Si hacemos un ligero repaso de las condiciones físicas reinantes en los distintos cuerpos que componen el sistema solar, hallaremos lo siguiente: los planetas Mercurio y Venus son demasiado cálidos para la vida; sus temperaturas de superficie son abrazantes. Además, hoy se conjetura que en Venus existe una permanente lluvia de ácido sulfúrico en el interior de su atmósfera, que si bien nunca alcanza la superficie planetaria se constituye, junto con el efecto de invernadero con una temperatura de 480 grados centígrados en su superficie y una presión de 90 atmósferas, en un medio agresivo para la formación de biones o colonias de formas vivientes. Marte es muy desértico, existe poca densidad atmosférica que no ofrece mucha protección y hay escasez de agua; Júpiter y Saturno demasiado fríos, al parecer no son sólidos como los planetas mencionados y se constituyen en sedes de violentas tempestades; Urano, Neptuno y el lejano Plutón se presentan gélidos por su alejamiento del Sol. Todos son ineptos para la vida conocida en nuestra “amada”, a veces aborrecida Tierra.
Más allá puede haber sistemas solares con intensa radiación estelar, centros galácticos convulsionados, soles fríos cuyos planetas se presentan como bloques congelados, inhóspitas cercanías de las estrellas supernovas, cuásares, etc.
Sin embargo la fantasiosa mente humana para salir del paso, en su entusiasmo por adherirse a la creencia en la vida extraterrestre, ha imaginado otras formas de vida adaptadas a esos ambientes hostiles para la nuestra.
Claro está que, fundándose en una petición de principio, esto es siempre presuponiendo, aun sin mencionarlo o inconscientemente, la existencia en el universo de una ley bioquímica emparentada íntimamente con un determinismo fatal e ineluctable, que tarde o temprano empuja u obliga a la materia a organizarse en forma de vida, sea cual fuere el ambiente que la ha de generar y sostener. Se ha exagerado a tal punto, que incluso hubo especulaciones acerca de la probabilidad de vida en sistemas planetarios sin estrellas o bien sobre la existencia de vida inteligente en las mismas estrellas. Creencias, sólo creencias muy semejantes a los mitos.
Lo primordial, lo que exige la mencionada petición de principio lanzada de modo tan desaprensivo, es precisamente demostrar la existencia de cierta ley bioquímica llamémosle biológica o “biogeneradora” de carácter universal, tan rigurosa, infalible y eficiente, que sea capaz de empujarlo todo hacia la constitución de la vida, ¿aún en centros galácticos de extrema violencia y también en el “interior” de los agujeros negros?
Preguntas: ¿De dónde pudo haber emergido tal ley universal? ¿Quién y cuando la pudo haber establecido para imperar en todos los rincones del universo? ¿Algún demiurgo creador por caso, para divertirse? ¡Pamplinas!
Es de saber que, mi hipótesis no acepta leyes fisicoquímicas macrouniversales y menos con carácter de eternidad. Por el contrario, dentro del Todo, Anticosmos o Macrouniverso (como lo denomino yo), las leyes son locales circunstanciales y transitorias, pero abarcan a este microuniverso formado de galaxias que habitamos. ¿La supuesta ley “biogeneradora” entonces también abarca todo este universo de galaxias, tal como las pasajeras leyes fisicoquímicas? ¿O por el contrario, es el producto circunstancial y único de la incidencia en nuestro punto que es el sistema Tierra-Sol, de influencias circundantes provenientes de una región del brazo galáctico al que pertenecemos?
Dada la incomprensible complejidad que presenta el proceso psicosomático (en nuestro cerebro); dado lo dificultoso que resulta reducir a leyes físicas ordinarias o explicar mediante éstas la “simple” asunción del agua desde los pelos radicales y de su paso hacia la endodermis en los vegetales, resulta harto audaz hablar entonces de leyes biológicas panuniversales. Esto suena a algo así como magia, o como algo establecido por alguien con intencionalidad en el universo, cuando por el contrario notamos que todo se conduce en él sin dirección ni finalidad alguna. Vemos procesos truncos sin solución de continuidad; tanteos ciegos al azar en la naturaleza; un sinfín de fracasos frente a un puñado de éxitos que tampoco toman carácter de seguros y definitivos.
¿De dónde entonces iba a surgir semejante ley capaz de hacer convergir los hechos universales siempre, en todo tiempo y lugar, hacia la formación de vida, su transformación y su evolución? Concluimos entonces en que la ley de la vida en el universo (panuniversal) es tan sólo un invento de los nescientes, muy alejados de la cosmología y la biología de última generación.
Ladislao Vadas