Mientras los países productores de materias primas o elaboradores de productos y maquinarias corren con ventajas comparativas y el factor tierra —que pasó a ser definitivo por sobre el factor capital— nosotros los argentinos seguimos tirando las chances de desarrollo por la alcantarilla.
Entramos en los últimos dos meses de 2012 sin que durante el año en curso se haya propuesto algún plan de gobierno que resuelva, al menos alguno de los problemas reales que sufrimos en nuestro país.
Estoy esperando que desde el atril de los microfonitos bipolares —son dos— esos tan toqueteados por la dama, me anuncien que se terminó con la desnutrición infantil, o que la mortalidad de los infantes argentinos bajo, por lo menos, al nivel de países infinitamente más pobres —en chances por lo menos— que el nuestro, como Uruguay o Cuba.
Que me anuncien que los salarios no son en Jujuy, Catamarca o Formosa, 5 o 7 veces menores que en Capital o en las zonas privilegiadas de la Patagonia.
Que me anuncien datos certeros y serios, no datos para infantes de los que hoy son burla, como hace el Indec con "K"; y que la pobreza desciende, y las personas abandonan los barrios de emergencia llamados despectivamente “villas”, y no ver calles cortadas todo el tiempo por miles de personas porque o no tienen donde vivir, o dependen de $250 pesos para apenas comer algo algunos días del mes, porque no se llena ni una canasta de almacenero con ese número.
Estoy esperando que me digan que las autoridades de seguridad saben qué está pasando en las calles, y que el delito no aumenta cada día. Que se están resolviendo los problemas de urbanidad y marginalidad, tanto como los de desarrollo humano. Que deje de ver cientos de personas tiradas durante meses en las calles, estaciones de tren, etc. sin ningún tipo de contención o prevención de saludo y social.
Quiero creer que no volverá a haber, en el segundo semestre del año, los 190 muertos que hubo en accidentes ferroviarios, un 30% más que en mismo lapso de 2011, y miles más si vemos las cifras desde 2004.
Espero que me cuenten que una enfermera, un obrero, un oficinista dejará en un tiempo mayor o menor, pero definido, de sostener un Estado elefante —pero inoperante, ciego sordo e idiota— que ya supera el 50% del PBI, con un inmundo “impuesto al trabajo” al que llaman “4ta. Categoría”, eufemismo del achaco público al trabajo, hecho que se produce dado que la inflación realiza un aumento “nominal” de salarios, y de ese modo el Estado se termina financiando al percibir este impuesto a la gran masa de obreros, a la vez que funciona de infame tope para los sueldos públicos (el Estado “da” un aumento y lo recolecta con el impuesto a la 4ta categoría con la otra mano).
El absurdo es tal que el mismo mandamás de
Espero que me anuncien que dejarán de promover obras destructivas del patrimonio territorial, como saqueo del mar argentino, la demolición irracional de la Cordillera de los Andes, de los bosques nativos, de las sabanas envenenadas con el glifosato que es un derivado del agente “naranja” —napalm— que se sequen los humedales del litoral, para hacer “santuarios-parque” por parte de millonarios excéntricos norteamericanos, o que se inunde el 30% de la provincia de Corrientes porque la demagogia cambió la matriz de independencia energética por la falta de gas y petróleo, y la exponenciación del uso de la energía eléctrica, sin nuevas obras, lo que hace explotar la cota de Yacyretá.
Espero que no se sigan restringiendo las libertades constitucionales, el ahorro, la previsión social, la ayuda social sin clientelismo punteril, la libertad de tránsito sin restricciones documentales u otras cosas raras.
Estoy esperando las nuevas rutas, los nuevos puertos, los nuevos trenes, la nueva radicación de empresas, que sumen valor agregado local, de la sustitución de la importación del cerdo y otras carnes no tradicionales, de los planes federales por cientos de miles de dólares como lo hace Dilma Rousseff, que antes también era guerrillera pero hoy no quiere vengarse de nadie, sino la grandeza del Brasil. Planes que se financian (en Brasil) con bonos a 30 o 40 años que se venden en reales y permiten el desarrollo, sin poner en juego las reservas, que son 10 veces mayores a las nuestras.
Tengo ganas que un gobierno hable de la ampliación de la frontera agraria (sin soja ni sojeros de los pooles de siembra amigos del gobierno). Estoy esperando la política de fronteras, de radicación de la familia campesina —su reintroducción— en vez de gobernadores corta-bosques y expulsores de personas.
Mientras espero todo eso, veo que desde la presidencia solo se planifica el denominado “7D”, un plan para apoderarse de los negocios del monopolio de Clarín, un pozo más de dinero para alimentar el “agujero sin fondo” y las fauces de los “capitalistas amigos” que nunca se terminan de contentar en acopiar “negociados” de parte del poder K.
Y, desde ese atril de los dos micrófonos, rodeada de imágenes e idolatrías, solo me hablan del desguace de Clarín, que en definitiva, es obsesión enfermiza, el garantizar la impunidad de palabra, para conquistar el deseado escenario: La no-crítica.
Como duele la Argentina. Así estamos.
José Terenzio