Cristina fue la persona que más daño le hizo a la Argentina en democracia. Lideró el régimen más corrupto y autoritario desde 1983 y, como si esto fuera poco, llevó al peronismo a la crisis más grave de su historia. Cristina siempre despreció al justicialismo aunque por conveniencia, varias veces supo disfrazar bien ese rechazo visceral. Para empezar, Cristina no votó al justicialismo ni en 1973.
Eligió la boleta de Abelardo Ramos y luego, con ella y su marido en el poder de Santa Cruz, utilizaron los símbolos partidarios y se colgaron 7 veces de la boleta electoral de Carlos Menem, al que luego defenestraron como la inmensa mayoría de la sociedad. Después fueron cobijados por Eduardo Duhalde que hizo presidente a Néstor y le aportó medio gabinete y una crisis muy compleja que ya estaba encaminada hacia una salida no traumática. Pero al poco tiempo, otra vez la traición. Calificaron a Duhalde como un padrino mafioso digno de Marlo Brando y Francis Ford Cóppola y lo tiraron por la ventana. En realidad, Cristina siempre despreció el partido Justicialista y lo ninguneó todas las veces que pudo y sometió a la esclavitud a gobernadores y legisladores que agacharon la cabeza por fondos para sus provincias o para sus bolsillos. Por la plata baila el mono.
Poco a poco desde el poder, fue minando la voluntad de intendentes y gobernadores para sembrar las listas de muchachos de La Cámpora que se convirtieron en un grupo sectario que actualmente oficia como una suerte de guardia pretoriana de la exitosa abogada que nunca ganó un juicio pero que varias veces perdió el juicio.
El golpe de gracia se lo dio al justicialismo en las últimas elecciones. Hizo una maniobra insólita que solo ella entendió y por su capricho feroz, armó otro partido, Unidad Ciudadana porque no se animó a ir a una interna contra Florencio Randazzo, por ejemplo. Eso potenció la confusión entre las filas de los peronistas y la agrupación de Cristina se fue haciendo cada día más sectaria y verticalista. Al partido lo congelaron y enviaron a dos dirigentes muy dóciles a conducirlo: a José Luis Gioja y Daniel Scioli. Eso generó todo tipo de contradicciones. Le cuento una: el vicepresidente del Partido Justicialista, Daniel Scioli, se convirtió en diputado nacional por las listas de otro partido, Unidad Ciudadana. El presidente, Gioja, fue enviado a suturarse el orto por Cristina y ni esa humillación pudo sacar un gesto de dignidad de un ex gobernador sanjuanino que ahora no tiene simpatías ni siquiera en su provincia.
El PJ fue transformado en una cáscara vacía. En un sello de goma.
Más allá de esta decadencia hay que decir que el peronismo es un recuerdo que trae votos, como dijo Julio Bárbaro. Por eso hay un grupo de dirigentes jóvenes que gobiernan municipios y provincias, que quieren armar algo nuevo, un partido de centro, que sea republicano, que abandone la corrupción y el patoterismo y que se ubique ideológicamente lejos de Macri y de Cristina. En ese debate y en esa discusión hay que inscribir la serie de reuniones, marchas y contramarchas que estamos viendo por estos días.
En medio de ese proceso, una jueza designada por el peronismo y amiga de los peronistas, tomó una decisión insólita que merece que el Consejo de la Magistratura estudie su posible destitución o pase a retiro. María Romilda Servini mediante un texto confuso, hiperpolitizado y lleno de cuestiones no judiciables designó a Luis Barrionuevo como interventor. No se explica cuál fue el motivo de nombrar a Barrionuevo, un dirigente desprestigiado y que genera más división y rechazo que posibilidad de normalización partidaria. En estos casos extremos, cuando se interviene un partido, se nomina a alguien de prestigio ético y académico y respetado por todos los sectores como podría ser el doctor Alberto García Lema, por ejemplo.
Que quede claro. La jueza Servini cometió un despropósito y un desatino tan grande que quedó al borde de su final como magistrada. No creo que el gobierno de Macri haya tenido algo que ver con esto. Más bien parece un pase de facturas interno de la jueza que insisto, fue designada por el peronismo y que tiene muchos amigos peronistas.
De todos modos a ese incendio producido por la jueza, tanto Gioja como Barrionuevo y otros peronistas le arrojaron nafta. Bravuconadas, desorientación, acusaciones tiradas a la marchanta, aprietes e insultos produjeron un culebrón tragicómico que hundió más al partido ante la mirada del ciudadano común.
Esto me lleva a la pregunta del millón. ¿Se imagina que hubiera pasado en este bendito país si Scioli ganaba las elecciones? ¿Cuánto hubiera durado sin ser destituido por Zannini y La Cámpora? ¿Cuán cerca estaríamos de ser la Venezuela chavista más podrida que madura? ¿Se hubiese investigado algún caso de la mega corrupción? ¿Quedaría algún juez independiente? ¿Hubieran sobrevivido los periodistas y los medios independientes?
El peronismo busca su destino. Tiene que renacer de las ruinas en la que lo dejó Cristina. En ese sentido lo que dijo el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey fue demoledor: “El Pejota sufrió el síndrome de Estocolmo y se enamoró de su secuestradora”.
La democracia necesita un peronismo renovado. Que levante sus mejores banderas de justicia social y que entierre para siempre el robo organizado y la violencia, que pelee con buenas armas por llegar al gobierno pero que si pierde deje gobernar. No hay democracia sin alternancia. Hay dirigentes jóvenes que están en esa tarea que se hace cuesta arriba por la presencia de Cristina. Es que el peronismo hoy no tiene un candidato tan taquillero como ella. Lo tiene que construir y eso lleva tiempo. Pero tampoco tiene un candidato que, como ella, garantice la división del peronismo y por lo tanto la reelección de Macri.
Más allá de las chicanas, que Barrionuevo no es afiliado, que hoy hubo una apelación por la intervención o el delirio de que esto es obra de Macri y tiene que ver con lo que le pasó a Lula en Brasil lo cierto es que si el peronismo sigue en manos de estos dirigentes tiene un futuro negro. Se pelean por la llave de un local partidario. Si no escuchan las nuevas demandas de la sociedad de mayor transparencia y democracia republicana, van a discutir por quien lleva el cajón del muerto hasta el cementerio.
Gioja y sus muchachos irrepresentativos dicen que incluso van a ir a la Corte Suprema y a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para denunciar que quieren proscribir el peronismo. Un despropósito gigante. Sus muchachos cantaban ayer: “Que papelón/ que papelón/ un quema urnas/ es el interventor”. Hacían referencia a un episodio real que ocurrió en Catamarca.
Es cierto que hay una frase del general Perón que trata de justificar estas peleas a los gritos y muchas veces a los tiros. Dice que los peronistas con como los gatos, por los gritos, parece que se están peleando pero en realidad se están reproduciendo. Este no parece ser el caso. En los resultados electorales está la única verdad que es la realidad. Cristina perdió tres elecciones seguidas. Y en la provincia de Buenos Aires, otrora un bastión del peronismo, en las últimas elecciones parlamentarias, Cambiemos ganó en 108 de los 135 distritos. Es un dato. Cristina, tal como hizo con muchas cosas, se apropió del peronismo y lo vació. Lo disecó. Lo dejó en terapia intensiva. Ahora la vida del Partido Justicialista es de pronóstico reservado. Es patético. Cristina lo hizo. Y Macri lo disfruta.