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LOS HOMBRES SENSIBLES DE ONCE

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ANIBAL, EL CANÍBAL
ANIBAL, EL CANÍBAL

"Mire la calle...
 
¿cómo se puede
ser indiferente a ese gran río
de huesos, ese gran río
de sueños, ese gran río
de sangre, ese gran río?"

 

                          Nicolás Guillén

   "Soy un hombre sensible que se conduele con lo que pasó", afirmó Aníbal Ibarra durante su maratónica autodefensa del viernes 28 de enero ante la Legislatura porteña, frente a la dura mirada de los cuarenta familiares de las víctimas de Cromañón. Con expresión marmórea, el ex chico fashion de la política vernácula tiró la pelota afuera, preparando el terreno para el cierre definitivo de la causa que seguramente se centrará en el otro marmolado, el empresario payaso Omar Chabán, y tal vez en algún otro gil de turno, como los integrantes de la banda Callejeros.
    Paradójicamente, horas antes de este autopanegirismo, las Abuelas de Plaza de Mayo salieron a la palestra denunciando la existencia de un supuesto complot de la derecha que buscaría desestabilizar al citado jefe porteño. En una sospechosa actitud similar al repentino silencio de radio efectuado por la mencionada organización ante el caso Ernestina Herrera de Noble y la a todas luces espuria adopción de sus dos hijos, nuevamente se apeló al recurso eufemístico y descabellado fantasma del entremado facho para desligar responsabilidades y barajar y dar de nuevo.
    Pero aunque aún Ibarra posea algunos ases en su mazo, es evidente que se trata de un cadáver político cuyo fallecimiento aconteció en la quemazón horrenda del boliche regenteado por Chabán. Su soledad quedó patentizada cuando su principal sostén a nivel nacional, el presidente Kirchner, prefirió solidarizarse por teléfono y sólo atinó a poner la cara cuando las críticas ante su lavado de manos fue demasiado estridente. En ese momento, ambos cayeron en la cuenta que caminaban en un laberinto de espejos rotos, donde naufragó a las claras su iniciativa política. El absurdo se agravó con el nombramiento del duhaldista Juan José Alvarez al frente de la seguridad capitalina, un oscuro personaje especialista en el entramado del doble discurso entre otras habilidades.
    Es que el acontecer político varió desde esa noche de hecatombe del jueves 30 de diciembre, cuando la suprrarealidad pinguinera estalló en pedazos, y al soberano quedó desnudo pues el incendio reinante le quemó las vestiduras virtuales. A un mes de la tragedia, el oficialismo tiembla ante el reclamo creciente de la calle, anteriormente casi silenciada luego de la frustrada experiencia de las asambleas barriales, en un proceso que terminó en el ensangrentado asfalto del Puente Pueyrredón, aquel 26 de junio de 2002. De la mano de Duhalde y Alvarez, dos muertos y 38 heridos de balas de plomo patentizaron a las claras como el poder real puede llegar al crimen para luego fugarse hacia adelante.



Entre lo dicho y lo hecho, no sé si ves


   Como decía el poeta cubano Nicolás Guillén arriba, el sistema político no posee ninguna garantía de supervivencia cuando se vuelve indiferente ante los planteos del gran río de la calle. Sobre todo, cuando hay sangre y huesos de por medio. Pues no se puede paliar con dinero o promesas vanas o con sonrisas de claqué la imagen atroz de los jóvenes cuerpos tendidos sobre la vereda de una calle de Once. Y la declamada sensibilidad del titular del Ejecutivo porteño es sólo un recurso de oratoria barata, que asquearía hasta los tuétanos del ilustre Cicerón. Porque tanto dolor que no cesa, no se palia ni disminuye con buenas intenciones ni recomponiendo un hipotético pacto social en la ciudad. "La dimensión de lo ocurrido, exige mirar hacia adelante", patentizó en un momento Ibarra el viernes pasado y se granjeó miradas de odio de los familiares de las víctimas. ¿Cómo se puede mirar hacia adelante, cuando más de un centenar de vidas se perdieron gracias a la desidia, la estupidez y la falacia?
    O es un caradura total, o su falta de visión obedece al defasaje total entre la sociedad civil y la corporación política, llevado éste a un abismo patético. Pues cuando ocurre algo tan tremendo como el acontecimiento del jueves 30 de diciembre, el primero en ser eyectado debería ser el propio Ibarra, y no algún pelagato de segundo orden o similar.  
  
Sin embargo, su futuro político pende de un hilo y es muy posible que su amigo presidencial le suelte en algún momento la mano para evitar ser lesionado con semejante peso muerto. Como decía Kennedy, cuando aludía a la orfandad total de la derrota, Ibarra la está peleando solo y a su alrededor las campanas doblan a rebato por su gestión. A pesar de que el ministro Aníbal Fernández ahora intente desaconsejar los pedidos de intervención federal de la Capital Federal, planteados por los familiares autoconvocados, cuando el cerco se haga insoportable, los hombres sensibles de Once deberán atenerse a la contundencia de los hechos consumados para capear el temporal. De lo contrario, las consecuencias serán imprevisibles y el margen de maniobra terriblemente escaso.

Fernando Paolella

 

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