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Historia confidencial

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13/12/1828: EL ASESINATO DE DORREGO
13/12/1828: EL ASESINATO DE DORREGO

    El 12 de agosto de 1827, Manuel Dorrego es elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires. En dieciséis meses, sus hijas quedarán huérfanas.

 

    El ex ministro rivadaviano, Julián Segundo de Agüero, anticipa el final: “Nuestro hombre está perdido: él mismo se ha labrado su ruina”.  

    Es un secreto a voces: ya el 21 de noviembre de 1828, el general Fructuoso Rivera recibe una nota de su amigo Julián Espinosa: “La llegada de estas tropas hace recelar a algunos de que van a servir para hacer una revolución contra el gobierno, de cuya revolución hace ocho días que se habla públicamente: por los datos que yo tengo, no encuentro dificultad en que se verifique, mucho más si se hace militarmente. Me han asegurado que piensan poner al general don Juan Lavalle de gobernador, y que van a desconocer la Junta de la Provincia: si esto sucede vendremos a quedar gobernados por la espada...” 2  

    Juan Manuel de Rosas le advierte a Dorrego del peligro: los unitarios son “muy serios y peligrosos” 3   La tradición oral dice que le contestó “que usted me quiera dar lecciones de política es tan avanzado como si yo me pusiera a enseñarle a usted cómo se gobierna una estancia” 4
  
El 26 de noviembre de 1828, llegan a Buenos Aires los primeros combatientes que lucharon contra el Imperio del Brasil. Tienen “una hostilidad contra el gobierno, como si hubiesen sido trabajados sus espíritus por una propaganda previa, que les hiciera ver como culpable de sus penurias sufridas en el frente al gobernador que tanto se ocupó de aliviarlas”.  5
  
Rosas le advierte por carta a Dorrego: “El ejército nacional llega desmoralizado por esa Logia que desde mucho tiempo nos tiene vendidos; logia que, en distintas épocas, ha avasallado a Buenos Aires, que ha tratado de estancar, en un pequeño círculo, a la opinión de los pueblos; logia ominosa y funesta, contra la cual está alarmada toda la nación” 6  
   Su gente también intenta despabilarlo. Con una inocencia poco creíble responde: “Lavalle es un veterano que no sabe hacer revoluciones con las fuerzas de línea (...) es un bravo a quien han podido marear sugestiones dañinas; pero dentro de dos horas (...) será mi mejor amigo”  
   El 30 de noviembre, Lavalle está en el cuartel de Recoleta. El golpe ya es un hecho. Dorrego envía al sargento mayor Monterola, para que convoque al revoltoso a la Fortaleza. Ya es madrugada del 1 de diciembre, y no hay respuesta del enviado. Dorrego, preocupado, envía a su edecán de servicio, coronel Castañón para ver que pasó. Asimismo, alerta a su gente: Julián Perdiel, Juan Ramón Balcarce,  Tomás Guido.
    Castañón regresa e informa que Lavalle encabeza las fuerzas de Quesada, Vega y Correa.
    Cuenta que al increpar al insurrecto para que se presente al fuerte por orden del gobernador, le contesta: “Diga usted al coronel Dorrego que ya voy, pero a sacarlo a patadas de un puesto que no merece ocupar”  8  
   El 1° de diciembre de 1828, el general Lavalle y el coronel José Valentín de Olavaria, con tropas de la infantería y la caballería, están en la plaza de la Victoria.
    Dorrego no cuenta con el apoyo suficiente para enfrentarlo. Parte en busca de Rosas, Comandante General de Campaña, para unir sus recursos.
    Las fuerzas rebeldes no encuentran gran resistencia en la ciudad. Lavalle, amo y señor de la situación, lee un manifiesto:
    "Conciudadanos. El gobierno que existía ha caducado de hecho; vosotros sabéis si se han tentado las vías legales para corregir sus extravíos; vosotros sabéis también que todos los caminos que ellas dejan expeditos.
    La historia del gobierno que ya una prueba constante de esta verdad funesta.
    Conciudadanos. Lo que una revolución; el pueblo ha reivindicado sus derechos con el  apoyo de una fuerza que sabrá defenderlos. El medio ha sido violento pero indispensable ya.
    Compatriotas. El que os habla no quiere mandar; quiere ver libre a su patria. Las autoridades han caducado: es indispensable crear otras, y que sea vuestra la obra. Reuníos, pues, a deliberar sobre vuestros destinos: es indispensable hacerlo, y la salud del país lo exige y lo demanda con imperio.
    El general que suscribe espera, y os jura que el bien de la provincia reclama, que a la una de la tarde en la iglesia de San Roque deliberéis allí lo que sea conforme a las circunstancias y al bien de Buenos Aires.    ¡Porteños! Todos lo somos; ha nuestra querida patria. Estos son los deseos de Juan Lavalle."9
   
Sólo 200 personas concurren a la proclama a la capilla de San Roque, del convento de San Francisco. El historiador Vicente Fidel López los denomina “propietarios cogotudos” 10  Julián Segundo de Agüero preside el acto electoral. Eligen a Lavalle como Gobernador Provisorio de la Provincia.
    El Gobernador de facto delega el mando en el almirante Guillermo Brown y con su gente parte a la captura del gobernador legal. Vanos son los intentos de Guido y de Anchorena quienes le proponen una conciliación por la cual Dorrego renunciaría y sería reemplazado por Alvear. Además, escriben una nota al “elegido” en donde alegan que “la autoridad conferida al Señor Lavalle no emana de la representación reconocida como legal por nuestras instituciones provinciales”.  11   
   El 6 de diciembre Dorrego se encuentra con Rosas, pero tienen una visión distinta de la defensa. Cuenta Rosas, años después, ese desencuentro fatal: "Al ponerme con esos grupos a sus órdenes y  pedirme S. E. opinión, le dije que sin pérdida de tiempo me ordenara dirigirme al Sur, para formar allí un cuerpo de ejército que aumentaría cada día en número y organización; que S. E. tomara los grupos del Norte, y se dirigiera esa misma noche a esa campaña. Si el general enemigo, agregué, sigue a V. E., yo le llamaré la atención por la retaguardia, para obligarlo a volver sobre la fuerza de mi mando... Ni V. E. ni yo debemos admitir una batalla, en la 'seguridad de que a la larga las tropas de línea de que se compone el ejército enemigo, quedarían reducidas a nada. S. E. aprobó mi plan, y me dió sus órdenes de conformidad, delante de dos jefes de crédito. Pero me obligó a que lo acompañase esa noche hasta Navarro, para de allí irme al Sur y él al Norte. Tuve que obedecerle. Esa marcha fué un desorden. No pude encontrar esa noche a S. E. cerca de Navarro para despedirme y decirle no debíamos parar; porque si el enemigo había trasnochado como nosotros, nos atacaría, sin darnos tiempo para retirarnos en orden"  12    
   El 8 de dieciembre, Gregorio Aráoz de La Madrid, en un sitio intermedio entre la Guardia de Lobos y la de Navarro, se presenta ante Rosas, munido de una bandera blanca. Le entrega un oficio ofreciendo garantías  para lograr un pacto pacífico. Rosas lee el escrito y enfurecido responde: “Garantías...cuando es él (N.R.: se refiere a Lavalle) el que debe pedirlas, pues se ha sublevado contra la legítima autoridad presentando un escándalo sin ejemplo”. 13  Lamadrid le responde que su intención es evitar el derramamiento de sangre. Rosas le pregunta qué deben hacer para que los hombres vuelvan a su deber. A lo que Lamadrid contesta que se deberían nombrar diputados por ambos bandos para que ellos discutan una salida. El Restaurador le refiere que Lavalle debe retirarse  a los extramuros de la ciudad a elegir sus diputados, y ellos, por su parte, seleccionarán a los suyos. El representante de Lavalle le informa que este no retrocedería. Rosas acepta que se quede hasta donde ha llegado en ese momento.  Pero el revoltoso continúa avanzando y el 9, le corta el camino a Dorrego en Navarro. 14   Dorrego alcanza a huir en busca de más apoyo.
    Su idea es unirse a las fuerzas del coronel Angel Pacheco que vienen de Salto. Rosas aconseja no esperar a Pacheco y partir hacia Santa Fe.
    Para el biógrafo de Dorrego, Juan Bautista Tonelli, Dorrego no obedece porque no es cobarde y además, por ser aún el gobernador legal no podía salir de su jurisdicción, ya que fuera de ella nadie está obligado a obedecerlo. Según este autor “Rosas (...) de haber puesto (...) más entusiasmo y menos miedo, otros habrían sido los resultados de aquella acción” 15  
   También, historiadores como Abelardo Ramos y Andrés Carretero, acusan a Rosas de no apoyar a Dorrego. 16
  
Justifica Rosas, cuarenta años después, en carta a Josefa Gómez: “Mandé decir a S. E. con varios chasques, que el enemigo se aproximaba y que no perdiese tiempo: que se retirase, pues yo empezaba a hacer lo mismo. S. E. me mandó decir con repetidos enviados, no me fuese, pues que ya había formado la fuerza para cargar al enemigo, así que se acercara. Con profunda pena recibí estas órdenes. Ni tiempo tuve para formar y cargar de flanco con algunos indios de lanza, que era lo único que había con armas. El enemigo siguió, y los grupos mal formados por. S. E. dispararon antes de ser cargados. Sabiendo que S. E. se había dirigido en fuga al Norte ordené a los indios y paisanos que tenía conmigo en el reconocimiento, se fuesen al Sur del Salado, y que allí esperasen mis órdenes, que les había de dirigir desde Santa Fe, por el desierto”. 17 
   El gobernador Dorrego, acompañado por su hermano Luis, por Javier Fuentes y algunos hombres marcha en busca de Pacheco, quien se encuentra cerca de los pagos de Areco.
    Tan malo es el destino de Dorrego, que antes de llegar a Areco, el comandante Bernardino Escribano  y el mayor Mariano Acha, se levantan contra su jefe, Pacheco, y se pliegan a la sublevación de Lavalle.
El recién llegado, Dorrego, quiere salvar a Pacheco, pero es atrapado. Otro burla del destino: sus captores, Escribano y Acha, habían sido ascendidos por Dorrego.
    Otra versión, precisa que Pacheco recibe Dorrego y al intentar ayudarlo es interferido por Escribano y Acha.
    De cualquier manera, Pacheco es arrestado y se lo ubica en un buque de guerra. Desde allí escribe una carta a “La Gaceta Mercantil”: “El teniente coronel Escribano lo ha hecho detener (N.R.: a Dorrego) con una torpe perfidia; por mi parte no he podido evitar, y siempre he mirado estos hechos como indignos de un oficial cuya divisa debe ser el honor y la generosidad”.   18   
   El 11 de diciembre, Dorrego es conducido en condición de prisionero a Buenos Aires.
    En el camino escribe una carta a Brown solicitándole le autorice embarcarse a los Estados Unidos. En otra carta, pide a Díaz Vélez que lo reciba... nunca lo recibirá, por lo que no sabemos qué se proponía.
    El 12, Escribano recibe la orden de Díaz Vélez de entregar el preso a Lavalle.
    Dorrego, presintiendo el desenlace le dice a su hermano Luis: “No hai remedio, mis enemigos van a sacrificarme; estos ciegos ministros (...) piden a gritos mi sangre, y ella correrá muy pronto; pero no siento tanto mi muerte, como el descrédito y los males que amenazan a nuestra amada patria”  19     
   El 13, el gobernador de Buenos Aires llega a Navarro. Lavalle no quiere verlo. No lo recibe.
    Le comunican que va a ser fusilado y se le concede una hora para escribir a quienes desee. No se le explica cuál es su delito. Ni por qué ley se lo juzga. Tampoco, cuál autoridad superior lo condena.
    El presbítero Achega le da la última asistencia espiritual cristiana.
    El capitán Páez es el encargado de bajar la espada para que el pelotón fusile al encargado de Ejecutivo.
    A las 2 y media de la tarde, Dorrego cae asesinado.
    Lavalle se hace cargo de la ejecución. Reúne a sus jefes y les dice: “¡Estoy cierto de que si hubiera llamado a ustedes a Consejo para juzgar a Dorrego, todos habrían sido de la misma opinión que yo! ¡Pero soy enemigo de comprometer a nadie, y lo he fusilado por mi orden! ¡La posteridad me juzgará!  20 
   El silencio es la respuesta de sus subalternos.
    También, escribe al gobierno delegado: “Participo que el coronel D. Manuel Dorrego acaba de ser fusilado, por mi orden, al frente de los Regimientos que componen esta División. La historia (...) juzgará imparcialmente si el Coronel Dorrego ha debido o no morir; y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires que la muerte del Coronel Dorrego es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio.
    Saludo al Señor Ministro con toda la atención” 21
  
Años después, intenta una disculpa Lavalle: “Hoy es 13 de diciembre de 1839, aniversario del fusilamiento del gobernador Dorrego, por mi orden... Sí, por mi orden, -repitió `Lavalle' , paseando la mirada sobre todos los presentes. -Señores, ¿qué significa este ‘por mi orden', de un mozo valiente de treinta años, que por disponer de 500 lanzas, atropella las instituciones, para quitar del medio al primer magistrado, al Capitán General de una provincia?...Dorrego debió morir o Juan Lavalle; no había remedio, la anarquía se entroniza.
    Yo fui feliz, lo vencí; ¡qué digo!, más desgraciado...¿Acaso no había formalidades que llenar, no había leyes? iAh! Señores, yo he sido el que abrió la puerta a Rosas, para su despotismo y arbitrariedades sin ejemplo. Los hombres de casaca negra, ellos, ellos, con sus luces y su experiencia me precipitaron en ese camino, haciéndome entender que la anarquía que devoraba a la gran República, presa del caudillaje bárbaro, era la obra exclusiva de Dorrego. Más tarde, cuando varió su fortuna, se encogieron de hombros...Pero ellos, al engañarme, se engañaban también, porque no era así. Dorrego sólo explotó en su beneficio, el mal que estaba arraigado en el país, como se ha visto después. Si algún día volvemos a Buenos Aires, juro sobre mi espada y por mi honor de soldado, que haré un acto de expiación como nunca se ha visto; sí, de suprema y verdadera expiación". 22 
   Subraya Guillermo Furlong que Mendeville, Cónsul General de Francia en Buenos Aires, confirma que la muerte de Dorrego es decidida por una junta secreta, “la logia” integrada por: “Agüero, sacerdote, ex primer ministro de Rivadavia; Varaigne, portador de las instrucciones de este último; Valentín Gómez, sacerdote, rector de la Universidad; el General Martín Rodríguez;  Gregorio Gómez, sacerdote; Ocampo (Bernardo), sacerdote; Carril, ex ministro de Finanzas del Sr. Rivadavia; el general Cruz, ministro de Guerra de esta misma época; Varela, periodista, ex jefe de la división del Ministerio del Interior, bajo el Sr. Rivadavia; Gallardo, abogado y periodista” 23   
   Jose María Rosa detalla que “El 2 de setiembre de 1869 (es decir, muchos años después de ocurrido) don José María Roxas y Patrón escribía a su amigo Juan Manuel de Rosas, exilado en Southampton, sobre la revolución unitaria de 1829: ‘Voy a relatar lo que oí a personas de mi relación y lo que ocurrió en el público como positivo. Luego que llegó a Buenos Aires la noticia cierta de tener Lavalle en su poder a Dorrego, se reunió un consejo de los miembros del gobierno y de otros principales de la camarilla, para determinar lo qué debería hacerse con el prisionero. En tal extremo decidieron su muerte’ Contesta Rosas: ‘Pienso lo mismo. El señor general Lavalle, lamentando su gravísimo error, quejoso y enfurecido contra los hombres responsables de la lista civil que lo habían impulsado al motín de diciembre y aconsejado la ejecución del ilustre Jefe Supremo del Estado. Me mostró en las conferencias de Cañuelas las cartas que tenía de aquellos relativas a esos hechos. Entre ellas una del señor don Julián Segundo Agüero.’ (Documentos de la correspondencia de Rosas).
    Catorce años después, en 1883, Adolfo Carranza publicaba las desconocidas cartas de Salvador María del Carril y Juan Cruz Varela a Lavalle, aconsejándole la ‘fusilación’ de Dorrego. Lavalle las había guardado entre sus papeles no obstante el pedido de Varela de que ‘cartas como ésta se rompen’. No solamente las había conservado, sino que les había mostrado al mismo Rosas en las conferencias de Cañuelas de junio de 1829, como dice éste.
    Rosas hace una precisa referencia a otra carta de Julián Segundo de Agüero, cuyo texto no fue publicado por Carranza ni se encuentra entre los papeles de Lavalle. Dada la excelente memoria de Rosas debe descartarse que esa carta existió, pero posiblemente fue destruida por Lavalle debido tal vez al carácter sacerdotal de Agüero; o éste obtuvo en Montevideo, años después, que el general se la devolviese”.   24
  
Enrique Pavón Pereyra dice que los masones planean esta trágica muerte en la casa del canónigo Agüero. La política federalista de Dorrego es contraria a los intereses de la logia.25  


Las estatuas de los vencedores
 

    Se lo recordará como el “Coronel del pueblo”, ya que su base está en los sectores populares (“la plebe”, “la gentuza”) de Buenos Aires (peones, gauchos, orilleros y artesanos) y algunos  estancieros federales de la Provincia de Buenos Aires. 
   Ricardo Levene, cita a Pedro De Angelis, quien, el 5 de diciembre de 1828, publica un manifiesto en dónde justifica el levantamiento contra Dorrego. Grosso modo: introductor del desorden, subleva al pueblo, acuerda con Simón Bolívar, falta de garantías públicas, libertad de elecciones aniquiladas, inexistencia de libertad de prensa, mal manejo de los dineros públicos, arbitrariedades del Poder Judicial, etc. 26
   
Lamentablemente, responder a todas estas acusaciones nos llevaría mucho espacio. Adelantamos que son infundadas. De cualquier manera, es dable destacar que Dorrego es el gobernador electo. Pese a quien le pese debía culminar su mandato.
    Como sostenemos en casi todas nuestras notas, el triunfo de los vencedores se refleja en sus estatuas y monumentos. En el caso de Dorrego, su estatua, ubicada en la entrada de la Dirección General de Rentas, Suipacha y Viamonte, en la Plazuela Suipacha, mal llamada plaza, tiene una inscripción que desmerece su trayectoria, que deforma su lucha. En el barrio de San Telmo, se encuentra una plazoleta que lleva su nombre, pero no existe placa alguna que indique algo de su gesta. Asimismo, sobre ésta ubicaron el hermoso monumento “Canto al Trabajo” del escultor Rogelio Yrurtia”. ¿Qué tiene que ver Dorrego con ésta construcción? Luego, se la traslada a otro sitio.
    Simplemente hay que observar con ojo crítico. Mitre y Lavalle tienen plazas. Dorrego, plazoletas o plazuelas.
    Para no pecar por inocentes, como Manuel Dorrego, tengamos presente que no es casualidad que la  Plaza Lavalle se levante sobre los terrenos de la familia Dorrego. Así como tampoco es azaroso que la estatua de Sarmiento “pise” el sitio que ocupaba la casa de Rosas y que justamente ése lugar  se llame “3 de febrero”, fecha en que es derrotado Rosas en la batalla de Caseros.
    Que quede grabado a fuego: “No es pues un problema de historiografía, sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia

Néstor Genta 

 ANEXO

 Por sus cartas los conocereis

 Documento 1

"Señor don Juan Lavalle

Diciembre 12 de 1828. 10 de la noche.

MI general:

Por supuesto que sabe usted que Dorrego ha caído preso: en este momento están en consulta el ministro y Brown sobre si lo harán venir o no a Buenos Aires. Usted sabe si yo y miI otros están comprometidos en un asunto de que va la suerte del país; en un movimiento que puede importar mucho o nada, según se manejen los resultados.

Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que ha hecho correr, está formado: esta es la opinión de todos sus amigos de usted: esto será lo que decida de la revolución; sobre todo, si andamos a medias...En fin, usted piense que 200 y más muertos y 500 heridos deben hacer entender a usted cuál es su deber.

Se ha resuelto en este momento que el coronel Dorrego sea remitido al cuartel general de usted. Estará allí de mañana a pasado: este pueblo espera todo de usted, y usted debe darle todo.

Cartas como éstas se rompen, y en circunstancias como las presentes, se dispensan estas confianzas a los que usted sabe que no lo engañan, como su atento amigo y servidor

Q.S.M.B.

Juan C. Varela

PD. -Carril dirá a usted lo que Dorrego ha escrito al ministro Díaz Vélez".

 

DOCUMENTO 2

"Buenos Aires,

12 de diciembre de 1828

Señor general don Juan Lavalle

Querido general:

Dorrego preso en poder de escribano, escribe a Díaz Vélez, lo que sigue: `Al fin estoy prisionero en manos del jefe de este regimiento. Marcho a Buenos Aires y suplico a usted tenga la bondad de verme antes de entrar allí. Haré a usted indicaciones que podrán contener y cortar las cuestiones del día y a los que las sostienen. No olvide usted la lentitud que he usado en todo el curso de mi administración, etc.'

Ha escrito también a Brown; no sé que le dirá. La noticia de la prisión de Dorrego y su aproximación a la ciudad, ha causado una fuerte emoción; por una parte, se emplean todos los manejos acostumbrados para que se excuse un escarmiento y las victimas de Navarro queden sin venganza. No se sabe bien cuanto puede hacer el partido de Dorrego en este lance; el se compone de la canalla mas desesperada. Sin embargo, puede anticiparse, que si sus esfuerzos son impotentes para turbar la tranquilidad publica, son suficientes, por lo que he visto, para intimidar o enternecer a las almas débiles de su ministro y sustituto. El señor Díaz Vélez, había determinado que Dorrego entrase a la ciudad; pero yo, de acuerdo con el señor A. [¿Aguero?] le hemos dicho que, dando ese paso, el abusaría de sus facultades, porque es indudable que la naturaleza misma de tal medida coartaba la facultad de obrar en el caso al único hombre que debiera disponer de los destinos de Dorrego, es decir, al que había cargado sobre sí con la responsabilidad de la revolución; por consiguiente, que el M. [ministro] debía mandar que lo encaminasen donde está usted.

Esto se ha determinado y se hace, supongo, en este momento.

Ahora bien, general, prescindamos del corazón en este caso. Un hombre valiente no puede ser vengativo ni cruel.

Yo estoy seguro que usted no es ni lo primero ni lo último. Creo que usted es, además, un hombre de genio y entonces no puedo figurármelo sin la firmeza necesaria para prescindir de los sentimientos y considerar obrando en política todos los actos, de cualesquiera naturaleza que sean, como medios que conducen o desvían de un fin,

Así, considere usted la suerte de Dorrego. Mire usted que este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento. Considere usted el origen innoble de esta impureza de nuestra vida histórica y lo encontrará en los miserables intereses que han movido a los que las han ejecutado. El general Lavalle no debe parecerse a ninguno de ellos; porque de él esperamos más. En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar en el que se gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella. Haciendo la aplicación de este principio de una evidencia práctica, la cuestión me parece de fácil resolución. Si usted, general, la aborda así, a sangre fría, la decide; si no, yo habré importunado a usted; habré escrito inútilmente, y lo que es más sensible, habrá usted perdido la ocasión de cortar la primera cabeza a la hidra y no cortará usted las restantes; ¿entonces, qué gloria puede recogerse en este campo desolado por estas fieras? Nada queda en la Republica para un hombre de corazón.

Salvador Maria del Carril" 

 

Documento 3

"Buenos Aires, 14 de diciembre de 1828

Mi querido general:

He escrito a usted dos cartas y siempre en el último minuto de la despedida de los conductores; no estoy seguro que hayan llegado a sus manos; porque una debía llevar el señor Gelly a quien he visto ayer todavía aquí; la otra, no se quién la conduce: en fin, cualquiera que haya sido su destino, no importa; lo que me interesa es, que usted no se canse de mis importunidades.

La prisión del señor Dorrego, es una circunstancia desagradable, lo conozco; ella lo pone a usted en un conflicto difícil.

Cualquiera que sea el partido que usted tome, lo deja en una posición espinosa y delicada; no quiero ocultárselo. La disimulación en este caso después de ser injuriosa, sería perfectamente inútil al objeto que me propongo. Hablo de la fusilación de Dorrego: hemos estado de acuerdo en ella antes de ahora. Ha llegado el momento de ejecutarla, y usted que va a hacerse responsable de la sangre de un hombre, puede sin inconsecuencia, variar un acuerdo que le impone obligaciones, que a nadie debe usted ceder la facultad de pesar y distinguir.

Dejando a usted pues general, en toda la integridad de su libre albedrío, mi pretensión en esta crisis delicada, se reduce a exigir de usted que preste un maduro examen a la posición que ocupa: que la mida y la conozca en toda su extensión; por el lado en que las esperanzas más bien fundadas se presentan como los pronósticos seguros de una prosperidad halagüeña, y por el lado en que la inconstancia de la suerte y la veleidad de los hombres y de los partidos, presentan, al que corre la carrera pública, el aspecto odioso de lo que se llama las vicisitudes de la fortuna. Hecho el prolijo examen de su posición, estoy seguro que sin otro consejero que su genio, no fluctuará mucho tiempo sin decidirse por los deberes que ella le impone a mi modo de ver.(...)

Salvador Maria del Carril"

Documento 4

“Buenos Aires, diciembre 15 de 1828

Señor general:

En este momento veo impreso el oficio que usted ha dirigido al Ministro, anunciándole la justa y bien merecida muerte del coronel Dorrego. Usted debe saber quizá, que no soy lisonjero; pero en este momento, quisiera que mis sentimientos particulares fueran los de toda la masa de esta población, para manifestar a usted el reconocimiento que inspira un hombre como usted, decidido por el bien del país, y que con el paso que ha dado últimamente, se ha echado sobre sus hombros la responsabilidad grande del movimiento. No crea usted que tenga que andar sólo esta carrera: todos conocen ya de lo que usted es capaz y no trepidan en secundarlo. Usted ha dicho bien: la historia y su patria decidirán si Dorrego ha debido o no morir, y la historia le hará a usted justicia. Una combinación más feliz para estos pueblos que para usted, lo ha puesto a la cabeza de un movimiento cuya inmensa trascendencia no puede calcularse hoy en toda su extensión. Quizá se acerca la época de la ruina de todos los caudillos, y de la redención de los pueblos de la Republica. (...)

Mis consejos son de poco valor; mi pluma puede servir del algo, y tengo la confianza y conciencia de que no sé pararme en compromisos, cuando veo el lado a que está la justicia; así es que 'El Tiempo' será consagrado a demostrar por algunos días la rectitud de los procedimientos de usted. La ejecución de Dorrego es una gran garantía que usted ha dado a éste pueblo, y los perturbadores han empezado a temblar.

Me resta decir que quizá le será a usted necesario un hombre que le ayude n la tarea de escribir; que le sirva como de secretario, en fin, que haga en esta línea, lo que usted no pueda por sus ocupaciones. Si usted siente esta falta, avísela: no faltará quien vaya; iré yo mismo si usted quiere, y no necesitará más que indicarlo. En este caso, dejaré mi 'Tiempo' en manos seguras y hábiles.

En fin, yo quisiera que usted principiara a contarme en el número de sus más decididos amigos, y a emplear mi inutilidad, mientras dure la crisis en que nos hallamos; porque debe usted saber desde ahora para lo sucesivo, que no habrá poder sobre la tierra, que me haga admitir jamás empleo alguno de los gobiernos permanentes. Mis razones son fuertes para ello: pero usted debe ser ayudado en lo poco que cada uno pueda, y a mí me asiste esta profunda convicción.

Concluyo saludando a usted con toda mi afición y respeto, y rogándole se sirva hacer presentes mis recuerdos a los señores Medina, Rauch, Quesada y demás amigos.

B.L.M. de ud.

Juan C. Varela"

 

Documento 5

"Señor general don Juan Lavalle.

Buenos Aires, 15 de diciembre de 1828

Mi querido general:

Hemos sabido de la fusilación de Dorrego. Este hecho abre en el país una nueva era y es el mayor servicio que ha podido usted hacerle. Todos confiesan que nadie era capaz de dar un paso tan enérgico; pero todos lo aplauden. Yo he observado bien lo que ahora expreso y se lo digo a usted sin el objeto de lisonjearlo; hablo sin pasión: nunca anidé la venganza en mi corazón; jamás mantuve la ira contra un ser humano, dos minutos; pero deseando con vehemencia la felicidad de la patria, juraré siempre por el general Lavalle su mejor servidor.

Me tomo la libertad de prevenirle, que es conveniente recoja usted un acta del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de esta clase redactado con destreza, será un documento histórico muy importante para su vida póstuma. El señor Gelly se portará bien en esto: que lo firmen todos los jefes y que aparezca usted firmándolo. Debe fundarse en la rebelión de Dorrego con fuerza armada contra la autoridad legítima elegida por el pueblo; en el empleo de los salvajes para ese atentado; en sus depredaciones posteriores; en el compromiso en que ha dejado la propiedad sobre las fronteras; en la seducción que trató de obrar en las fuerzas del comandante Pacheco y del regimiento de Rauch; en el auxilio pedido a Santa Fe como debe constar por sus comunicaciones, etc., etc. (...)

 Salvador Maria del Carril" 

 

Documento 6

"Señor general don Juan Lavalle.

Buenos Aires, 20 de diciembre de 1828

Mi querido general:

Cuatro palabras sobre la muerte de Dorrego y no más: ella no pudo ser precedida de un juicio en forma: 1°, porque no había jueces; 2°, porque el juicio es necesario, para averiguar los crímenes y demostrarlos, y de los atentados de Dorrego se tenía más que juicio, opinión, de su evidencia existente y palpable, comprobada por muchas víctimas, por un número considerable de testigos espectadores y por su prisión misma. Sin embargo, vea usted cuál es mi duda. ¿No será conveniente dejar a los contemporáneos y a la posteridad, en los mismos esfuerzos que se hagan para suplir las formas, que no se han podido llenar o que eran innecesarias en el caso, una prueba viva del estado de la sociedad en que hemos tenido, usted y yo, la desgracia de nacer, y de la clase del malvado, que se ha visto usted forzado a la tranquilidad? ¿Y un acta que contuviese el complot; porque no quiero disminuir nada a la fuerza del término, de los jefes y comandantes de su división: hombres de diferentes circunstancias, independientes muchos; de sacrificar la cabeza de una facción desesperada, votando a unanimidad la muerte, no llenaría bien los dos objetos de mi pregunta anterior? Me hace fuerza la afirmativa, querido General.

Pero, por más fuerzas que tengan las reflexiones que quedan sentadas, no induce la necesidad de conformarse con ellas, si no se podía contar con la unanimidad o la mayoría. Contando con ellas, me parece que es más que necesario diestro y útil hacerlo: la necesidad, se deduce de consideraciones abstractas que he indicado; pero la destreza y la utilidad son prácticas, y así llamaré yo al compromiso de los jefes y comandantes en un asunto capital. Afeccionado muy especialmente a usted, y sin perder de vista la utilidad del momento, no me ha sido posible dejar de insistir, con alguna tenacidad sobre este punto, de que ha prescindido ya general y fácilmente. Por lo demás, querido general, incrédulo como soy de la imparcialidad que se atribuye a la posteridad; persuadido como estoy de que ésta gratuita atribución no es mas que un consuelo engañoso de la inocencia, o una lisonja que se hace nuestro amor propio, o nuestro miedo, cierto como estoy, por último, por el testimonio que me da toda la historia, de que la posteridad consagra y recibe las deposiciones del fuerte o del impostor que venció, sedujo y sobrevivieron, y que sofoca los reclamos y las protestas del débil que sucumbió y del hombre sincero que no fue creído; juro y protesto que colocado en un puesto elevado como usted, no dejaría de hacer nada de útil por vanos temores.

Al objeto, y si para llegar siendo digno de un alma noble es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos según dice Maquiavelo; verdad es, que así se puede hacer el bien y el mal; pero es por lo mismo que hay tan poco grande en las dos líneas.

Los hombres son generalmente gobernados por ilusiones como las 'llamas' de los indios, por hilos colorados. General, a usted no le gusta fingir, ni a mí tampoco y creo por ningún punto se aproxima tanto la conformidad de nuestros caracteres como por éste, y así que usted fusilando a Dorrego y yo escribiendo, decimos verdades que aunque nos puedan acreditar de verídicos, no querríamos que se nos aplicasen, ¡voto a Dios! de ninguna manera.

Todo se resuelve en las provincias. Salta, Tucumán, Catamarca, San Juan y Mendoza o hierven o fermentan por la organización general. Bustos y los demás están azogados; dentro de breve, ya no hallaran postura que les acomode; no podrán estar ni sentados ni de pie, y será necesario darles plomo y echarlos de barriga. A Bustos, le ha dado por engrandecerse y se ha declarado dictador. López se achicará a mi modo de ver, aunque hay allí algunos embrollones y pudieran tentarlo; lo dudo, sin embargo. No se le habrá escapado a usted mandar gente de cuenta a Santa Fe, a saber algo. Mansilla está allí y ya iba a aconsejarle que se sirviese de él, pero inmediatamente me he arrepentido y en penitencia, me he condenado a quemarme los dedos que han escrito su nombre.

Estoy de acuerdo con usted en que es necesario trabajar un poco en Buenos Aires. Sí, general, y mucho. Entiendo por esto, organizar la campana; asegurarse de todos los regimientos de milicia y darles la efectividad de que carecen. Poner movibles 500 de caballería de línea, en jaque sobre los indios. Venir a la capital; recibir el ejército; llamar lo que resta; hacer efectivos 3.000 hombres en un mes; asegurar la capital y hacer marchar 2.000 ó 2.500 que consigan un triunfo antes del segundo mes. Su Gobierno Provisorio que para todo esto se habrá regularizado en la manera mejor posible, hará entonces, después del primer suceso, la convocación de la provincia para elegir los representantes. Los representantes infaliblemente imbuidos del espíritu del triunfo, y de las circunstancias en que se les habría puesto, seguirían y secundarían un torrente que no podrían resistir; sancionarían sus inspiraciones y todo lo que conviniese, para llevar adelante la carrera comenzada, y entonces y sólo así, se pondría usted en aptitud de tapar con sucesos, y con los grandes sucesos de que es el seguro anuncio la fusilación de Dorrego, toda la catástrofe de una revolución y de sacar de este acontecimiento la base de un orden nuevo que sería legítimo en la cabeza de todos, porque no tendría relaciones inmediatas con el orden destruido. Todo esto, algo semejante o mejor, puede usted hacer; disponerlo y prepararlo en tres meses y realizarlo en doce, ¿y lo creerá usted? Esto sólo es bastante para hacer un héroe del que lo ejecute. Un héroe no es otra cosa, que el hombre que concibe un gran acontecimiento y lo realiza en la mayor parte o en todas sus consecuencias ulteriores.

Dos líneas y no mas, querido general.

Si usted pudiera en un instante volar al Salto, Areco, Rojas, San Nicolás y Luján, dar la mano a todos los paisanos y rascarles la espalda con el lomo del cuchillo, hará usted una gran cosa; pero si usted pudiera, multiplicándose, estar en la capital, haría una cosa soberana. Es necesario que vuele, que quiera usted que se le haga una entrada bulliciosa y militar; porque la imaginación móvil de este pueblo, necesita ser distraída de la muerte de Dorrego, y para esto basta bulla, ruido, cohetes, músicas y cañonazos. Por otra parte, el gobierno necesita ya más regularidad, y las ranas empiezan a treparse sobre el Rey de palo, o el frasco de esencia a disiparse. En estos primeros momentos no se debe perder oportunidad de hablar a la imaginación, y la rapidez de los movimientos del que manda habla muy alto en las orejas dc los que le temen en todas partes.

Mucha gentuza a las honras de Dorrego; litografías de sus cartas y retratos; luego se trovará la carta del desgraciado en pulperías, como las de todos los desgraciados que se cantan en las tabernas.

Esto es bueno; porque así el padre de los pobres será payado con el capitán Juan Quiroga y los demás forajidos de su calaña. ¡Qué suerte vivir y morir indignamente y siempre con la canalla!

Un amigo del general A. [Alvear] le decía el otro día en sociedad: 'el general Lavalle descubre en sus partes un buen talento, grandeza de alma, elevación en sus sentimientos, y un carácter convenientemente firme y reposado...'¡hombre! respondió él; ¿también usted se engaña con palabras? No: se le contestó; arrojar a Dorrego, batirlo y fusilarlo son palabras que en su caso, no querría usted recibirlas ni por cumplimiento. Usted se ha engañado, general, sobre el carácter y capacidad de L. [Lavalle] y le demostró; se le encargó que tuviera juicio, y que se cuidara mucho de habérselas con un hombre, que había hecho algo más que mandar escribir el 'Liberal' que no es más que palabras.

Me parece que se ha de aprovechar del consejo porque ha sido encarecido. Sé que se lo ha dado también G. [Gallardo] y Vázquez. Basta por hoy; veremos otro día si hay que charlar. General: no crea usted que exigiese que perdiera su tiempo en contestarme; es bajo de este pie, que me había tomado la confianza de escribirle e importunarlo, y en esta inteligencia que usaré de la libertad que usted me da de continuar escribiéndole.

Deseo que tenga usted una vehemencia tenaz en la obra comenzada. Salud y fortuna.

Adiós, querido general.

B.S.M. con atención su afectísimo amigo y servidor.
Salvador María del Carril"

 

NOTA: Este artículo está inspirado en un capítulo de “En bronce eternizados”, trabajo que estoy preparando.

NESTOR GENTA


BIBLIOGRAFIA

1. Saldías Adolfo. Historia de la Confederación Argentina. Rosas y su época. Ediciones Clio. Buenos Aires. 1975.p.222.

2. Saldías Adolfo. Ibid. p.224.

3.4. Sierra Vicente. Historia de la Argentina. Epoca de Rosas. 1ra. Parte. 1829-1840. Editorial Científica Argentina.1984.p.9.

5. Tonelli Juan Bautista. Manuel Dorrego, apóstol de la democracia. Biblioteca Enciclopédica Argentina. Editorial Huarpes. Buenos Aires. 1945. p.320.

6. Sierra Vicente.Op.Cit.  p.13.

7. Tonelli Juan Bautista. Op. Cit. p.321.

8. Sierra Vicente.Op.Cit. p.14.

9.Sierra Vicente.Op.Cit. p.15.

10.Sierra Vicente.Op.Cit. p.16.

11. Levene Ricardo. El proceso histórico de Lavalle a Rosas. Tomado de fotocopias en las que no figura la editorial. La Plata. 1950. p.9.

12. Saldías Adolfo. Op. Cit. p.232.

13.14. Sierra Vicente.Op.Cit. p.21.

15.Tonelli Juan Bautista. Op. Cit. p.325.

16. Ramos Abelardo. Las mazas y las lanzas. Biblioteca Argentina de Historia y Política. Hyspamérica. 1986.  p.112. Carretero Andrés M. Dorrego. Ediciones Pampa y Cielo. Buenos Aires, 1968. p.167.

17. Saldías Adolfo. Op. Cit. p.232.

18.  Sierra Vicente.Op.Cit. p.22.

19.Tonelli Juan Bautista. Op. Cit.407.

20.21. Sierra Vicente.Op.Cit. p.24.

22.Galasso, Norberto. Dorrego y los caudillos federales. Cuadernos para la Otra Historia. Centro Cultural Enrique Santos Discépolo. Buenos Aires. 1998.p.41. Cita a Rodolfo Trostiné. Dorrego. Testimonios de una vida. Soc. Impresora Americana. Buenos Aires.1944.pp.196/197.

23.Furlong Guill

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Armin Vans

 

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