Si hacemos un resumen, ¿qué dice la teodicea —supuesta ciencia que trata de un ser supremo y de sus atributos— acerca de su dios, y qué podemos interrogar y responder nosotros?
He aquí los interrogantes y sus respuestas:
Dios es perfecto. ¿Frente a qué? Ante un mundo imperfecto creado por él.
Dios es puro amor. ¿Frente a qué? Al odio que está inmerso en el mundo creado por él.
Dios es bueno. ¿Frente a qué? A la maldad enclavada en el mundo creado por él.
Dios es justo. ¿Frente a que? A la injusticia en un mundo creado por él.
Dios es misericordioso. ¿Frente a qué? A la crueldad en el mundo creado por él.
Dios es la verdad. ¿Frente a qué? A la posibilidad de la mentira y el error que deben existir desde que se creó el mundo o “el libre albedrío”.
Dios es feliz. ¿Frente a qué? A la infelicidad sitiada en los seres vivientes creados por él.
Podríamos continuar, pero estos ejemplos bastan.
Todo esto nos presenta a un dios suma excelsitud, confrontado siempre con algo que no es él. Pero resulta que ese algo no es otra cosa que un mundo —en una de sus facetas— pura vileza e iniquidad que ha salido de su propia interioridad, puesto que si “El” es el creador de este mundo, también debe serlo de la posibilidad de la imperfección, el odio, de la maldad, de la injusticia, de la crueldad, de la mentira, de la infelicidad, de la caída en el mal…, porque si todas estas cosas preexistieran a la creación como posibilidades, entonces ese dios se hallaría enfrentado con ellas como cosas fuera de él y como cosas que se iban a introducir luego en su creación: el mundo; o por el contrario, sería también imperfecto si todas esas viles posibilidades se hallaran como potencial en su propia naturaleza.
Por otra parte, si intentamos explicar esto diciendo que ese dios, al mismo tiempo que creó las posibilidades de todas esas antivirtudes, de todos esos polos opuestos a sus propios atributos de divinidad excelsa, creó también la posibilidad del libre albedrío para sus criaturas de modo que éstas pudieran elegir entre parecerse a “El” o identificarse con lo vil del mundo, igualmente nos queda la irrefragable sensación de que semejante ente no puede producir la posibilidad de la vileza so pena de perder sus propias virtudes de perfección.
O las cosas viles se hallan fuera de “El”, o “El” es imperfecto aun tildado de bondadoso, justo, veraz, piadoso, etc., porque si “El” es todo eso, lo es frente a lo que “El” no es, pero lo que “El” no es, ¿de dónde surgió? ¿Preexistió al mundo, coexistió con El o fue creado con el mundo?
Aquí desembocamos en dos temas cruciales para la supuesta ciencia: la teología.
Analicemos el afamado libre albedrío. Evidentemente, esta cualidad intrínseca en la naturaleza humana, según se dice, choca con nuestra razón (un verdadero e impagable tesoro que poseemos frente a la inmensa mole de prejuicios que se vienen arrastrando desde nuestros orígenes hasta el presente).
¿Cómo podemos afirmar que conocemos la realidad del mundo en que vivimos, antes de recurrir a la investigación científica que, una vez realizada, tira por la borda infinidad de prejuicios, mitos y fantasías del pasado?
Las supersticiones invenciones fabulosas, creación mental de seres inexistentes, mitos al por mayor, fantasías sin fin como cuentos de “Las mil y una noches” y prodigios celestiales bíblicos creídos a pies juntillas que ¡de pronto desaparecen para no retornar más en nuestros tiempos modernos!
¿Qué significa todo esto? Según mi óptica de ateo, no más que productos de la fantasía humana de la mano de la nesciencia.
La lógica histórica lo dice claramente: Los tiempos remotos se hallan repletos de prodigios de toda especie, tanto propicios, como tremebundos, pero “¡qué raro!”, en la medida en que vamos hacia atrás en el tiempo, mayor es la cantidad de milagros suscitados por doquier. Más cuando nos acercamos al presente, notamos una inversión. Los milagros se “esfuman” dando paso a una realidad racional (buena, mala o tremebunda), al punto de que hoy en día, ya nadie habla de muertos resucitados, de curaciones milagrosas, transformaciones de hombres en bestias (hombres lobo del pasado), ninfas marinas con cuerpo de mujer (sirenas), ni duendes traviesos que perturban las mentes.
Así también vemos que ya no deambulan ángeles con las alas extendidas volando por el santo cielo entre las nubes, ni demonios (ángeles malos) que incitan al pecado, ni brujas montadas sobre escobas como en la Edad Media asustando a las personas.
El mundo antiguo se derrumbó, amigos lectores; todo ha sido pura fantasía y… los dioses se esfumaron.
Solo nos queda una misión en este escabroso mundo actual: portarnos lo mejor posible, insistir en la moralización en todos los ámbitos: hogares, lugares de trabajo, fiestas, deportes, etc., y todo lo positivo en esta vida. Nuestro prójimo en el futuro nos estará eternamente agradecido.
Ladislao Vadas