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Valijas y petrodiplomacia, el nexo maldito de Argentina y Venezuela

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LOS SECRETOS DE ALCONADA MON
LOS SECRETOS DE ALCONADA MON

Hace un año y, después de varias semanas de búsqueda, recibí el llamado esperado, del otro lado de la línea el periodista Hugo Alconada Mon. Convenimos que pasara por diario La Nación; una vez allí muy amablemente me invito a tomar un café, me impacto su personalidad, su forma de ser, modales de diplomático e instinto de un gran investigador.

 

Seguí sus notas desde aproximadamente el 2009. Un periodista que transita los pasillos de tribunales con mucha soltura, una colega suya, lo define como: “El hombre que siempre va un paso adelante en su tarea de investigación”.

Es por ello que me permito trascribir por su significado el primer capitulo de su libro “Los secretos de la valija”. Lo recomiendo en este día donde puede cambiar el rumbo de la diplomacia en América Latina. El primer capítulo hace referencia a “las fuentes”:

Solo horas después de arribar a Florida proveniente de Montevideo, Uruguay, el martes 7 de agosto de 2007, Guido Alejandro Antonini Wilson habló conmigo por teléfono. Me encontraba en Miami para escribir un reportaje sobre los argentinos que viven sin documentos en esa ciudad. Pero un colega del diario La Nación, Martin Rodríguez Yebra, me alertó desde Buenos Aires que el “valijero” vivía en Key Biscayne. Me subí a un taxi y me fui a buscarlo. Tuve suerte.

Fue la primera vez que Antonini hablo con la prensa durante más de un año y medio. Yo estaba en la garita de seguridad del complejo donde el vivía, el Ocean Club. Pregunté por él y, segundos después, los custodios de la guardia de entrada me pasaron el teléfono de portería. Del otro lado de la línea estaba Antonini.

Me interesa mucho todo esto, tratar de explicarlo, comento cuando me identifiqué como periodista y le lancé la primera pregunta. Dijo que estaba en Buenos Aires, lo que determinamos horas después que era mentira, pero hubo algo inusual en su respuesta a una pregunta que me parecía demasiado sencilla de resolver: ¿Cree que lo usaron como chivo expiatorio?

Antonini calló durante un par de segundos. Pareció medir sus palabras. “¡Más o menos!”, replico. No dijo ¡no! Y asumió la culpa, ni tampoco respondió que ¡si! Y se declaró pobre cordero víctima de funcionarios malignos de la Argentina o de Venezuela. Optó por decir ¡más o menos! Y añadió: “¡Déjeme, por favor. Yo lo llamo! No lo hizo”.

A partir de allí, mi viaje que debía durar 72 horas se extendió por 24 días y Miami se convirtió en un destino recurrente de mi corresponsalía en Estados Unidos. Durante los siguientes quince meses volé 19 veces a Florida desde Washington D.C., donde residía. Algunos viajes fueron por menos de 12 horas; otros, por más de tres semanas.

A lo largo de todos esos meses y viajes procuré visitar cada lugar, restaurante, bar, oficina o domicilio que surgía de la investigación. Contacté a los involucrados o a sus abogados para darles su derecho a replicar todo lo que estaba por publicar o me esforcé por obtener sus declaraciones judiciales o al menos a sus amigos para que aportaran algún descargo, mientras mis colegas de La Nación —en especial Gabriel Sued— hacían lo mismo en Buenos Aires. De ese esfuerzo de pinzas surgieron algunos contactos valiosos.

A esos 19 viajes se sumaron otros fuera de estados Unidos y llamadas semanales a protagonistas primarios, secundarios y terciarios de esta trama. La mayoría se negó a dialogar, algunos optaron por insultarme, y otros se distendieron con el paso de las semanas y de los meses. Unos pocos contaron lo que sabían; otros muchos se limitaron a confirmar o desmentir la información que yo obtenía de otras fuentes. En total —y sin contar a aquellos que rechazaron mis llamados—, dialogue con más de ochenta actores en más de cuatro países”.

“Este esfuerzo —que al terminar este libro supero ya los dos años— conllevó algunos frutos. Como La obtención de los resúmenes bancarios o los registros de telefonía celular de alguno de los protagonistas, copias de planillas de vuelo hasta ahora desconocidos, el acceso a 188 grabaciones que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) jamás desclasifico y se negó a darme —pero obtuve mediante una de las defensas del juicio en Miami—, o las conversaciones con varias de las diez personas que surcaron los aires del Cono Sur —ocho pasajeros y dos pilotos— en aquel ya legendario vuelo entre Caracas y Buenos Aires”.

Para muchas de esas más de ochenta fuentes, sin embargo, dialogar conmigo implico un riesgo laboral o incluso físico. Tanto para ellas como para sus familias. Algo que luego se comprobó de manera fehaciente, lamentablemente.

Dada esta situación, abrí cuentas de correo electrónico con nombres ficticios, coordiné llamadas desde teléfonos públicos a otros números ignotos o acorde encuentros que insumieron, por ejemplo, tres horas de viaje en auto por el interior de Florida para conversar durante diez minutos en una estación de servicio a la vera de una autopista. O encontrarnos en un bar con una persona a la que desconocía, por lo que yo debí vestirme con una camisa azul y esa persona acomodarse una visera blanca para que pudiéramos reconocernos.

Eso sí, y dada la duda que puede surcar por la mente del lector. Le aclaro: jamás pague para obtener información. Una fuente deslizó esa posibilidad durante un almuerzo al norte de Miami, me negué y poco después aportó igual unos pocos datos, aunque no aquello que prometió a cambio de dinero.

Una última aclaración, este libro es el resultado de la tercera revisión del cuarto borrador, tras la lectura de otras dos personas. Aún así, me disculpo por adelantado si se filtró algún error factual al abordar el presente y el pasado de la Argentina, Estados Unidos y Venezuela. Cualquier error es mi entera responsabilidad.

Como se ve, Alconada Mon trabaja muy seguro de lo que escribe, ya que cada afirmación esta respaldada por una síntesis de cada protagonista, una guía cronológica y notas bibliográficas que no dejan lugar a ninguna duda sobre la veracidad de cada hecho.

Como mediante el uso de los recursos petroleros, Hugo Chávez, trazó un plan estratégico que financiaba sus aspiraciones a ocupar un lugar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

  

Gabriel Brito

 

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