A esta altura ya no quedan dudas de que cuando Cristina dijo “vamos por todo” hablaba en serio. Detrás de un discurso diseñado con una habilidad política y comunicacional extraordinaria, el Frente para la Victoria ha conseguido sistemáticamente acumular más y más poder.
Las elecciones legislativas de 2009 le dieron al “proyecto” su única derrota. El día en que Francisco De Narváez derrotó a Néstor Kirchner en la mismísima provincia de Buenos Aires muchos coincidieron en que los días de “él” y “ella” acabarían el 10 de diciembre de 2011, pero la historia fue diferente. Cristina no solo se recuperó de aquel traspié, sino que conquistó el infinitamente citado 54% de los votos en las siguientes elecciones. La oposición súper fragmentada, le dejó el camino libre a un gobierno que entiende mejor que nadie la importancia de las mayorías parlamentarias en el camino hacia el poder total.
Es difícil comprender cuál es el motivo detrás de la división de la oposición. En las presidenciales de 2011, Hermes Binner y Ricardo Alfonsín fueron cada uno encabezando su propia lista. ¿Alguien podría explicar cuál es la diferencia “irreconciliable” entre estos dos sujetos?
Si uno analiza sus discursos llegará a la conclusión de que dicen exactamente lo mismo, proponen lo mismo, defienden lo mismo y critican lo mismo. Algo similar sucedió con Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá. Ambos se autodenominan peronistas disidentes, ambos reivindican a Juan Domingo y Evita y ambos hacen criticas casi calcadas de la gestión de CFK, pero por algún misterioso motivo fueron por separado a la elección. Quizás no pudieron ponerse de acuerdo porque creyeron (ingenuamente) que solos podrían llegar a algún lado.
Ser copropietario de un resultado electoral que mueva el equilibrio político es más interesante que ser único propietario de un fracaso total.
2013 es un año electoral y cada vez falta menos para que se definan las alianzas. Es obvio que el Kirchnerismo está dispuesto a todo para hacer una buena elección y forzar una reforma de la Constitución. El proyecto de reforma de la Justica con su consecuente “nacionalización” electoral se encuentra en el corazón mismo del máster-plan. Si la elección va a ser nacionalizada, ¿no sería interesante que la oposición en lugar de patalear construya una alianza nacional para enfrentar al candidato que proponga el gobierno? ¿No es esta una oportunidad para dar batalla e intentar ganarle al Kirchnerismo en su propio juego?
Cada vez que Alfonsín dice “mi limite es Macri” el “vamos por todo” cobra mayor fuerza y velocidad. Nade le pide a peronistas disidentes, socialistas y radicales que hagan un acuerdo filosófico. Los ciudadanos solo reclaman que trabajen juntos para evitar que el gobierno alcance los famosos, anhelados y casi místicos dos tercios.
Se acusa a los miembros del oficialismo de su excesiva obsecuencia, pero al menos pertenecen a una fuerza unificada capaz de hacer “algo”. Los referentes opositores bien pueden pronunciar brillantes discursos y efectuar especulares críticas, pero son incapaces de diseñar un frente electoral medianamente competitivo. Mientras sigan divididos y luchando por liderar sus espacios (generalmente vacios) el cristinismo seguirá avanzando como una aplanadora.
Las alianzas y acuerdos son parte constitutiva de una democracia que basa su funcionamiento en el sistema de partidos. No hacer uso de ellas es otorgarle al adversario una ventaja lo suficientemente grande como para definir la competencia. Falta muy poco para octubre, sería “racional” que la oposición se agrupara para enfrentar a la fuerza política más eficaz del siglo. Cometer el mismo error que en 2011 significaría perder en forma anticipada.
Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, habrá que esperar solo unos meses para saber a ciencia cierta si esta afirmación es aplicable.
Santiago Pérez
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