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Monsivais, entre Cantinflas y Tin Tan

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Carlos Monsiváis no aparenta lo que va a decir. De pelo canoso abundante aún, mediana estatura, podría estar más cercano a la seriedad, no a lo solemne, pero si en el rango de la sobriedad docente y ese estilo algo comprometido con la ceremonia que lo oficia. Precedidos de algunos doctores honoris causa de universidades mexicanas y premios de periodismo, se espera alguna solemnidad y fatuidad Eso, es para quien no lo conoce. Escritor mexicano por definición, en los sesenta años, demostró, sin proponérselo, ser un inclasificable en la conferencia que brindó en la Séptima Feria Centroamérica del Libro, que se realizó en el Istmo.

 

Lo cierto, es que llegó a Panamá, un país de menos de tres millones de habitantes en cuya invasión norteamericana de 1989, lo único que no se saqueó del comercio local fueron las librerías. Quizás un detalle más en el vitae de Monsiváis, quien nos habló de Oralidad y Literatura, con la confianza de un narrador de un partido de fútbol, y el convencimiento, ciertamente de la materia, difusa, volátil, absolutamente amada en el recuerdo y la pérdida, en lo que trae de nuevo.

Nos vino a enseñar y a hacer reír, lo que en literatura no es poca cosa, a los 150 espectadores que estábamos en el salón La Huaca del Centro de Convenciones ATLAPA, frente al océano Pacífico, en ciudad de Panamá, uno de esos días feriales con el tiempo exacto en los libros y a buen ritmo de ranchera.

ºUna de las gracias de Monsiváis, es que le toma la el pulso a la cultura en su país y a nivel global, un escritor clavado en la actualidad trascendente y crítico ácido de la banalidad de los medios, de los partidos políticos que tocan el orfeón del desencanto en las masas. Pero, sobre todo, le toma el pelo a la realidad asfixiante, que el panzer de la globalidad y la muñeca rusa digital nacida de la Caja de Pandora, crece como un hongo en el cuero cabelludo de la llamada sociedad postmoderna.

Yo me divertí mucho con Monsiváis, porque en mis días de la niñez y adolescencia veía películas mexicanas como malo de la cabeza en el cine ( que llamábamos teatro y biógrafo mi padre) Monumental. Hasta tres melodramas aztecas, llorando, riendo, salíamos hablando en “mexicano”, con el marcado acento charro de Miguel Aceves Mejía, Tin Tán y, sobre todo, de Cantinflas.

Una especie en extinción Monsiváis, como gurú de la palabra, hechicero de la tribu, nos dijo que la literatura latinoamericana se inicia con la necesidad de la retórica, y el ejemplo más alto de la colonia , es la mexicana, Sor Juana Inés de la Cruz.

No lo digo por chovinismo, aclaró, aunque si lo digo por chovinismo, concluyó seguidamente, para abrir su abanico de ironías y su musicalidad verbal de organillero del idioma vivo y muerto, y por parir pasado el muro de la indignidad fronteriza, que se mimetiza con la lengua mal parida que va creando, como un deforme encontrado en alguna de las cavernas

Ya estaba montado el maestro Monsiváis en su bicicleta sin pedales y como ejemplo de la oralidad, destacaría a Mario Moreno, Cantinflas, quien mediante trampas, una sintaxis enloquecida, crea un idioma, confunde al interlocutor, busca palabras a tientas, y lo que verdaderamente triunfa al rendir al interlocutor, es la vitalidad de lo popular en la lengua.

Martín Fierro del argentino José Hernández incorpora la oralidad al idioma literario, subraya Monsiváis, autor de A través del espejo, Los rituales del caos, Escenas de pudor y liviandad, Amor perdido, Días de guardar, Antología de la poesía mexicana del siglo XX, entre otros libros.

Lector y cinéfilo, considera que el cine mexicano le da corpus a los personajes y el habla, pero, sobre todo, reconoció, inventa la tradición, porque no había un horizonte nacional cuando surgió. La literatura realista es la que fija la oralidad en el siglo XX, sostuvo. Sin embargo, apuntó, la ausencia de grabadoras no permitió rescatar la oralidad en ciertas épocas.

México, un país de grandes cómicos, dio al mundo del cine a Tin Tan, quien fue rescatado por Monsiváis en su conferencia, y lo destacó como un precursor del spanglish un habla que mezcla dos idiomas, aunque en ambos falta vocabulario.

¿Qué pasó con su waifo?, quiso decir Tin Tan con su esposo, nos aclaró Monsiváis.

José Saramago, un paréntesis maestro Monsiváis, nada más un esguince, ha dicho con razón, una lengua que no se defiende, muere, alimenta de indolencias y cae bajo la complicidad de los suicidas habladores. Denunciaba hace unos días el lusitano, la invasión de anglicismos, el famoso spanglish, arroz con leche del nuevo idioma transfronterizo, más propio de un original waiter, que de una persona que domine el español o el inglés.

El escritor azteca se paseó con su retórica demoledora del orden verbal establecidos, ese que camina de espaldas y se contornea como la Tongolele sin inmutarse. Yo, dijo, con su soplete, primero a los funcionarios los traduzco del inglés y después viene la triangulación para encontrar el significado.

Un ejercicio más allá de Cantinflas, sin duda, que requiere del conocimiento hábil de dos lenguas, para encontrarse con una media lengua tercera.

En el rescate de la oralidad, de lo popular, citó Boquitas Pintadas del argentino Puig, a Borges, en el habla porteña, sobre todo, su poesía primera, cuentos y al mexicano José Agustín.

Monsiváis reservó un espacio de sentido privilegio a la poesía como suprema promotora de la oralidad. Al respecto, tras calificarla de género de los géneros, dijo que siempre influía en la oralidad, modo de hablar. Es ritmo y crea zonas excepcionales y deslumbrantes.

La poesía, precisó el escritor azteca, pensando en Neruda y Sabines, rescata la oralidad. Sucede que me canso de ser hombre, el verso residenciario, demoledor, que le quita las uñas, el esmalte a los días de hastío.

En el melodrama ubicó el gran recinto del idioma: no me mires así, que voy a pensar que me deseas. Ironizó por minutos la realidad dramática, en una especie de espiral del humor con la película mexicana, madrastra de la tragedia: Nosotros los pobres. Sólo cuando cantan, dijo Monsiváis, se frena la desdicha, es el único paréntesis para no seguir llorando el luto de la palabra.

Cuando se enteran de la muerte de su madre, dicen: ahora tengo una tumba donde llorar: Lo cierto, subrayó sonriente, que la incineración terminó con la poesía frente a la tumba. La verdad, apuntó, que el melodrama es una gran fuente de la oralidad, como, las rancheras: Ya me canso de llorar. Si de la nada venimos y a la nada por Dios nos vamos. El Bolero es también un recipiente importante de la oralidad, recordó.

Está todo el sentimiento trágico popular, y al respecto ironizó, en medio de su festival de la palabra, con los boleros: Hoy mi playa se viste de amargura porque la barca tiene que partir. Se imaginó la arena en ese papel trágico. Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer. Nadie, dijo se dirige a un reloj, además ese es su trabajo, registrar el tiempo.

El idioma del neoliberalismo no nos permite divertirnos, advirtió Monsiváis, en medio de una carcajada del auditórium, que disfrutó de un tema que como la oralidad es una invención constante del idioma.

En la oralidad y la literatura existe otro lector, un mundo, recordó el conferenciante , y advirtió que literatura y oralidad se fecundarán con el universo de la imagen. Es lo que viene y es inevitable, puntualizó. Es real, vendrá un cambio, dice, de mentalidad influido por la tecnología, mucho más que la formación tradicional de la literatura, que vivió la anterior generación.

Entre los maestros de la reducción del idioma en la actualidad, Monsiváis registró a los políticos, locutores, economistas, guionistas de TV y a los sociólogos.

También, debemos incluir a escritores facilones, (no vacilones como Cabrera Infante) convertidos en vedettes del espagueti verbal del spanglish, viejos roqueros asimilados por el regué, que han escogido el camino violeta de la palabra.

En la poesía el idioma alcanza altura, subrayó, y recitó: puedo escribir los versos más tristes esta noche/ Escribir, por ejemplo,:”La noche está estrellada, y tiritan, azules los astros, a lo lejos”. El clásico folletín amoroso y universal de Neruda, Los Veinte Poemas de amor, versos que según Monsiváis, agregan a la palabra tiritan una belleza especial, con los astros, combinación que sólo la poesía puede lograr. Más de 10 millones de ejemplares vendidos, demuestran cuan acertadas son sus palabras.

Borges, por su parte, acotó, inventa el gusto por la paradoja, que es un gran sustento de la creatividad.

Hoy, hablamos, nos comunicamos a base de anuncios publicitarios, y nosotros mismos somos publicitas de nuestras propias conversaciones, al calificarlas en la introducción que hacemos. Y Monsiváis, ejemplificó: Voy a decirte algo extraordinario. Ya debemos suponer que lo que viene es espectacular. No es diálogo, explicó, sino comunicación, lo que ya es un cambio.

Hay publicidad, intromisión, porque las vivencias compartidas, precisó, son el espectáculo.

De punta a punta como en la milonga borgiana, Monsiváis encendió al público al rayar la cancha con la sutil ironía azteca. Al responder una de las preguntas, esas de cajón filosófico, mamotréticas, que preparan en las mesas de coordinación de las conferencias, un verdadero paso al más allá, dijo: la pregunta era muy difícil, traté de esquivarla, pero me precipité en un abismo. Hacia allá vamos, si nos subimos al tobogán violeta del spanglish y nos dejamos seducir por la imagen rosada digital.

Rolando Gabrielli

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