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La balada del ojo tapiado

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EEUU Y MEDIO ORIENTE EN LA MIRA
EEUU Y MEDIO ORIENTE EN LA MIRA

En la mañana del martes 8 de abril de 2003, un tanque estadounidense M1 Abrams situado en el puente Yumiriya sobre el Tigris lanzó un misil que volatilizó la habitación 1503 del piso 15 del Hotel Palestine, donde se alojan los corresponsales extranjeros que cubren la cruzada bushista, ahora pugnando por controlar Bagdad. Murieron el camarógrafo español de Telecinco José Couso y el reportero gráfico ucraniano Taras Protsyuk de la agencia Reuter. Asimismo, la oficina del canal satelital qatarí Al Jazeera recibió lo propio, con un saldo aproximado de un muerto y un herido.

 

 Lógicamente, según las fuentes dependientes de las fuerzas agresoras sólo se trató de un “lamentable error” pues el comandante del blindado “habría recibido fuego hostil desde el lobby del hotel”. Pero esta afirmación resultó, como se esperaba, una burda patraña que intentó enmascarar una seguidilla de hechos similares desde que comenzó la contienda. Según afirmó el enviado especial del porteño matutino Clarín a Radio Mitre, Gustavo Sierra, fue un ataque deliberado pues jamás se disparó un tiro desde el Palestine. Todo el mundo sabe que en el hotel sólo está la prensa. En 20 días de guerra, hay 11 periodistas muertos.”, resaltó aún conmocionado el corresponsal argentino.

 Sin duda que el comandante del blindado también lo sabía, pues como se puntualizó anteriormente, los estadounidenses dirigieron su fuego amistoso en varias ocasiones contra aquellos hombres de prensa que se rehusaron a acompañarlos en sus caravanas blindadas. De los 11 mencionados por Sierra, 9 cayeron bajo las balas norteamericanas.

 Días atrás, el edificio donde estaba la TV iraquí sufrió el impacto de una bomba antibunker que lo partió al medio. Paradójicamente, justo días después de que la pantalla iraquí mostrara a cinco prisioneros norteamericanos.

 Anteriormente, un ataque de hackers inutilizó durante un tiempo prolongado la página web de Al Jazeera y sus corresponsales en Nueva York eran expulsados de la bolsa de Wall Street.

 A esta altura de los acontecimientos, pretender creer en la veracidad de las justificaciones del Pentágono es algo totalmente inadmisible. Pues esta seguidilla de hechos lamentables, ni por asomo entran en la categoría de las “casualidades permanentes”.

 

La ventana cerrada

 

 Osvaldo Tcherkaski fue enviado por Clarín a Washington cuando George Bush padre desató la primera versión de la Guerra del Golfo, el 17 de enero de 1991. Al instante, se dio que la atmósfera a su alrededor era de lo más pesada para realizar dicha cobertura.”Muy pronto fue fácil percibir que el obstáculo convencional del trabajo periodístico, la verdad de los hechos, y su enemigo no menos convencional, la censura, no eran los únicos problemas para la misión de enviar despachos sobre lo que estaba sucediendo. El Nuevo Orden, vendría a ser, había suprimido el pasado y el futuro. Era la entrada a un presente inmutable y total en el que todo estaba enunciado, previsto y escrito de antemano por una burocracia omnímoda, pertrechada de una capacidad infinita para la manipulación de hechos e imágenes. En la base de ese poder, el control burocrático de la verdad”, según relata en su libro de impresiones El ojo cerrado (Sudamericana, 1992).

 Más adelante, relata como la TV se vuelve de pronto aséptica: “en cuanto a lo que no se ve, aquella definición algo enojada de los primeros descriptadores de la TV, a fines de los 50, -una ventana abierta al mundo cerrado- ha sido puesta al revés por los generales norteamericanos, como se da vuelta una media. Todo parece especialmente dispuesto para la televisión, el mundo entero se ha convertido en un set donde lo que van a “informar” las cámaras precede a la acción. Lo que irá a captar el ojo electrónico y que se supone el objeto de la información es un mundo abierto a una ventana cerrada: el ojo ha sido tapiado”.

 Tapiado, como se constató en un análisis anterior, luego de que los jetones del Pentágono se juramentaran que el síndrome informativo de Vietnam iba a ser definitivamente conjurado. Una guerra aséptica, sin sangre ni imágenes, es una guerra que no existe. En la Operación Tormenta del Desierto, otro eufemismo para adornar la masacre, los periodistas no pudieron gozar de una cobertura libre. Fueron llevados de la manito por militares “expertos” en tratos con la prensa, en cuidadosas reuniones celosamente pautadas, denominadas briefiengs, donde las informaciones eran dosificadas con cuentagotas. Los mandos militares dictaron reglas inflexibles, y aquellos periodistas que no las acataban eran expulsados del teatro de operaciones.

 Un caso emblemático de esta imposición del pensamiento único bushista lo constituyó lo ocurrido con el entonces corresponsal de la CNN en Bagdad Peter Arnett. Este, un veterano corresponsal de guerra curtido en Vietnam, intentó presentar a los televidentes de la aldea global un punto de vista altamente objetivo. Incluso, pudo entrevistar al mismísimo Saddam Hussein en una exclusiva que le granjeó la envidia asesina de sus colegas. Al final de la guerra, Arnett fue tratado casi como un traidor a la patria y la CNN resolvió despedirlo. Pero no escarmentó, ya que al inicio de esta segunda versión de la guerra del Golfo se encontraba nuevamente en Bagdad, enviado esta vez por la NBC. Por intentar nuevamente mostrar el otro lado, causó tal ola de irritación en los detentadores del pensamiento único que la mencionada cadena televisiva le mostró la tarjeta roja.

 Por lo menos, no fue cocido a balazos “por error” ni lo pulverizó un misilazo proveniente de un tanque y tuvo la suerte de ser contratado por el diario sensacionalista británico Daily Mirror.

 En la primera versión de la zarabanda sangrienta del Golfo Pérsico, la ventana televisiva fue velada tras un telón verde oliva. En la segunda versión, los estadounidenses no sólo tapiaron la verdad, sino que no vacilaron en eliminar a aquellos hombres de prensa un tanto díscolos con sus dictámenes de hierro informativos.

 Si antes de estos sucesos, la profesión periodística era considerada de alto riesgo, cualquier cobertura futura de alguna aventura intervencionista estadounidense podrá ser considerada ciertamente como suicida.

 

 Fernando Paolella

 

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