Lo ocurrido con el policía Chocobar, el turista y delincuente debe llevarnos a la reflexión.
Lo primero que se me ocurre preguntarme es: ¿Por qué gran parte de la ciudadanía se expresó a favor del policía? ¿Acaso los argentinos somos salvajes o sádicos deseosos de ver sangre como en un Coliseo?
Históricamente nos hemos destacado por ser un pueblo afectuoso, jovial y de brazos abiertos. Nunca hemos tenido conflictos raciales, étnicos o religiosos de importancia. ¿Entonces? ¿Qué nos está pasando?
Creo que el problema es que desde hace unos años, más precisamente desde el regreso de la democracia (amo la democracia, antes de que algún descerebrado me acuse de pro dictadura, por eso le soy critico), desde el regreso de la democracia y en forma progresiva, impresiona que los que viven fuera de la ley tienen más “derechos” que los que vivimos dentro de ella.
El político corrupto nunca tiene condena en firme, el ñoqui vive de nuestros impuestos al igual que el que tiene un plan social, el delincuente común rara vez es atrapado y muchas veces liberado antes de tiempo, el local echó a los visitantes de las canchas de futbol (por más que “la” medida sea del estado), los malhechores se apoderaron de las calles y los hombres de bien están presos tras las rejas de sus casas.
¿Cuántos de nosotros sufrimos un robo y nunca se atrapó al culpable y ni hablar de recuperar lo sustraído? ¿Cuán protegidos nos sentimos? ¿Nos protegen?
Los argentinos estamos cansados de que no se cumpla el precepto fundamental que rige toda convivencia pacífica: “el que las hace las paga”. Lo más importante no es la solidaridad o la mal llamada justicia social o el estado benefactor; lo más importante, lo verdaderamente importante, es tener la tranquilidad de saber que mi propiedad, mi libertad y mi vida serán respetadas. Eso se ha perdido en nuestra Argentina.
Las fuerzas de seguridad han sido desprestigiadas y ninguneadas sistemáticamente en las últimas décadas. ¿Son impolutas? Claro que no; pero el mal accionar de algunos de sus miembros no debe deslegitimizarlas, así como los jueces ideologizados no deben denigrar la institución del poder judicial.
Yendo al caso puntual de Chocobar, me pregunto: ¿Qué debe hacer un policía que presencia un asalto, cuyo ladrón asesta 10 puñaladas a la víctima y se da a la fuga?
Detenerlo, obvio, estamos todos de acuerdo ¿Y si no se detiene ante la voz de alto o un disparo al aire? ¿Debe dejarlo huir? Y si la próxima víctima no tiene la suerte de sobrevivir a las puñaladas ¿quién se hace cargo de ella? ¿Los mismos garantistas que no se hacen cargo de los reincidentes que son liberados de la prisión antes de tiempo?
Podrán decirme que nada me asegura que ese ladrón vuelva a robar y apuñalar después de ese día. Es cierto, nadie puede asegurarlo, pero ¿cuál es la realidad que vemos a diario? Estos delincuentes, ¿se convierten en almas caritativas o en reincidentes?
¿Cuál será la actitud de las fuerzas de seguridad ante el escenario actual? El próximo Chocobar, vestido de civil, ¿intervendrá en un delito? ¿O mirará para otro lado por miedo a las implicancias?
Te has preguntado ¿Por qué los médicos han dejado de poner la calcomanía con la cruz verde en sus autos? ¿Por qué es excepcional que un médico se detenga a auxiliar a las víctimas de un accidente? ¿Han perdido su espíritu de servicio? ¿O actúan en defensa propia por el miedo a los juicios de mala praxis? ¿Comenzarán los policías a no identificarse por miedo a las consecuencias de sus actos?
Las leyes que defienden la vida, la libertad y la propiedad deben ser firmes y severas, y su aplicación debe ser implacable. De nada sirve que cada uno de nosotros tengamos un policía sentado en nuestra falda para protegernos, lo único que sirve es la ley. Por eso, las leyes no sólo sirven para castigar a los delincuentes, sino que la certeza y eficiencia de su aplicación deben ser disuasorias.
El Imperio de la Decadencia Argentina no es un destino final; es un estado, un modo de vida, un modo de vida al que no me resigno.