El 30 de mayo de cada año no es un día común en la vida de Sergio Schoklender. Hace 54 nació en la misma ciudad en la que quedó detenido hace 15 días. Otro 30 de mayo, pero de 1981, asesinó a sus padres junto con su hermano Pablo. Hoy no tiene motivos para festejar mientras aguarda declarar ante el Juez Norberto Oyarbide.
El Pasado me condena
La historia de Sergio Schoklender es la del ave fénix y la de un macabro asesino. Un genio para funcionarios del gobierno kirchnerista que lo trataron, y un destructor para esos mismos funcionarios que hicieron la “vista gorda” y/o fueron partícipes necesarios de una estafa incalculable.
Su pasado lo condenó siempre, pero distintas son las versiones sobre los años en que aún era un joven de clase alta, a quien no le interesaba ni la política ni tenía conciencia social. Para ex trabajadores en la empresa de su padre, Pittsburg and Cardiff, Sergio era soberbio, pedante e inteligente, pero no asesinó a sus padres, sino que se inculpó para proteger a la pequeña Ana Valeria —su hermana del medio— de una siniestra mafia internacional.
Es dable recordar que Pittsburg tenía contactos con el almirante de la muerte, Emilio Massera, y vendía el hierro necesario para la fabricación de armamento militar a todo el mundo. La inocencia de los hermanos es más que una versión entre los que lo conocieron a comienzos de los ochenta.
En diciembre de 1976, comenzó su historia laboral en Frigomex para luego desempeñarse para la firma Phonalex; siempre con la recomendación y la colaboración de los contactos de su padre Mauricio. Luego de la noche trágica en que había regresado de comer con sus padres y su hermana, en la Costanera, y hasta había conseguido el autógrafo de Héctor “el Bambino” Veira, quien también cenaba en el lugar, Sergio intentó huir hacia Brasil sin éxito. El taxista que lo trasladó en Mar del Plata, Eduardo Franjo, 30 años después, fue contactado por este medio y dijo que siempre quiso volver a encontrarse con su pasajero pues “muchas de las cosas que se publicaron fueron falsas” y “todos lucraron con lo que pasó”.
Comodoro Py, siempre Comodoro Py
Resignado, aunque con ganas de jugar sus últimas cartas, Sergio Schoklender festejó su cumpleaños 53 en los estudios de televisión explicando lo inexplicable: su escandalosa salida de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. Esa mañana, del 30 de mayo de 2011, desayunó en su café preferido sobre la Avenida Triunvirato, a dos cuadras de la casa de su ex mujer, Viviana Sala, quien lo había recibido gustosa.
Aquella fría mañana, su kiosquero lo miró sonrojado cuando le vendió los principales diarios del país —Página/12, Clarín, La Nación y el ya desaparecido Libre— y lo observó en todas sus portadas. “Compra el diario como si nada, paga puntualmente”, decía el vendedor que supera los 70 años. Luego, el cronista de Libre le sacó una foto y Schoklender se enfureció. El clima político hacia su persona era otro. La caída parecía una utopía. Ni se le cruzaba por la cabeza que 350 días después volvería a prisión.
Hoy, 30 de mayo del 2012, no será un día más en la vida de Sergio Schoklender. Tampoco en la de los implicados en uno de los casos de corrupción más sensible de los últimos dos gobiernos. Miles de familias damnificadas aún esperan una respuesta. Mañana será el turno de la hija de Hebe de Bonafini, Alejandra, y también de Patricia Alonso, la mujer que se desvive por el hombre que la iluminó hace 12 años, cuando se conocieron en el estudio jurídico de Lanas, que había abierto Sergio con Sergio Gandolfo.
Luis Gasulla
Twitter: @luisgasulla