Hoy en día, una persona con bajos recursos puede acercarse a un hospital público y —a pesar de sus carencias— recibir una atención mejor y más completa en cuestiones de tratamientos y salud que un monarca hace dos mil, quinientos o trescientos años atrás. Recordemos que ni siquiera la penicilina existía en aquella época. El “rey sol” —Luis XIV—, monarca absolutista francés, autor de la célebre frase tan presente en nuestro país en la actualidad: “el Estado soy yo” probablemente, y a pesar de todo su descomunal poderío y caudal económico, no podía hacerse una radiografía, una resonancia magnética o ecografía cuando lo necesitaba, simplemente esos medios no existían en aquel entonces. Hoy una persona —aún con mal pasar económico— puede acceder a ellos, tener un teléfono celular, cuando hace unos siglos ni el monarca más rico y absolutista contaba con ese medio de comunicación, como tampoco con conexión a Internet de forma económica o gratuita como hoy.
En la era contemporánea —me refiero a los últimos tres siglos—, y gracias al progreso del capitalismo y la industrialización del mundo, la brecha entre ricos y pobres se ha disminuido más que en los dos mil años anteriores. Hoy —y gracias a este sistema— una persona puede convertirse en pocos años en millonario solo y gracias a su intelecto, además de contribuir al progreso de la humanidad inventando cosas que sean útiles y que la gente pague —voluntariamente— por ellos: Mark Zuckerberg, Bill Gates, Jeff Bezos, Steve Jobs —creo que no hacen falta más nombres—. El mejor ejemplo es el siguiente: desde el nacimiento de Cristo hasta el siglo XVIII, los medios de transporte disponibles para la humanidad —tanto para los monarcas como para personas comunes— eran el caballo y los navíos. En los últimos dos siglos el hombre inventó y desarrolló el ferrocarril (si bien se comenzó a desarrollar un poco antes este transporte, pero se perfeccionó y masifico al alcance de todos en la época que cito), inventó el automóvil y su producción en masa (gracias a Henry Ford), los hermanos Wright, hace poco más de un siglo volaron por primera vez una aeronave y siete décadas después el hombre llegó a
Cabe preguntarse, entonces, ¿cuáles son los motivos por los que, aún en la ciudad más rica del país, hoy en día hay gente viviendo en situación de miseria como hace siglos? Sin cloacas, con pisos de tierra en sus viviendas. Familias enteras con tuberculosis o SIDA. Habitando en una zona que es más parecida a una aldea indígena (una villa miseria cualquiera de la capital) que a un barrio de
¿Qué nos pasó?
En nuestro primer centenario como país, estábamos entre los cinco estados más prósperos del mundo, con expectativas a competir con los Estados Unidos por el primer puesto. De modo que la pregunta no es: ¿qué fue lo que no hicimos para superarnos? Sino más bien: ¿qué hicimos para decaer tanto en menos de un siglo?
Lo más triste que le puede pasar a alguien es mirar a los ojos a una persona que no tiene esperanza, que no tiene nada que perder, que sus proyectos son el hoy y no el mañana. Que no comprende el real significado de la palabra “futuro”.
Económica y políticamente, hay respuestas para esa última pregunta. No hay solo una razón. Respondiéndola podemos entender el pasado y comprender nuestros errores, pero nada de ello nos garantiza un futuro próspero.
Debemos mirar a países que en menos de un siglo han reducido considerablemente su pobreza y elevado el nivel de vida de sus habitantes. No son países con mil años de historia, de hecho, muchos de esos lugares son pedazos de tierra sin recursos. No tienen petróleo, ni agua, ni tierra fértil. Entonces ¿Cómo lo han hecho? Nuestro país tiene una de las tierras más ricas del mundo y una de las mayores reservas de agua. Poca población. Es uno de aquellos privilegiados que —sin hacer nada— le tocó poseer grandes riquezas naturales.
¿Qué tal Israel? Una nación que nace como estado hace poco más de medio siglo, sin recursos naturales y siendo prácticamente un desierto. ¿Cómo ha progresado? Hoy es uno de los países con mayor cantidad de patentes industriales per cápita del mundo. Encontraron la respuesta en la industrialización y capacitación de sus habitantes. ¿Qué tal Hong Kong? Un sitio que ni siquiera tiene un terreno regular y carece de recursos naturales. ¿Cómo hizo para parecerse a Nueva York en medio siglo, siendo hasta hace poco solo una aldea donde la gente pescaba para comer y hoy es uno de los centros financieros más importantes del mundo? Liberalizando su economía y no ahogando a sus inversores con impuestos. Invitando a las empresas a instalarse en sus pobres tierras y creando así riqueza y prosperidad. Hoy es un país con poco y nada de pobreza y casi sin desempleo. ¿Que tal Singapur? Un caso muy similar al último. ¿Qué tal Panamá? La lista sigue.
Ninguno de estos ejemplos tiene recursos naturales valiosos, hace cien años eran países con mucha miseria y subdesarrollados. La Argentina hace cien años era el granero del mundo, nuestra arquitectura nos asemeja a París. Nuestra cultura estaba a la par de cualquier capital desarrollada del mundo.
La pregunta —reitero— no es ¿Qué no hemos hecho para progresar?, sino ¿Qué hemos hecho para descarrilar al país del sendero del desarrollo, el progreso y el crecimiento? ¿Donde fue a parar nuestra riqueza material e intelectual como nación?
No es posible que haya desnutrición en la capital del país que supo ser potencia hasta hace tan poco tiempo en
El propósito y autoestima —dos valores fundamentales del código moral de la vida y la razón humana— ceden y se desploman ante la realidad apabullante de nuestro país. Una persona no puede sobrevivir a falta de esos valores. No se le puede exigir ni esperar nada de alguien que no tiene razones para estudiar, trabajar, aprender o ya simplemente querer vivir.
Para corregir nuestro rumbo no hace falta rasgarnos las vestiduras exigiendo derechos de tercera, cuarta o quinta generación ni modificando
Luego de esta reflexión, es inevitable la pregunta ¿y Usted —autor— qué solución propone al respecto? Lo cierto es que no se puede dar una respuesta tan compleja en un artículo periodístico. Pero puedo dejar una pista al que la sepa entender, que es mucho más eficaz que cualquier plan quinquenal de miles de páginas, que aun así puede ser incumplido como tantos otros casos que todos conocemos. Lo haré citando a un prócer, al que el pueblo argentino debería recordar y tomar como ejemplo un poco más —y dejar de lado a los demagogos que nos supieron gobernar y nos llevaron a la miseria—, no creer más en falacias como: “donde existe una necesidad nace un derecho”, porque eso es una mentira populista que avasalla nuestros derechos básicos más importantes: los individuales.
La siguiente frase puede hacer mucho más por nosotros y por nuestro país que varias décadas de cualquier gobierno: “Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte, mudar de tiranos, sin destruir la tiranía” (Mariano Moreno).
Ilya Kotov