Se entra en la noche como al vientre materno, plácido acuoso, silencioso, seguro, en un tiempo estacionado, aparentemente indefinido. Viaje que tiene principio y fin, el periodo más íntimo, personal, en nuestras vidas: monólogo aparente del crecimiento con el cuerpo que lo origina a imagen y semejanza de todos los cuerpos humanos del planeta. La pequeña réplica en la sombra uterina de la noche, la humedad del ser: somos agua, líquido, Heráclito, nacimiento y muerte de nuestra propia estrella, en el final del polvo, después de nadar el río. Siempre se busca la orilla al final del cansancio: el salmón desova frente a la muerte, y el río continúa la desembocadura de una nueva vida. La noche nos convoca, habla, desde un útero rosado, infantil, su palabra ventrílocua, materna, pedagógica. Es noche en la noche de la noche, oscura en su bóveda ancestral, la delicada pausa, trapecio que la vida dispone desde el primer vaivén del mundo. La historia personal, la biografía que el primer sueño elabora. La vida es cordón umbilical y se cortará al inicio y final. Sabia pedagogía del cuerpo que vuelve al principio. Todo viaje concluye. Los ciclos renuevan la materia, la vida, son un compromiso con el escenario aparente, profundo y el espíritu humano. Somos casi agua y luego polvo y primero polvo de estrellas.
§
¿Detrás o después de la noche, la oscuridad?
¿El Big Bang surgió de la noche y estalló para iluminar la larga
noche que venía, el vacío hecho Tierra? ¿Giró, giró lo que
sería la Tierra y estalló para ser nuestro planeta, el vacío oscuro?
Era una noche cerrada quizás, que precedía todas las noches que el hombre
jamás había visto. O tal vez son esas noches sumadas en un principio las que
nos fueron reservadas para nosotros en un tiempo que consumimos día a día.
¿Quién tendrá ese número en el último calendario de la Tierra? ¿De ese
pasado que no conocemos, viene la frase mágica: la noche es joven? Los científicos
se afanan por calcular los años a la Tierra en millones de años, y yo los
veo en los ojos del poeta. Sólo un segundo y basta el tiempo recobrado. ¿La
noche buscaba el día cuando apareció o surgió más bien de un espacio que
ni siquiera era negro?. En mi
ventanal la noche se agazapa, tigre de sus propias manchas. El Editor ahora es
Noé naufragando en el mundo
noticioso del 2004, que acumula tragedias por segundo. Viajo detrás del
ventanal hacia las montañas, desiertos y carreteras, un viejo recorrido a la
inversa de la huella, totalmente nuevo. Algunos aún ven la felicidad como un
campo de Golf, estirado en el verde, y realizan sus mejores días en un
espacio para cultivar el vacío en torno a una conversación gastada un
domingo. Las risas que el pájaro
negro de la vida entona de paso, caen desplomadas en un cielo que a nadie
pertenece.
El cuerpo humano es agua. La Tierra está compuesta de
siete partes de agua. El mar, los
lagos, los ríos, las cataratas, las quebradas, los oasis, la capa nefrítica,
la lluvia, los espejismos del desierto y las lágrimas. Todo es agua. Venecia
es la representante del Dios agua en la Tierra. Sin agua no hay vida. Un hielo
es agua. Una frase tan simple: la falta de agua puede ser el motivo esencial
de las guerras del futuro. Qué simple. El mar es la otra cara del agua. Noé
naufragó el mundo en 40 noches con sus
amadas bestias, para que salvaran sus respectivas
especies, y muchos creímos que ningún naufragio
humano sería superior a este viaje por las aguas, sin fin aparente.
Navegó Noé en su Arca, de memoria, con el ojo de Dios, las montañas,
desiertos, mares, ríos, lagos, cielos, aires, espacios, un mismo punto,
noches, días, tiempo sin tiempo: todas las aguas.
Dios no dejó una gota fuera del Diluvio. En
su última noche, Noé supo o entendió que el agua era como la risa,
interminable, se sentía suave o en grandes carcajadas. El agua se venía en
hilos finos, engañosas cuerdas de arpa, nubes que se desplomaban casi con
inocencia. Era una hamaca de agua la tierra en el Diluvio. Escaleras de agua,
lloviznas sin músculo aparente y de pronto las paredes de agua volando,
desplazándose en capas, con sus remolinos, bloques invisibles que se agolpan
en el aire, con sus columnas, y viajan en su transparencia repentina. Se
alimentaban de agua, los sueños de agua de Noé, del agua de los caminos, de
los abismos crecidos en las profundidades, y más negro que azul, el mar, el
mismo cielo roto, como un agujero sin fin, lo sentía en la garganta como
lluvia negra de la Edad Media. Lluvia monje, inquisidora, reservada a las
posadas sin camino, lugarteniente de la muerte. En el bosque la lluvia se
absorbe, borra, asimila, ahonda sus raíces, se convierte en verdad. El agua
puede ser una pared, un bloque, una pesada, envolvente, gigantesca estructura
llena de olas y agua que suman y pesan, pero con Noé fue un puente
gigantesco, sostenido en los días, en el tiempo, en la cima, en el hilván de
cada una de las montañas y en las profundidades de la tierra. Y se desplaza
el agua como la mantequilla sobre un sartén,
lisa, compacta, segura, cubriendo la superficie lentamente. Gota
aceitosa, sudada, la del cuerpo, resbala, cae del sobaco, pende
del pequeño sueño húmedo de la piel. Una frente que suda, es señal
de trabajo. Agua que no has de beber, déjala correr, como si se pudieran
retener tantas gotas en el cedazo abismal de los días. La muerte viene
abotonada, se acicala bajo el mar nadie sabía,
subterránea, venía de Sumatra, en
el expreso Tsunami, un gigante de agua que devoraría las costas, la vida a
unas 200 mil personas, en el
sudeste asiático, este diciembre fatídico,
mes en que el Apocalipsis
inició un primer ejercicio a partir de Indonesia. El agua se ha tragado la
vida a la velocidad de la muerte. El mar devuelve
parte de los cadáveres con el salivazo de la muerte, la tierra los
recibe y entierra, limpios,
llenos de sal, de la acuosa matriz belicosa del mar. La tierra es movimiento,
sacude su cuerpo azul, la esfera dolorida, y del mar viene el libreto del
espanto escrito a la velocidad de la tragedia. La espuma que deja el
mar, el mar que se recoge, el silencio que produce la muerte. Frente al mar no
hay orilla. La muerte se desnuda en el atardecer de alguna isla, se lanza al
mar y crece en una ola majestuosa, infernal. Alguien avisa que viene, y nadie
cree, y avanza, mientras los bañistas toman sol, dejan el cuerpo flotar sobre
el mar, duermen en sus dorados refugios, hacen el amor quizás por última
vez, un sueño final para el horro de ese día.
§ Susan Sontag, el tábano en la piel dormida
Es 28 de diciembre del 2004, en el estricto orden de las fechas. El día de
los inocentes y ha muerto Susan Sontag. Difícil aceptarlo, y ocurrió en su
natal Nueva York. Sufría de leucemia, una enfermedad que le atacó por décadas
y venció una y otra vez. Crítica, lúcida, inteligente, con su bello rostro
y estampa de virgen india, (era judía), fue un icono de varias generaciones
en Estados Unidos. Voz comprometida, autorizada, ejemplar, nunca dejó de
tener una palabra para pronunciarse, donde otros preferían ser cabeza de
avestruz. Una mujer de su tiempo, sin complejos, no le cedió terreno a las
causas injustas y fue llama viva de su verbo, en una época incendiaria,
atravesada por la guerra, las injusticias sociales, conflictos étnicos, un
tiempo sacudido por los cambios. Fue como un Hemingway
femenino: estuvo oliendo los acontecimientos no precisamente desde la
orilla, escribió in situ, sobre los conflictos que marcaron época en
un tiempo de grandes
y dolorosas transformaciones. La Guerra de Viet nam en
1968; (Viaje a Hanoi) filmó
a las tropas israelíes en guerra en 1973, y, dos décadas después, se
estableció en el Infierno de Sarajevo para demostrar su apoyo a la causa
Bosnia y allí puso en escena la obra, "Esperando a Godot. Tan crítica
y lúcida, una escritora educada en Harvard y Oxford, indagó en el hombre,
las costumbres de la sociedad que compartía, y expresó en sus ensayos y
novelas, opiniones, foros, una y otra vez, toda una visión que la comprometía
con la verdad, un mundo mejor para ser habitado y vivido. “Me
disgustan la vanidad, la violencia, las armas de fuego, Hollywood, la cultura
de masas que ha arrasado otro tipo de culturas. Quizá por eso me gusta ser
extranjera. Me interesan más los derrotados que los vencedores", postuló
durante el lanzamiento de su última
novela, En América (1999. Esa
era Susan Sontag, raíz joven, profunda, femenina, de un
Estados Unidos abierto, vital, crítico, con liderazgo moral. Sus pasos
se sienten aún en la geografía de su hermosa y combativa palabra, en la
lucidez de su clara e indiscutida inteligencia, que nos deja su estampa de
mujer de su tiempo. Dejó 17 libros: (“Contra la interpretación"
o "La enfermedad como metáfora",'Notas sobre el
camp', las novelas 'El benefactor' (1963), 'Equipo mortal' (1967) y 'El
amante del volcán' (1929)y 'Sobre la fotografía' (1977), entre otros)
y un pensamiento moral, ético, claro, singular, indiscutido
Una voz para muchas voces silenciadas, apagadas por la
propaganda, idiotizadas por la publicidad, el consumismo, la castración banal
que muere a los pies de la estatua de la Libertad. Ella fue ese símbolo
viviente, hoy solitario, inmóvil, que languidece en Manhattan, prendido aún
en el ojal de la esperanza, como
un pájaro herido en búsqueda de sus alas. Susan Sontag quiso ver volar las
jaulas hacia un mundo mejor, más libre, -quizás no a la tierra la prometida,
- pero más humana, solidaria, compartida y su visión siempre fue desde el
humanismo. Amó las Tres Culturas de México, país de sus asombros, por sus
obras monumentales. “Gigantismo” que ella llamaba, cuando los mexicanos,
decía, no son altos. China fue otro lugar que la estremeció culturalmente y
allí vio una cultura y sociedad solidaria, humana, raizal, afectiva,
organizada en la vida comunitaria, sin exclusión. Observó el mundo bajo las
piedras, con sentimiento y razón, puso el ojo donde el águila volaba, el músculo
de la pantera en la jungla, y no
dejó de ser Susan Sontag, una mujer delicada,
inteligente, abierta, humana, sensible, comprometida, en un mundo de ratas de
caño, donde impera el gusano de la banalidad. Se declaraba y sentía
extranjera, una manera de reconocerse en todo y ante todos. Una inteligente
concepción para comprender este mundo de “choque de civilizaciones”,
“sin fronteras”, globalizado”, “migratorio”, “contaminado por
lenguas, razas, culturas, tecnologías” y a pesar de ello brutalmente
discriminatorio. El mundo formó parte de todas sus esquinas, de su
pensamiento vivo, audaz, sin temor, no temerario, que es diferente. Se atrevió
a publicar un ensayo en la revista 'The
New Yorker', sobre los
atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, los que no habían
sido "cobardes", como los calificó el Gobierno del presidente
George W. Bush, sino "un acto llevado a cabo como consecuencia de las
alianzas y acciones específicas de EEUU". Antipatriota fue lo mínimo
que le dijeron en su país. Susan Sontag nos enseño un camino de audacia
sistemática en la palabra y los actos. No veía un mundo como una línea
recta. Todo cambia, es un proceso, pero hay que estar allí y ser parte de lo
nuevo, producirlo, empujarlo.
§
La Utopía no es una
estatua
Hoy, se construye desde el poder y sus canales mediáticos. La verdad incomoda
a todos los poderes, y la de Susan Sontag, se hizo sentir a lo largo de su
vida como el aguijón socrático, porque fue filósofa y terapeuta espiritual
en un mundo alucinado, electrizado
por la pasarela, acomodado a un ataúd espiritual, que ignoraba la Utopía
real. A pesar de su estatura intelectual y física, siempre aspiró a seguir
creciendo, a “hacerse más sabia”, decía, porque
nunca recreó su visión en un mismo pensamiento circular, y buscaba
nuevos derroteros para un mundo que articulaba con pasión y no le
gustaba hacer sonar las campanas porque eran campanas, sino contenían un
lenguaje único en el momento preciso. Hoy redoblan a duelo las campanas del
dolor por la desaparición física, de una mujer que apostó a la vida, al
cambio permanente, a un mundo mejor, sin fronteras, sin racismo, ni guerras, y
desafió el día a día con su actitud y palabras
olvidas hoy en el mundo: compromiso, verdad, solidaridad, moral,
dignidad, inteligencia. Partió la “india americana-judía”, en un mundo
en guerra, en ruina, soplado por olas incontenibles, un planeta en maremoto
que cava su propia tumba, con rumbo desconocido, definible como apocalíptico,
donde todos somos pasajeros en este viaje de terror. Susan Sontag vivió su
tiempo desde el coraje y eso hubiese
sido más que suficiente para una vida completa, integral, pero ella escribió
la historia que vivió, fue cronista de su época, no sólo la documentó,
sino denunció, exploró en la intimidad. En la piel de Susan Sontag se va una
época y ella fue vibrante campana de un mundo mejor. Vanguardia de la
vanguardia, se puso del lado de las causas justas, y corrió los riesgos de
ser tábano en un mundo de piel dormida, nauseabundo, rendido a una falsa
idolatría, que acumula dioses por centímetro cuadrado de temor. Ella encarnó
dos conceptos matriz que la sociedad Norteamérica parece haber perdido,
extraviado en esta última década: la libertad, -porque Susan Sontag, fue más
que una estatua-, y el coraje ante la verdad, que defendió a capa y espada,
en un mundo que rinde culto a la mentira, la publica y se la cree. Su
desaparición es un inquietante epílogo en un tiempo avasallado por la lúcida
estupidez humana, que ha salido del gran closet del subconsciente animal, el
que lo hizo correr al precipicio, antes de gatear. Se lo está llevando la
velocidad al hombre post, (muchas alas para un vuelo tan corto), el exceso de
contaminación en sus venas endurecidas, moho, óxido, olvido antes del polvo,
de un tiempo humano cumplido aparentemente. El civilizado incivilizado, pulsa,
punza, la burbuja en el acero, muerde el anzuelo, que su mano le tiende,
engancha, arrastra el doliente cuerpo en
el aire, boquea por la historia que carga en su mochila vacía, con
algunos cuantos resortes para poner los pies más cerca del aire. Allí
la historia puede detenerse un instante, asomarse
al coágulo de la muerte, pero su fin no llega, tiene recursos de un
sastre, es capaz hacer un traje perfecto, corregir un defecto, enmendar una
pieza, rehacer una manga, adecuar una bastilla, transformar, reparar, rehacer,
recomendar un vestido nuevo. La
historia también se rehace en silencio, como Pinocho dentro del estómago de
la ballena.
§
La verdad sobre la
silla de cenizas, en el Infierno
Pero esta historia sólo es parecida en la metáfora de la larga y mentirosa nariz. Pinocho, el muñeco de madera, tuvo un final feliz. La que a continuación relataremos, nació torcida, creció en medio del espanto, con dientes huérfanos untados en cal, y sobrevivió en la inmortal impostura de la sobre vivencia del ilícito existencial, rodeado de tantos muertos, colgado a su propia muerte, insomne en su aventura, esperanzado de seguir muriendo, arrojado por el sueño de su locura, prolongación de la fachada que carga como chapa de identificación: ay, capitán General. El también llamado Paciente Inglés, inauguró en Chile la psiquiatría forense, cuyo objetivo es indagar sobre el cadáver, buscar que propósitos subyacen en la prolongación, en el juego y re-juego entre la vida y la muerte, este acto tan real como fiel es un simulacro basado en la extremaunción y su retorno. ¿Estuvo en el más allá y se horrorizó? ¿No lo dejaron entrar? ¿Lo enviaron a cumplir con la justicia? ¿Qué vio el augusto personaje, que no le hizo gracia, y volvió al lugar de los hechos? ¿Seis años en el ejercicio pleno de su locura, no fueron suficientes para entrar al Infierno o aquí está ese paraíso ardiente, quemante, llamativo? ¿Que se sabrá allá arriba que no lo dejaron subir? ¿Habrá llegado con sus alias y fue descubierto? ¿Cuántos inspectores de impuestos internos hay en el Infierno, que aun ejercen su profesión, en los cálidos días infernales? ¿Qué casos tendrán pendientes allá arriba? ¿La Caravana de la Muerte, el General Prat y señora, Letelier, Víctor Jara, el genocidio, los dineros del Riggs, el largo ataúd de Chile, los curas muertos, la persecución infinita, la mentira como política de Estado, los fusilados, los torturados, los expatriados, los derechos humanos violados una y otra vez? ¿O el retorno después de la extremaunción fue para hacer justicia a la propia justicia, tantas veces pinocha? La nariz de la ley es del largo del territorio chileno. Manca de brazos, ciega de ojos, sorda de oídos, minusválida mental. No es la única en un mundo cada día más insolidario, arbitrario, insostenible por al ausencia de principios reales, valores, instituciones que no responden a leyes y a las demandas del pueblo. El dictador de Chile se ha ocultado desde 1973, cuando asaltó el poder, detrás de la mentira, la diseminó por el mundo, y desde el 11 de septiembre, leímos en los periódicos del planeta, que hablaba de la transparencia de su régimen militar, honestidad, de los valores, el respeto, principios, y que ignoraba “por falsas” las miles de denuncias contra la institucionalidad represiva que había creado y establecido. La Iglesia Católica chilena, las organizaciones de derechos humanos, de Chile y el mundo, sabían que la tortura se institucionalizó en Chile desde el mismo día del golpe militar, por los miles de casos que atendieron a lo largo de los años. Se supo de mujeres cristianas que jamás denunciaron a sus violadores y fueron atener sus hijos a Argentina, por vergüenza y dolor. La humillación al pueblo chileno adquirió características bíblicas, física y espiritualmente. No existe dinero en las arcas de los estados para resarcir a las víctimas de sus vidas, degradaciones, por la destrucción de sus sueños, familias, derechos a vivir en su propia tierra, y el ejercicio de la inmoralidad pública del régimen de Pinochet, no fue una metáfora. La justicia chilena y los poderes del Estado, como las Fuerzas Armadas y sus aliados, el pueblo de Chile y el mundo, deben aprender esta lección de ruina moral para una nación y más allá de la constatación de un hecho de la magnitud de la tragedia chilena, que conmovió al mundo, a las personas de buena voluntad, debe haber justicia. Nunca es tarde, desde el Infierno devolvieron a Pinochet después de su extremaunción en el Hospital Militar de Chile, -“aunque viajara expreso y recomendado con los óleos sagrados”-, para que a los chilenos hagan justicia y reparen este imperdonable vacío. Fue una época con menos cerebro que una escopeta. Su caso seguirá discutiéndose en el Infierno. Seguramente allí entrará al pabellón de la Impunidad, que es mucho decir en el mismo Infierno. Lo sentarán en una silla y le pedirán que cuente la verdad hasta que se convierta en ceniza cuando haya dicho todo.
Epilogando el Epílogo
(La
tierra viaja en un nuevo eje y la pesadilla continúa)
Abro un paragüita rosado de papel, que alguna vez cubrió una copa de Amapola
frente al mar. Se alzó sobre la roja cereza y
compartió un tiempo adivinado en el
tiempo. El poeta me lo envió, sin la pretensión que me sirviera de
pararrayos o protección del cielo nuclear que habitamos. Tiene unos motivos
chinos: ¿Qué no viene de China? La noche
viaja en la diminuta sombrilla. No cubre un espacio más allá de los
dedos y sueños. Habita en la metáfora que representa. Abre y cierra en la
sutil expresión de la miniatura, un paisaje para el instante, y todo lo que
tenemos son unos ojos, las palabras que
imaginamos se dijeron en ese
momento o adivinaron decirse. Es el camino
de seda, lo presiento.
Un año que nace torcido es un tiempo que se seguirá
pariendo de mala manera. Es lo
que ha ocurrido con este 2004. ya nadie puede decir lo contrario: un mundo más
seguro. Esa es la frase del año y del desacierto, más que sospechosa, estúpidamente
burda. La credibilidad ha retrocedido como pocas veces y el miedo se arrastró
por las alfombras, ha calado hondo en no pocas naciones. Oriente y Occidente
giran erráticamente como el eje de la Tierra. La ocupación afgano-iraquí,
siguió siendo los eventos más determinantes en el 2004 con sus secuelas en
el panorama interno de Estados Unidos y mundial. Casi todo ya está escrito,
aunque el horror siempre escribe una nueva página. El Tsunami del sudeste asiático,
donde no murieron chacales, elefantes, tigres, ningún animal de esa fauna de
leyenda, nos puso en capilla frente al mar y renovó el viejo libreto del
Apocalipsis. Las serpientes en Indonesia, Sri Lanka o Tailandia, seguramente
se salvaron de este Paraíso Perdido, por su instinto ya demostrado en el
verdadero Paraíso. La noche porteña, argentina, cierra con el broche de la
muerte absurda, el 2004, con alrededor de 200 personas, quienes perecieron en
las llamas de una discoteca llamada República
Cromagnon, donde
la tragedia nació de unas bengalas que hicieron arder el sitio, cuya puerta
principal de escape estaba cerrada con un candado. Cantaban los Callejeros
uno de sus rock and roll, ante seis mil personas, muchas drogadas,
alucinadas por las cuerdas vibrantes y el saxo. No sabían que la vida se les
soplaría en un instante, entre las llamas y el pánico. Fácil boleto, el de
la muerte.
Silvia Banfield