La creencia en otra sustancia aparte de la que estudian los físicos, hace que el ser humano se sumerja en un mundo inmaterial, alejado del mundo real. Mientras que la física se aplica, según se dice, a la materia-energía con sus manifestaciones, el creyente añade a ello algo más, separado, que denomina espíritu como ente pan universal y simple que, sin ocupar lugar se halla en todas partes.
Esto desde un punto de vista metafísico-teológico. No obstante, el vulgo nos suele hablar del “espíritu de la montaña”, del “espíritu del río”, del espíritu de la selva, etc., con cuyas denominaciones asigna un sitio para cada espíritu en particular.
Por tanto existen para el hombre común, infinidad de entes espirituales que animan el mundo.
De este modo, por la acción de entes sobrenaturales, se explican todos los fenómenos de la naturaleza que no se entienden de otro modo.
Esta manera de fantasear es innata; el hombre lleva adentro ese potencial y una vez desarrollado, lo proyecta al exterior, bañando al mundo de sobrenaturalismo. Ya el niño, al igual que el primitivo inculto, se cree rodeado de las posibilidades más insólitas, y confunde fantasía con realidad. No logra un neto deslinde entre ambas cosas y puede creer prácticamente en todo, incluso en los sueños y de aquí a la oniromancia (una vulgar pseudociencia “del montón” que posee a sus seguidores), hay un solo paso. Aquí no se trata de una inmersión en el mundo sobrenatural, porque éste, ¡definitivamente no existe! en el exterior a la mente, sino que esta imagen se lleva adentro y es desplegada hacia los objetos exteriores. Luego se cree ver en éstos una posesión de voluntades, aunque se trate de trozos metálicos, piedras o árboles. Todo el mundo exterior, es como si danzara alrededor del individuo, ya sea a merced de él, de sus deseos, pensamientos y actos; ya sea rebelándose a sus intereses para ceñirse a los propios (de los “seres espirituales”).
Sabemos que los actos de un primitivo, son difíciles de comprender para un civilizado. De ahí lo enigmático del comportamiento de los nativos incultos, para los exploradores que contactaron por primera vez con ellos en la época de las conquistas de nuevos continentes.
Los actos de los primitivos se ciñen a ciertas reglas estrictas según sus culturas, para no ofender a sus dioses o antepasados, cuyos espíritus pueden hallarse vigilantes sobre sus descendientes. (Esto ha sido entendido por los antropólogos en sus investigaciones).
Estas culturas que surgen de lo innato, de la propia naturaleza humana, en cierto modo tiranizan la vida de cada individuo. Este no puede hacer lo que quisiera o conducirse contrariamente a las reglas establecidas que pesan sobre él, porque lo sobrenatural se halla vigilante y es exigente sobre sus descendientes.
Entre los pueblos civilizados, no es diferente en su esencia. Tan sólo han cambiado las formas de manifestarse.
El que más, el que menos, se siente protegido en la vida, como si poseyera “un dios aparte” o un “ángel de la guarda”, y esto puede suceder incluso al margen de las creencias religiosas. Es casi subconsciente, y el ente protector puede ser tanto “el dios aparte” particular, como la divinidad en la cual se cree según el dogma profesado. No en vano existe el mito cristiano del “ángel custodio”, ya que esa idea surge del innato sobrenaturalismo en que se desenvuelve cada individuo, quien rechaza inconscientemente toda posibilidad de daño que pueda acaecerle mediante el pensamiento o frase: “No, a mí no me puede suceder tal cosa porque estoy amparado por un dios (o dioses)”. Esta apariencia de creer ver algo sobrenatural que rodea al individuo, entronca directamente con ciertos factores de supervivencia fundados en las creencias religiosas y… miríadas de pseudociencias que pululan por ahí…
Ladislao Vadas