Todo parece indicar que Evo Morales perdió el referéndum del último domingo para habilitarse a sí mismo un cuarto mandato presidencial y así poder gobernar hasta 2025, aunque él todavía no lo reconoció y hubo denuncias de irregularidades y de demoras excesivas en el conteo de votos. Lo cierto es que, pase lo que pase, el populismo parece estar en crisis y en declive, no sólo en Venezuela y Argentina, sino en toda Latinoamérica.
La mayoría de los análisis apuntan a un escándalo de corrupción revelado por el periodismo días antes de las elecciones y a un posible hecho de violencia política contra la oposición, lo cual sin dudas impactó en el resultado de manera directa. Sin embargo, una mirada más amplia nos permite entender que esos hechos fueron en todo caso el detonante, la gota que rebalsó el vaso, pero que si el vaso estaba muy lleno era a causa de un proceso u “ola” de democratización regional más abarcador.
De hecho, las encuestas ya venían muy parejas y con muchos indecisos antes de que trascendiera que el presidente aymará había tenido un hijo oculto con una gerente de empresa veinte años menor que él y que había favorecido desde el poder a dicha empresa con adjudicaciones millonarias, y antes de que en la misma semana se produjera la muerte de seis funcionarios durante un incendio intencional de la Alcaldía de El Alto, en manos de la oposición. El sólo acontecimiento de que las encuestas estuvieran parejas cuando la popularidad del presidente seguía muy alta ya marcaba de por sí una sorpresa y un cambio relativo de tendencia de la cultura política de Bolivia. Se evidenciaba un cierto rechazo del personalismo y una valoración de la alternancia republicana más allá de las personas concretas involucradas en el proceso.
Samuel Huntington fue quien implementó por primera vez al análisis político el método de olas utilizado previamente por Alvin Toffler en la sociología. El mismo se basa en la idea de que los fenómenos sociales transnacionales o globales se expanden por el mundo como olas de distinta velocidad y diferente alcance. La expansión es más fuerte al principio y parte de un centro donde se origina. Con el tiempo, la ola pierde fuerza e incluso puede aparecer una contraola de sentido contrario. También puede ocurrir que una ola más poderosa alcance a una ola anterior en declive y la sobrepase. Es decir, se puede producir una superposición de olas cuya identificación es vital para entender la magnitud, el sentido y el resultado probable de escenarios que pueden a simple vista parecer caóticos o azarosos.
Toffler se refirió a “olas civilizatorias”, pero no en un sentido cultural sino tecnológico. La primera ola habría sido la originada por la revolución agrícola alrededor del 8000 AC. La segunda tuvo lugar con la industrialización originada en Inglaterra a partir de 1650, que, como todo proceso complejo, tuvo diversas fases internas. A partir de 1950, según Toffler, se estaría produciendo la tercera gran revolución tecnológica y se estaría expandiendo la tercera ola, que estaría dada por la civilización de la información, más descentralizada, democrática, poderosa y humana que las civilizaciones anteriores.
Samuel Huntington se refirió a tres olas de democratización mundiales. La primera habría acaecido en el siglo XIX, la siguiente en la segunda postguerra mundial y la tercera estaría dada por las transiciones que se produjeron sucesivamente en el Sur de Europa, en América Latina y en el Este de Europa entre 1974 y 1989. Esta tercera ola recibió como respuesta la tercera contraola autoritaria iniciada en la plaza de Tiananmen en 1989 y proseguida por las guerras balcánicas. En Latinoamérica, la tercera contraola autoritaria bien podría identificarse en el ascenso al poder de Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y la expansión por el continente de un proyecto de concentración de poder populista con tendencias totalitarias. Hay quienes, siguiendo las ideas de Huntington, hablan de una cuarta ola originada en Túnez en 2011 en lo que dio en llamarse “Primavera Árabe”, motivada en última instancia, probablemente, por la convergencia del agotamiento de la tercera contraola autoritaria y la difusión de las redes sociales.
Pero las olas impactan distinto en diversas partes del mundo según la fuerza con la que llegan y dependiendo también del contexto local con que se encuentran. La cuarta ola sirvió en Medio Oriente para derribar dictaduras tradicionales pero no para mucho más que eso. Sólo en Túnez parece haber florecido una democracia estable. En el resto de los países lo que siguió fue inestabilidad, otras formas más o menos autoritarias y, en algunos casos, fenómenos totalitarios extremos como el de Estado Islámico.
En cambio, en América Latina la cuarta ola parece haber desembarcado el 22 de noviembre de 2015 con la caída del modelo populista del kirchnerismo en Argentina, seguido de la derrota legislativa del dictador populista Nicolás Maduro en Venezuela y de la aparente derrota de Evo Morales en Bolivia en el referéndum a través del cual buscó habilitarse un cuarto mandato presidencial.
Hasta dónde llegará la cuarta ola de democratización en América Latina es algo que nadie sabe. Lo que sí parece quedar en evidencia es que su impacto en nuestra región se está dando en la forma de un proceso regional de consolidación democrática que, por ser favorable al Estado de Derecho democrático y republicano, puede bien dar lugar a una era de relativa paz, prosperidad e integración en el continente americano en su conjunto.