Hebe de Bonafini declaró durante más de tres horas en el Juzgado Federal de los Tribunales de Comodoro Py ante su secretario, Carlos Leiva, el hombre que me confesó que mi libro era “un alegato ideal” para hacer justicia y, por momentos, con el juez Norberto Oyarbide.
Extrañamente, cuando el juez y su secretario, tuvieron a la Madre de Plaza de Mayo, cara a cara, algunas preguntas les quedaron en sus tinteros. Por la tarde, el titular unísono de los medios gráficos que cubrieron el tema fue la estruendosa declaración de Hebe de Bonafini: “Los Schoklender se afanaron todo”. ¿Qué? ¿Cómo? ¿A partir de cuándo? ¿Sólo ellos? ¿No tenían ningún funcionario o contacto en el Estado para evadir tantos controles y sentirse impunes? ¿Quién puede creer, a esta altura, que solo dos hombres cometieron una estafa por más de 150 millones de pesos en un plan de viviendas que, tanto los estafadores como el gobierno, concuerdan en que se llevó a cabo con éxito? ¿Fue así?
Oyarbide sólo tenía que hojear mi libro El negocio de los Derechos Humanos para encontrar preguntas concretas con las siguientes repreguntas para conseguir algo de verdad de parte de Bonafini. O, al menos, señalar sus mentiras.
Según el entorno de Bonafini, la Madre estaba al tanto de todo, y hay detalles que dejé pasar pero, sin embargo, declaró que los Schoklender les traían los papeles y ella solo los firmaba. Los papeles eran las actas de la Fundación donde figuran sus firmas y el ancho de bastos que contaba Sergio Schoklender. Habrá que esperar si se anima a mostrar el de espadas, aunque significaría clavarse su propio puñal.
Más allá de que Bonafini se negó a saludar al abogado de Pablo Schoklender, Pablo Slonimsqui, el encuentro se desarrolló con armonía a pesar de que, luego de un año en el que medios y periodistas repitieron hasta el hartazgo que a Bonafini se le había falsificado una firma, ella misma reconoció que no fue así. Solo dijo que no estaba muy al tanto del famoso contrato del Bicentenario con Meldorek que tuvo como protagonistas estelares a Amado Boudou y a Débora Giorgi.
Nada se preguntó sobre la forma en que se elegían los pueblos, ciudades y provincias donde construir viviendas, la manera en que se adjudicaban, la contratación de grupos de choques, la bicicleta financiera, los vínculos con funcionarios que daban la protección a los Schoklender ni tampoco del financiamiento político y las tasas de retorno. ¿Habrán olvidado el testimonio del empleado de Leanity, la droguería creada por los Schoklender por orden de gente vinculada con el propio gobierno, que le llevaba el dinero a la Fundación a la propia Bonafini? Aún falta contar la historia completa de Leanity…
Una de las mentiras más risueñas de la declaración fue que los gastos de traslados se solventaban con las ventas del kiosco de los jueves. Durante las marchas de ese día, en Plaza de Mayo, se instala una carpa donde se venden revistas, recuerdos y souveniers de las Madres. Generalmente, asisten 100 personas a esas marchas. ¿Alguien puede explicar de qué forma se recauda tanto dinero? ¿Quién autoriza la instalación de ese local? ¿Existe una ley para ciudadanos de primera y otra para los familiares de la tragedia de Once que no fueron autorizados a ingresar banderas a los estadios de fútbol? Esas ventas en vía pública, ¿tributan impuestos?
Bonafini tampoco habló de Alejandra, su hija, por su relación familiar, pero se centró en recordar cómo conoció a Sergio Schoklender en la cárcel de Devoto.
¿Tendrá relación la citación de Bonafini con la próxima declaración indagatoria a Rubén “Pocho” Brizuela? ¿Cantará Pocho o también pactó el silencio? ¿Le preguntaron a Bonafini sobre Enrique Rodríguez y otros funcionarios del gobierno de Telerman con quien afianzó una relación que trasciende la defensa de “los derechos humanos”?
Recordemos que Rodríguez, imputado en la causa, se paseó en un auto importado donde fue a ver un partido de tenis. ¿Alguien habrá mencionado el nombre de Doris Capurro? ¿Schoklender se cortó solo, hacía negocios para él o para otros? Esto recién empieza…
Luis Gasulla
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