fijación pobrista, que lo llevó a pensar que ser pobre era una virtud. Si estos se emanciparan, se transformarían en clase media y perderían sus virtudes. El pobre tiene valores cristianos, en cambio la clase media tiene una visión egoísta, depredadora. Las economías populistas, con las que simpatizaba el Papa, han fabricado pobreza en el mundo en nombre del pobre que él dice tanto amar.
El Papa político, amigo de los sátrapas populistas de nuestro continente, creó una profunda grieta entre los católicos, y sus actitudes han llevado no sólo a la confusión de sus feligreses, sino a una decepción enorme con su pontificado que supo explicar su progresivo desprestigio, bien lejos de la luna de miel que produjo al principio de su entronización.

Columnista de Internacionales