La personalidad autoritaria ha sido tema de atención tanto para el pensamiento político como desde los estudios de psicología social.
El comportamiento de aquellos que se comportan de manera intolerante ante situaciones que no controlan puede exacerbarse –y constituir un riesgo para las sociedades– cuando quienes lo padecen se encuentran en posiciones de poder.
Para el pensador alemán Theodor W. Adorno la personalidad autoritaria tiende a pensar en términos de poder, a reaccionar con gran intensidad ante todos los aspectos de la realidad que afectan las relaciones de dominio: es intolerante frente a la ambigüedad, se refugia en un orden estructurado de manera elemental e inflexible, hace uso marcado de estereotipos en su forma de pensar y de comportarse; es particularmente sensible al influjo de fuerzas externas y tiende a aceptar todos los valores convencionales del grupo social al que pertenece”.
La definición de Adorno ha sido aprovechada para describir al fascismo y a los populismos de distintos momentos en la historia del siglo pasado.
La tesis básica de Adorno puede reducirse a que existe, en su opinión, algo así como un síndrome del fascismo no manifiesto, potencial, que actúa como un elemento oculto de la estructura de la personalidad.
Justamente a través de estos conceptos podemos interpretar el comportamiento de la viuda de Kirchner: exaltación de sí misma, descalificación de quienes sostienen puntos de vista distintos a los suyos, el desprecio por la legalidad cuando no se ajusta a sus proyectos y el incumplimiento del orden jurídico.
Chávez en América Latina puede ser considerado arquetipo de personalidad autoritaria y la referida señora su discípula más aventajada.
Sus discursos maximalistas no reivindican, en el fondo, más proyecto que el acaparamiento del poder por encima de marcos legales, contrapesos políticos o reclamos sociales.
Si se atiende a los presupuestos del kirchnerismo como escribe para Cadal, el profesor de Filosofía Política Gonzalo Kuschel de la Universidad Ibáñez de Chile, ocurre la paradoja que, expresamente, rechaza la forma actual de la democracia liberal y el liberalismo que la sustenta pero, por otro lado, no plantea la eliminación de la democracia sino un intento por fundar una de un modo nuevo.
Una democracia del antagonismo y la confrontación, distinta a la de instituciones y del consenso centrista.
No es posible una democracia en que la voluntad ya transformada en hegemónica de un sujeto-pueblo se manifiesta por medio de un individuo o de un movimiento.
Existe un paralelo, si bien antipático, que no pueden eludir quienes defienden esa nueva forma de democracia: el fascismo.
Aristóteles manifestaba que las tiranías emplean diversos medios para sostenerse en el poder: reprimiendo “toda superioridad que en torno suyo se levante”, puesto que el tirano se ve y cree superior en todos los órdenes a cualquiera, como también tiende a deshacerse de los mejores que lo podrían confrontar.
Estos conceptos tan pertinentes se pueden adaptar a la Argentina oprimida actual.
La República se encuentra gobernada por una desquiciada a quien acompaña una banda de facciosos y saqueadores.
Savonarola nos dice que el tirano debe ser castigado: “Tanto porque no solo rapiña y daña y depreda a uno, sino también a toda la multitud, (..) tanto porque se sostiene por aquellos a los que damnificó de alguna manera, tanto porque considera que todo le está permitido (..)”
Jorge Omar Alonso
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