El hombre miraba con desconcierto el flamante DNI de su nieto más pequeño. No le llamaban la atención los modernos nombres que habían elegido su hijo y su nuera: “Axel Catriel”; ni siquiera lo asombraba el hecho de que ahora el DNI fuera una suerte de credencial, tipo tarjeta de crédito, con la foto muy oscura que casi ni se reconocía la carita de su nieto. Ya le habían contado cómo eran ahora los nuevos documentos digitales. Ese día sí se asombró por el nuevo formato: “- ¿Y cuando tenés que hacer un cambio de domicilio?-” Había preguntado en ése entonces. La respuesta era fácil: “tenés que ir y te lo hacen de nuevo y te cobran otra vez.”
Pero esta vuelta lo que le llamaba la atención no era nada de eso; ni siquiera era el extraño holograma que se dibujaba sobre un costado de la foto según cómo moviera el documento. Lo que desconcertaba tremendamente al hombre, provinciano él, entrado en años, era que habían escrito mal el apellido de su nieto. La tarjeta decía: Axel Catriel Lopez.
- ¡Diego! ¡Acá hay algo mal! – dijo dirigiéndose a su hijo. El joven se acercó mientras su padre no quitaba la vista del nuevo DNI.
- ¿Qué pasó, viejo? –
- ¡Te pusieron Lopez sin acento!
- ¿Y?
- ¡¿Cómo “Y”?! – se enojó el hombre, que por primera vez dejó de ver la credencial y miró a su hijo directo a los ojos, con evidente bronca.
- ¡Somos López! ¡Siempre fuimos López! ¡Con acento! ¡Está mal!
El padre enfatizaba cada palabra y remarcaba la primera sílaba de su apellido dando un pequeño salto hacia atrás, como fiera que se encabrita para defender lo que le pertenece. El muchacho, que sabía de su carácter, intentó suavizar el tono.
- Pasa viejo que la piba del registro civil apenas sabe escribir. Era compañera de la Nancy en la primaria. – Nancy era una de las hermanas de Diego. La tercera de seis hijos.
- ¿Y si fue a la escuela cómo que no sabe escribir? – El hombre seguía enojado.
- Y no, viejo. Escribe, sí, pero hasta ahí nomás. Siempre tuvo muchas faltas de ortografía.
- ¡Ah, bueno! ¿Y así enseñan ahora? Terminan la secundaria y no saben escribir como corresponde...
- Y es que ahora es así, viejo. La onda es que pases de año y termines. Si aprendés o no a nadie le importa.
El padre de Diego, venido de Corrientes a los 18 años, sumaba más de 40 trabajando en la construcción. Nunca le hizo asco al esfuerzo, ni a levantarse a las cuatro y media de la mañana todos los días, ni a volver parado y a los empujones en el colectivo todas las tardes. Lo único que buscó siempre fue trabajar cuanto pudiera por darle a su familia todo lo que necesitaran. Terminó la primaria ya de grande, en los ratos que le dejaba el trabajo. Pero fue tal el empeño y el entusiasmo que después de terminar, siguió leyendo y aprendiendo por su cuenta. Y no fue en vano. Gracias a eso, se independizó del patrón que le pagaba miserias y supo que le convenía abrirse por su cuenta. Monotributo mediante, ahora tenía su pequeña empresita, como él mismo la llamaba, con tres ayudantes y su hijo que gracias a Dios, había elegido estudiar arquitectura.
En sus 58 años había pasado por muchos y diferentes gobiernos; había visto cambiar mil veces la moneda nacional; había visto esfumarse cien ceros del billete de cien; sabía de inflación, de hambre, de frío y hasta aprendió un poco de medicina básica cuando le avisaron años atrás, que su esposa debía operarse de la vesícula, cosa que ni sabía que uno tenía adentro. Pero lo que no había visto nunca era que alguien de su familia tuviera otro apellido. Porque para él, Lopez sin acento era otro apellido. Meneando la cabeza de un lado al otro, bajó la vista nuevamente al DNI digital y dijo:
- Esto está mal. No se puede dejar así. Es como si fuera hijo de otra persona. Mañana vas y hacés el reclamo.
Diego lo miró y suspiró resignado. Sabía que era imposible discutir con el viejo cuando una idea se instalaba en su cabeza. Agarró el DNI de su hijo y mirando a su papásólo atinó a decirle:
- Dale...
Amancio López, correntino, albañil devenido en microempresario de estos tiempos, siguió pensando en ese documento hasta que se durmió, a la noche, tarde y después de mucho repetírselo a su esposa. No podía entender del todo, la cadena de situaciones que lo habían llevado hasta sus manos con ese error. Fue desandando en su mente el recorrido que, para él, explicaba el DNI mal escrito.
La chica del registro civil había estudiado con su hija Nancy, en la escuela 22, ahí nomás cerca de su casa. Era una escuela del estado, donde estudiaban pibes de barrio, hijos de familias humildes y trabajadoras, como la de él. Intentó justificar a la maestra pensando en que quizá eran demasiados alumnos para atenderlos a todos. Pero su hija escribí bien. A lo mejor por el empeño que él y su esposa le habían dedicado, quedándose cada noche después de cenar a ayudarla con sus tareas. Claro, a pesar de sus años y lo bien que se había adaptado a la vida de ciudad, Amancio desconocía los mecanismos del proceso educativo, las modificaciones en los programas, las “bajadas de línea” oficiales que echaban por tierra muchas veces el trabajo que la maestra había hecho durante todo el año, obligándolas a promover a los alumnos aunque no supieran leer ni escribir correctamente; en fin, la desidia oficialista, la burocracia y el desinterés por un pueblo culto por parte de los gobiernos de turno. Tampoco tenía idea el correntino, de los miles de nombres y apellidos que ahora se escribían sin acento, o con ‘c’ en lugar de ‘s’ o viceversa, o sin hache. Aunque había pataleado lindo cuando su nuera le contó los nombres que habían elegido para el futuro nieto. Un nombre extranjero con un nombre nativo...
La cadena de acontecimientos la desconocía aunque la imaginaba: la chica termina de estudiar sin saber escribir bien, entra a trabajar al registro civil, anota mal un nombre y a partir de ahí, en la escuela aunque saben que está mal escrito, lo siguen escribiendo como está en el documento y así se arma la rueda que sigue y sigue... Y así, los “González” de la otra cuadra seguramente habían pasado a ser “Gonzalez”, imaginó.
Lo que sí sabía y entendía, era que si todos permitíamos eso sin chistar, ahora cualquiera podía perder su identidad sin que a nadie le importara y entonces el país se llenaría de extraños en su propia tierra.
Walder Martínez
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