“Se me cae la cara de vergüenza cuando la Presidenta me pregunta”, dijo el ministro Arturo Puricelli, refiriéndose al hundimiento en Puerto Belgrano de la Fragata Santa Trinidad.
En realidad, a Puricelli se le debe haber caído la cara de vergüenza por segunda vez en pocos meses, porque si mal no recuerdo por falta de previsión, desconocimiento legal y desoyendo las más elementales advertencias de personas que conocen los puertos internacionales y el derecho internacional, el amarre de la Fragata Libertad en Ghana, también fue un hecho atribuible a la ineficiencia de este (entre otros) funcionario readaptado de la oposición al kirchnerismo menos apegado a las formas, el cual cree que el mundo siempre nos debe algo y que (en general) ellos son los que nunca se equivocan.
Pero el santacruceño Puricelli, que como Ministro de Defensa es un buen cultivador de cerezas, en esta oportunidad dijo sentir vergüenza; y no es para menos. Un buque, estandarte de la Armada, se hunde en puerto por desidia, desinversión, inoperancia y apatía total del sector político al que pertenece, a quien no le importa nada lo que le pase a las Fuerzas Armadas del país, porque total, ¿quién las necesita?
Pero el antiquense, lejos de reflexionar sobre el sincericidio al que lo indujo la noticia del vergonzante hecho, segundos después se recompuso y, tal como corresponde a un buen funcionario kirchnerista, puso las culpas en algún otro lado, no sea cosa que alguien crea que los hombres de la Presidenta pueden ser imperfecto; entonces agregó: “Dentro de toda la sorpresa que me causa el incidente vivido por el Santísima Trinidad, indudablemente nosotros no descartamos bajo ningún aspecto la posibilidad de un sabotaje”.
Entre aquel destemplado grito de Cristina: “Si se quieren quedar con la Fragata, que se la queden” y éste de Puricelli: “Se me cae la cara de vergüenza…”, hay un nexo de sinceridad brutal. Entre la enmienda de la Presidenta, enarbolando el “nacionalismo” para recibir en puerto marplatense a la embarcación embargada en Ghana, sin una bandera argentina, pero repleta de La Cámpora y las sospechas de sabotaje a la Santísima Trinidad, desplegada por Puricelli ayer, hay otro nexo indestructible para nada sincero: la construcción oficial del relato ficticio.
Dos vergüenzas a precios módicos: Ghana y Puerto Belgrano, compradas por la desmantelada Armada Argentina, que de más de 30 buques, tiene solo 11 operativos. Una fragata insignia liberada bajo vaya a saber qué costo para el país y un barco que lejos del honor y la gloria de ser hundido en combate o al menos en alta mar, pierde su flotabilidad en el puerto de amarre, porque hace casi 10 años y por orden de este Gobierno, está varado, y en cuyas entrañas funcionaban solo las bombas de achique. El día que se paró una de las válvulas, como un enfermo viejo y agotado, sostenido por un respirador: murió.
Tiene razón el agricultor de cerezas de Los Antiguos. Mucha vergüenza se debe sentir en estos casos, más aún cuando siendo responsable de las Fuerzas Armadas, no está en condiciones, ni siquiera, de proteger a dos viejos barcos.
Rubén Lasagno
OPI Santa Cruz