El Papa Benedicto XVI anunció este lunes que renunciará el 28 de febrero próximo al pontificado, debido a que ya no tiene la fuerzas para cumplir con sus obligaciones como líder de la Iglesia Católica.
La noticia sorprendió por demás a propios y ajenos, ya que en 2.000 años de historia del Pontificado pocos papas han renunciado a su cargo. Si bien la renuncia más conocida es la de san Celestino V (1294-1294), no ha sido la única.
Clemente I (88-97)
El primero en dimitir fue el papa Clemente I, quien renunció a favor de Evaristo, cuando tras ser arrestado y condenado al exilio resolvió que los católicos no se quedasen sin un guía espiritual.
San Ponciano (230-235)
Fue elegido el 21 de julio del 230. Cinco años después tomó el poder Maximinio Tracio y reanudó las persecuciones contra los cristianos. Según se cree, Ponciano y el antipapa Hipólito, fueron deportados a las minas de Cerdeña, donde ambos rivales tuvieron ocasión de ponderar el daño que con sus divisiones estaban haciendo a la Iglesia. Al salir se reconciliaron y Ponciano renunció.
San Silverio (536-537)
Su pontificado fue breve, ya que fue acusado injustamente con pruebas falsas de haber conspirado para entregar Roma a los godos, el general imperial Belisario arrebató a Silverio el pallium, le devolvió a su antiguo rango de subdiácono, y anunció al pueblo su exoneración. Sin embargo, el pueblo no aceptó los hechos y el emperador Justianiano dispuso que Silverio fuera conducido a Roma para ser sometido a un juicio justo.
Durante ese viaje, el Papa fue detenido y enviado bajo custodia a la isla de Palmaria, cerca de Gaeta. Allí, sometido a amenazas, el 11 de noviembre del año 537 abdicó (obligado) a favor del Papa Vigilio, falleciendo poco después.
San Martín I (649-655)
Fue perseguido por el emperador Constante II, y detenido por Teodoro Caliapas, obispo de Rávena, por orden imperial. Severamente maltratado, fue sometido a juicio, acusado de alta traición, y condenado a muerte. Poco después la sentencia se conmutó por destierro a perpetuidad.
Falleció en Quersoneso, Crimea, el 16 de septiembre del 655. Un año antes, se enteraba de que el clero romano había elegido a un presbítero llamado Eugenio para sustituirlo.
Para evitar un cisma, el Papa Martín I decidió renunciar al pontificado, y reconoció la legitimidad de su sucesor, Eugenio I.
Juan XVIII (1003-1009)
El Liber Pontificalis afirma que Juan XVIII murió siendo monje en San Pablo extramuros. Esta noticia se interpreta como si poco antes de su muerte hubiera decidido abdicar retirándose a un monasterio.
Benedicto IX (1045)
Complicada fue la historia de Benedicto IX, quien ocupó la Sede de San Pedro en tres ocasiones. La primera vez finalizó con una revuelta en Roma que obligó al Papa a huir en septiembre de 1044.
Poco tiempo después, el 10 de marzo, Benedicto IX regresó a Roma, expulsó a Silvestre III y reasumió sus funciones episcopales.
El 1 de mayo abdicó en favor de Juan Graciano, que tomó el nombre de Gregorio VI. Éste, exiliado, acusado de haberlo adquirido su lugar ilegalmente, fue obligado a abdicar.
Celestino V (1294-1294)
A la muerte de Nicolás IV (1288-1292) ocurrida el 4 de abril de 1292, el Colegio Cardenalicio, formado en aquel momento por once cardenales, se encontraba dividido en cuanto a sus predilecciones para un nuevo Papa.
Finalmente resultó electo Pedro Murrone, que por su profunda humildad y simplicidad, intentó huir de su destino, pero el pueblo acogió con júbilo la elección efectuada, que la multitud lo impidió. Finalmente, Murrone se resignó a aceptar, entendiendo que esa era la voluntad de Dios.
El 29 de agosto de 1294 tuvo lugar la entronización papal de Celestino V (nombre elegido por el propio Pedro Murrone para su pontificado). Sin embargo, pronto comenzaron a mostrarse los inconvenientes de la elección de aquel humilde hombre para ceñir la tiara pontificia, pues sesenta años de vida eremítica, aunque podían considerarse como una buena preparación para ceñir la corona celestial, no lo eran para asumir las dificultosas tareas que conllevan el Supremo Pontificado.
Su desconcierto ante las exigencias del protocolo romano, su falta de hábito en hablar en lengua latina y su falta de experiencia, le convirtieron en víctima perfecta de las trampas que le tendían constantemente los políticos.
Finalmente, Celestino V se dio cuenta de que él no era persona apta para ejercer el oficio de la máxima figura de la Iglesia, y en 1294 quiso dejar en manos de tres cardenales el gobierno de la Iglesia, pero como varios miembros del Sacro Colegio se opusieron a sus deseos, entonces empezó a acariciar la idea de la renuncia.
El 13 de diciembre de ese año, Celestino V reunió a los cardenales en consistorio, tomó asiento sobre su trono y rogó a los miembros del Sacro Colegio que no le interrumpiesen hasta que hubiera terminado de hablar. Leyó el acta de renuncia al Supremo Pontificado de la Iglesia, seguidamente abandonó su sede y se despojó de las insignias pontificales (anillo, cadenas, corona y capa), se volvió a vestir con los hábitos que había abandonado tiempo antes y se sentó en un banquillo, en gesto generoso de voluntaria humillación, y volvió a su vida de ermitaño. El espectáculo provocó la emoción hasta las lágrimas de todos los cardenales presentes.
Su pontificado duró del 29 de agosto al 13 de diciembre de 1294. Tras su renuncia fue elegido Bonifacio VIII.
Gregorio XII (1406-1415)
Esta renuncia ocurrió durante el Cisma de Occidente, período de la historia de la Iglesia católica en que varios papas (hasta tres) se disputaron la autoridad pontificia (1378–1417), y contribuyó decisivamente al término de esta fase.
En esa época, la el catolicismo estaba dividido en tres obediencias (Roma, Aviñón y Pisa). Ante esa situación tricefálica, se ideó que tan solo un concilio universal podría sacarla esa crisis.
El Papa de la obediencia de Pisa, Juan XXIII, convocó un concilio general en la ciudad de Constanza, el 4 de julio de 1415, fecha de la XV sesión, en la que el cardenal Dominico de Gubbis leyó el decreto de Gregorio XII —en ese entonces legítimo papa— que convocaba el concilio y, a continuación, el acta de abdicación traída hasta Constanza.
El papa Gregorio XII (Angelo Correr) una vez informado de la lectura del decreto de su renuncia, reunió un consejo público al que compareció con las vestiduras pontificias, depuso voluntariamente la corona y demás insignias papales, y haciendo protesta de que no la aceptaría jamás y ordenó que todas las actas debían ser redactadas desde ahora con la mención sede vacante.
Tres meses después, Angelo Correr escribió al concilio para manifestarle su entera sumisión. Murió tiempo después, antes de que hubiesen elegido otro papa, lo que fue considerado por sus partidarios como una prueba más de su legitimidad, como si Dios no hubiese querido permitir que Gregorio XII vea a otro pontífice durante su existencia.
Benedicto XVI (2005-2013)
Joseph Ratzinger reemplazó a Juan Pablo II, tras su muerte en 2005, y soportó durante su período fuertes críticas por su estilo estricto, por haber amparado a sacerdotes pedófilos, por haber retrocedido la labor de su antecesor en el cristianismo, y por haber formado parte de las juventudes hitlerianas durante sus años de seminarista.
El lunes 11 de febrero, y en medio de rumores sobre su salud, el Papa indicó que estaba cansado y que “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”, que “ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.
María Luisa Torres
Fuente consultada.