La naturaleza humana que podríamos denominar “virgen”, es decir desprovista de la máscara de la civilización, es supersticiosa. Aunque se tilde a la superstición de creencia extraña a la fe religiosa, es necesario reconocer que las religiones la poseen; de lo contrario, ¿en qué consistiría entonces la aceptación del milagro que siempre las acompaña?
Por más que se quiera negar la amalgama entre religión y superstición, no es posible una separación de las mismas. El diccionario filosófico parece querer arreglar esta cuestión cuando define a la superstición como “el exceso o las aberraciones de la religión, o bien la forma de religión que no compartimos.” También dice que Cicerón la definió así: “No solo los filósofos sino también nuestros antepasados distinguieron a la superstición de la religión: los que durante días enteros rogaban e inmolaban víctimas para obtener que sus hijos quedaran supérstites (sobrevivientes) se denominaron supersticiosos y tal nombre tuvo más tarde mayor extensión”. (De natura deorum, Ediciones Plasberg, 1933, II, páginas 71 y 72).
El teólogo medieval Tomás de Aquino, dice por su parte: “La superstición es el vicio opuesto por exceso a la religión y por el cual se presta un culto divino que no se debiera o de modo indebido”. (Suma teológica, II, 2, q.93).
¡De modo que debe haber diferenciación arbitraria de cultos!
Pero el más acertado fue el filósofo Hobbes, quien definió la superstición afirmando: “El temor al poder invisible, imaginado por la mente o basado en relatos públicamente permitidos, es religión; no permitidos, es superstición”. (Leviatán, I, 6).
De modo que, toda religión es considerada como superstición a los ojos de los creyentes en otra.
Así, alguna vez, también el cristianismo tenido por religión sacrosanta y “verdadera” (entre otras “no verdaderas”) en Occidente, será mito y superstición para las generaciones futuras, de igual modo como lo son actualmente las religiones, azteca, maya y egipcia, por ejemplo, y la teología, pretendida ciencia acerca de un dios.
En alguna crónica del futuro, es posible que alguien escriba (o grabe electrónicamente o por otros medios tecnológicos de avanzada, que aún no conocemos), cosas como esta: “En ciertos tiempos allá entre los años 1 y 2000… según el antiguo calendario gregoriano de la era denominada cristiana, existió un mito supersticioso acerca de cierto personaje que se atribuyó ser hijo del dios judío Yahvé, que tuvo por misión en la tierra salvar al género humano todo, de cierto pecado original y de otras faltas, mediante su predicación, crucifixión, muerte, pseudorresurrección y ascensión a los cielos… Este mito ya hoy extinguido como religión, fue predominante principalmente en las naciones europeas y sus áreas de influencia, en el resto del Globo”.
Desde ya que los adeptos iniciados, seguidores de un reformador taumaturgo, deben poseer una fuerte base supersticiosa para poder interpretar como milagros sus hechos naturales o trucos. Confróntese, por ejemplo con las narraciones evangélicas de expulsión de demonios de supuestos posesos que hoy la psiquiatría explica como casos de desequilibrios mentales.
Según mi modo de ver, son supersticiones tanto las religiones en su totalidad, como los milagros y las adivinaciones, sean éstas las distintas “mancias” (cartomancia, quiromancia, nigromancia, oniromancia, onomancia, ornitomancia, etc.), o el horóscopo de la astrología, el espiritismo, el satanismo, la brujería y la misma parapsicología que pretende ser una ciencia a carta cabal. En todos los casos, existe una interpretación errónea de los hechos naturales, o hay fraude, sugestión, autosugestión o alucinaciones; o se pretende ligar hechos u objetos totalmente inconexos entre sí; o se desconoce lo casual.
En efecto, el hombre le teme al azar, se resiste a aceptar que un hecho extraño sea la obra de una mera casualidad, de una coincidencia muy improbable pero posible. Si ocurre un hecho casual, uno entre mil no casuales, es difícilmente aceptado como tal y se tiende a buscar otras explicaciones; si no se las encuentra, entonces se prefiere acudir a causas paranormales o sobrenaturales.
Y realmente, a la larga, espaciadamente se producen en el mundo coincidencias tan improbables, tan fabulosamente extrañas y asombrosas, que incluso los científicos peden quedar perplejos y tentados de echar mano de una explicación paranormal o sobrenatural del fenómeno.
No obstante, si analizamos a fondo las causalidades, basta con que un hecho sea posible para que pueda ocurrir alguna vez, aunque su probabilidad sea una entre un millón o menor aún.
Como ejemplos de hechos fuera de lo común, podemos mencionar el caso de una persona que va caminando por un campo y que de pronto es herida en la cabeza por un aerolito y muere. ¿Quién puede asegurar con absoluta certeza que alguna vez no haya ocurrido esta casualidad en el mundo?
En otro ejemplo puede tratarse de una confusión. ¿Es posible negar que algunas personas hayan sido condenadas a muerte erróneamente con evidencias palpables, ante multitud de testigos oculares, en los casos de individuos dobles?
En cuanto a las cosas inconexas entre sí, tenemos como ejemplo al zodiaco, objeto de culto en las religiones astrales que divinizaban a las doce constelaciones, tomado en los horóscopos. Las estrellas que son tenidas en cuenta para ser unidas con líneas imaginarias y formar con ellas ciertas figuras antojadizas, no están relacionadas y unas con otras, ya que en lugar de hallarse en un mismo plano, como se creía en otros tiempos, se hallan separadas en profundidad por enormes distancias. Además, y esto es fundamental, la presunta influencia de los astros en el destino humano es a todas luces un mayúsculo disparate. La astrología no posee absolutamente ningún asidero en la ciencia astronómica, ni en la física, ni en conocimiento científico alguno y sólo puede ser aceptada como un mero entretenimiento, o como una mera superstición.
La brujería y la hechicería, por su parte, son quizás las más groseras y peligrosas supersticiones, ya que sus adeptos obnubilados por el fanatismo, exaltados por la autosugestión o desequilibrios mentales, pueden provocar daños criminales a las personas y engañar a los incautos.
La parapsicología, por otro lado, pretende estudiar fenómenos inexistentes, ya que jamás ha sido posible provocar experiencias paranormales y repetirlas infinitas veces, como se hace en el campo científico; por ejemplo en biología, física y química.
Incluso la creencia en el alma y en cualquier clase de espíritu, sea benévolo o malévolo, es para mi pura superstición y según mi punto de vista los creyentes en milagros son supersticiosos.
El milagro, ya sea la anulación, ya la suspensión de las leyes naturales, no puede existir, porque de lo contrario habría que tirar y quemar todos los libros de ciencias y cerrar todas las universidades del mundo. Luego recelar de toda máquina de precisión, de toda construcción edilicia o de alta ingeniería. Si la suspensión de las leyes naturales fuese posible, entonces en los laboratorios medicinales surgirían poderosos tóxicos en lugar de benefactores medicamentos; las máquinas de “desbocarían” para transformarse en alocados monstruos indomables; los aviones caerían al suelo sin causas mecánicas ni eléctricas naturales; los puentes, diques torres y grandes rascacielos cederían sin explicación alguna y los artefactos electrónicos enloquecerían e incluso agredirían al hombre.
Todo sería inseguro, tambaleante, librado al capricho de los magos, taumaturgos, manosantas, sacerdotes del vudú… o dioses del Olimpo.
La ingeniería, la ciencia física y la química no se asentarían sobre bases sólidas desde el momento en que las leyes que las rigen podrían ser suspendidas por influjos de fuerzas misteriosas indetectables, sólo evidentes por sus supuestos efectos que, dicho sea de paso, no es posible comprobar en ningún laboratorio del mundo.
El milagro es imposible. Si cae un avión y se salva un solo pasajero entre decenas de ellos, se dice apresuradamente que se trata de un milagro. Más si se investiga minuciosamente el accidente para determinar el ángulo de incidencia en la caída de la nave, la ubicación del pasajero sobreviviente, su tamaño, peso; si se hallaba despierto o dormido… y todos los múltiples detalles que influyeron naturalmente en su inmunidad frente al siniestro, entonces ¡por el contrario! ¡El “milagro” resultaría evidente si ese pasajero, a pesar de todo, no se hubiese salvado!
Es la ignorancia acerca de los hechos, la propensión hacia la superstición, y a veces el miedo al azar, la no aceptación de las coincidencias, como hemos visto, lo que hace exclamar: ¡Fue un milagro!
Si el prodigio existiera realmente, entonces incluso la ciencia médica estaría de más, ya que con simples palabras, ademanes, exorcismos o concurrencia a los santuarios del mundo, en consuno con una profunda fe, se curarían todas las enfermedades habidas y por haber. Fe que iría creciendo en los demás ante las evidencias generalizadas, cosa que no ocurre, ya que los episodios de auténticas curaciones son esporádicos, de extrema rareza. ¡Pero existen! ¿Por qué?
Toda curación aparentemente milagrosa, no obedece a otra causa que al estímulo, reacción y actuación de los sistemas inmunológicos naturales desencadenados por la confianza del enfermo. Pero este mecanismo psicosomático es válido tan sólo para ciertos casos muy específicos, de ahí su rareza.
En cuanto a los casos de neurosis como el histerismo con manifestaciones de parálisis, trastornos de la visión, convulsiones, malestares digestivos etc., sus normalizaciones aparentemente milagrosas se deben a la autosugestión obrada igualmente por la credulidad.
Por su parte, los casos fehacientes de “muertos resucitados”, no son sino los catalépticos.
Sin tomar en cuenta a lo pueblos primitivos, en cuyo seno dominaba el animismo, la antigüedad se hallaba plagada de milagros de toda especie. De ahí tantos santos y santuarios “milagrosos” esparcidos por el mundo entero.
Vemos que en la medida que fue avanzando el progreso científico, los “hechos milagrosos” han ido mermando, y hoy en día son rarezas, más bien errores de interpretación o patrañas, y esto es una señal inequívoca de que toda interpretación sobrenatural de algunos hechos extraordinarios, ha sido y es un engaño, o un fruto de la ignorancia.
Luego la superstición, como tendencia innata en la especie humana junto con la interpretación de ciertos hechos como milagrosos, se manifiesta ante todo aquello que el hombre no entiende, y su razón de ser se halla en el mismo mundo humano de las apariencias y creencias, creado por su fantasioso psiquismo, a fin de eludir la, a veces, cruda y enigmática realidad que de otro modo se tornaría insoportable para los nescientes.
(Véase al respecto el libro de mi autoría titulado El origen de las creencias, capítulo VI. Editado por la Editorial Claridad, Buenos Aires, 1994)
Ladislao Vadas