Luego del luto impuesto por la muerte de SS Francisco, nos enfrentaremos a un mayo crucial, hoy que un Cónclave -que se prevé muy agitado por la presión de los cardenales más conservadores- designará a un nuevo Papa y, aquí, el 11 se votará en cuatro provincias y el 18, en la Ciudad Autónoma, en una elección que, por tratarse de una de las mayores vidrieras nacionales, se ha nacionalizado a contramano de los deseos de Jorge Macri, que las adelantó precisamente con el objetivo de impedirlo.
No pretendo enseñar política a Javier Milei ni a los jóvenes que lo acompañan; ellos están -sorpresivamente- en el poder, mientras yo sigo en el llano. Sin embargo, y en la medida en que mi nacimiento coincidió con el comienzo de la pavorosa decadencia de la Argentina, me atrevo a preguntar a los líderes de La Libertad Avanza qué parte de nuestra trágica historia se les escapa o no recuerdan.
Todas las encuestas disponibles –no confio en ninguna de ellas– dicen que aquí triunfará Leandro Santoro, el ex radical que ahora se ha abrazado al pero-kirchnerismo, sobre el candidato de los Milei (Manuel Adorni) y la del PRO (Silvia Lospennato). Si ese resultado se confirmara, demostrará que estas novelas políticas a los que me referí más arriba han privilegiado una teórica -pero claramente irreal- pureza libertaria a cualquier acuerdo razonable con quienes piensan parecido y lo han demostrado durante los últimos veinte años. La creciente e inexplicable virulencia de los ataques del presidente a Mauricio Macri, lamentablemente, van en ese sentido.
Si ese probable escenario de derrota se repitiera en la Provincia de Buenos Aires todo el futuro del país, por el cual tanto hemos apostado estos dieciséis meses con tanto sacrificio, será nuevamente condenado al fracaso. Volverá el estancamiento y la inflación galopante, crecerá la pobreza, los inversores huirán en desbandada y retomaremos la pronunciada senda descendente que, con nuestra inexplicable compulsión suicida, recorremos hace tantas décadas. Como siempre ha sucedido, Dios y la Patria serán remisos a la hora de demandar personalmente a quienes incurrieron en error de tamaño, pero los argentinos no olvidaremos ni perdonaremos el castigo que nos será impuesto a todos, incluso a aquellos que, sumidos dolosamente en la ignorancia y comprados con planes sociales e infames subsidios, siguen eligiendo a los responsables de todos sus males. ¿Qué es lo que no entienden los hermanos Milei y Santiago Caputo?
El FMI, con su préstamo, y la administración de Donald Trump, con la promesa del Secretario del Tesoro de ayudarnos directamente en caso de que se produzcan fuertes ramalazos externos, han traído una inesperada calma a los mercados locales, y el Gobierno pudo respirar tranquilo después de levantar gran parte del cepo cambiario – lo mantuvo, con razón, para el giro de antiguas utilidades de las empresas extranjeras – y, más allá de los altibajos estacionales y ocasionales, confío en que la tendencia bajista de los precios internos se mantener. Pero, si se perdieran las legislativas de octubre, ni Kristalina Georgieva, con todas sus manifiestas intenciones buenas, podrá hacer algo al respecto.
De todas maneras, ese apoyo tan claro de Washington tiene marcados condicionamientos, algunos referidos a la conducta del Gobierno en materia de transparencia institucional -¡Cuidado con los alarmantes tambores que suenan en torno a la UIF!- y respeto a los compromisos financieros asumidos, y muchos más relacionados con la disputa comercial que mantiene con Beijing; los funcionarios estadounidenses que se han expresado al respecto –Scott Bessent y Mauricio Clever-Carone– han dejado en claro que deberemos cancelar el swap con China, bloquear la construcción de otra base científico-militar en nuestro territorio y desalentar una mayor participación china en nuestra economía y su presencia en el Atlántico sur y la Antártida. Por ello, la Cancillería argentina deberá desarrollar una acción muy cautelosa, toda vez que desde esta insignificancia a la que nos ha llevado nuestro pasado, estamos obligados a caminar sobre el filo de la peligrosa navaja abierta por el magnate desde su llegada a la Casa Blanca.
Trump desató conflictos con el mundo entero aplicando aranceles enormes con la pretensión de convencer a los capitanes de la industria estadounidense de relocalizar sus plantas fabriles en territorio norteamericano y, así, reducir el monumental déficit comercial que sufre su país y, en consecuencia, la creciente deuda pública. Qué éxito podrá alcanzar está puesto en duda por la falta de confianza que sus conductas erráticas –esta semana dijo que ya está negociando con China (Beijing lo desmintió de forma tajante) y se desespera por la falta de colaboración de Vladimir Putin a sus tentativas de lograr una paz inmediata en Ucrania– despiertan en quienes deben tomar esas decisiones estratégicas, aquelloslos a quienes sus accionistas sólo exigen resultados positivos, que requerirían de enormes inversiones y de la disponibilidad de mano de obra adecuada para ocupar los puestos de trabajo que generarían, amén de la más importante diferencia existente entre los salarios norteamericanos y los que se pagan en las naciones del lejano Oriente.
En fin, como bien se ve, seguiremos viviendo tiempos muy interesantes en la Argentina, en el mundo y en la Iglesia.
