Hemos leído todas las obras de Pedro Martínez. En ellas hay un hilo que las
une, que es la paradoja del mito, ya bíblico, prudencial, filosófico o ensayístico.
Ahora con el libro de cuentos “El Verdugo”, el lector se asombrará de su
capacidad. Uno de los relatos que me sorprendió positivamente ha sido “La
hiedra de Viena”, gran cuento, con imaginación, fantasía, poesía, terror
metafísico, paradójico. Muchas virtudes. Lo destaco, junto a “La carta”,
notable, de un final que nos perplejiza y desconcierta. Afirmo que Pedro Martínez
es en estos momentos el mejor narrador osornino. Tiene que corregir ciertas
palinfrasias y sus cuentos adquieren aun mayor doridad.
Debemos estar orgullosos de él, nacido y vivido en su tierra. Anotamos
que desde “Tres testigos de la pasión” en adelante, se advierten
reminiscencias de escritores portentosos que la humanidad ha gozado. El Nóbel
Lagerkvist, Kafka, Poe, Hemingway. Es decir, como debía esperarse, tenemos a un
autor culto y estas referencias hablan de su carácter libresco concentrado.
Martínez no escribe de este tiempo, sino toda su vida.
Otra historia interesante, que los lectores van a admirar, se
denomina “El último viaje”, que pareciera escrito por Poe, otro Poe, así
de fabulador y terrorífico. De su estilo, se observa que narra con frescura,
naturalidad, soltura, dominio de lenguaje. Es decir, con talento. El volumen está
dedicado al maestro Eugenio Matus, constituyendo bello y merecido homenaje.
“La guerra entre Maguncia y Altamira”, otra historia, trágica y pintoresca,
divertida, por un lío de faldas.
Lo que nos llama poderosamente la atención es el silencio
con que Martínez ha venido dando a luz sus tomos, uno tras otro, sin parar,
sumando cinco y asumimos que esta modestia suya, no menos dostoievskiana, debe
tener un término, pues ha llegado la hora que se reconozca a un escritor hijo
de nuestro Osorno y no los oficiosos tributos de toda índole a curiosas
‘figuras’ que no guardan relación ni poseen el talento de Martínez.
El volumen consta de diez cuentos, inteligentes, amenos, con
una cualidad propia en este autor, hacernos imaginar de tal modo como si estuviéramos
viendo cine, y esto debido a que todos sus personajes son vivos, les presenta
frescos, naturales y fluidos. “El prestamista”, una historia de un usurero,
que se negó todo a sí mismo y obviamente a nadie dio nada, con un final de
nuevo que nos llena de incertidumbre fascinante. “El viejo y el mar (segunda
parte y final)”, una vuelta de tuerca al famoso cuento de Hemingway, de gran
factura, con prosa poética y humanidad. Todos los personajes del autor aquí
reseñado reflexionan y lo hacen de un modo turbador. Sucede también con tres
narraciones incluida de forma distinta. “El procurador”, de genialidad
cuando se pregunta que fue más enaltecedor, si matar o crear un dios. En
“Poncio Pilatos y Claudia Prócula”, se da cuenta de las semejanzas entre
una alegoría cristiana (la mujer adúltera) y la esposa del juez romano, con un
sueño epifánico de hermosa áurea. “El cireneo”, donde se medita en extrañeza
sobre el hombre -apenas nombrado en la Biblia- que ayuda a cargar la cruz. “El
Verdugo” estremecedor relato, sobre aquel que ejecutó a Cristo, a quien se le
trastorna toda su vida y se convierte en un ser errante pero piadoso.
Celebramos este nuevo ejemplar de Pedro Martínez, aparecido
en autoedición como todos los anteriores y quizás el silencio sea lo más
elocuente e incomprensible de lo que sucede en esta nación, -donde la industria
editorial peca de ceguera ante obras de corte universal- y no la fiesta del vaudeville
acrítico que con la morfina del consumo han estado inoculando, habida cuenta
que el escritor es de pensamiento progresista. Las mejores obras crecen en la
soledad y la confesión personal del autor con el lector. Hemos de esperar el
juicio histórico reservado a quienes están llamados a la gloria eterna. A la
hora de los escrutinios quijotescos, apartarán este libro de Pedro Martínez.
Mauricio
Otero