El derecho y el goce de tener un hijo, trae aparejado como contracara, la obligación y la responsabilidad de prepararlo para la vida. Los actos generan consecuencias por las que los efectores (los padres en el caso de engendrar un vástago) deben hacerse responsables mientras son menores.
Durante siglos, la educación y la formación técnico-académica fueron aplicadas en forma efectiva y directa por los padres. Así, más allá del cultivo ético y moral trasmitido en la casa, los progenitores enseñaban a sus hijos las tareas cotidianas y la profesión u oficio familiar (que es lo que sabían hacer). El descendiente de un carpintero sería carpintero, el de un granjero sería granjero y el de un almacenero sería almacenero.
Llegamos así al siglo XVI con Martín Lutero y su reforma protestante. Hasta ese momento, a lo largo de todo el medioevo, la ética y la moral, bajo la tutela de la iglesia católica, eran casi sinónimos. Incluso la formación técnico-académica se mezclaba fuertemente con los valores dogmáticos.
Lutero se rebela contra Roma y son las indulgencias que esta dispensa (muchas veces pagadas con dinero) las que desencadenan su reacción. En este punto vemos un primer atisbo acerca de la separación entre lo terrenal y lo divino.
Esta separación se transmite luego (en el siglo XVIII) en la idea de un espacio de formación académica (escuela) y otro espiritual (catecismo) un poco más independientes; concepto paradójicamente expuesto por la Biblia Cristiana “al Cesar lo que es de Cesar y a Dios lo que es de Dios”.
Al mismo tiempo, en la Inglaterra del siglo XVIII, se produce la revolución industrial. Por primera vez en la historia de la humanidad, se genera un cambio en la matriz productiva pasando de agrícola-ganadera-artesanal a industrial-comercial.
Los innovadores puestos de trabajo precisan de operarios que estén capacitados para este fin, simultáneamente, los hijos de los campesinos buscan mejorar su calidad de vida y rompen con la tradición de continuar con el trabajo familiar, se mudan a la ciudad procurando un puesto en alguna fábrica.
Los jóvenes deben ser instruidos en conocimientos técnicos y académicos para sus nuevas labores y en valores morales de convivencia para la vida hacinada de la ciudad. Los principios éticos venían de la casa.
Los totalitarismos del siglo XX les expropiaron a los padres la patria potestad y se adueñaron de sus hijos; desde Hitler, pasando por Mussolini y Mao, hasta llegar a Stalin, los individuos dejaron de ser la joya más valiosa y fueron sometidos a la sociedad, el interés particular fue sepultado por el interés general, el yo fue esclavizado por el nosotros. La persona pasó, de ser doblegada por el Dios de los cielos del medioevo, al dios de la sociedad colectivista de la modernidad.
El fracaso militar del nazismo y político del marxismo, hizo que este último redefiniera su estrategia a través del posmodernismo y reinventase el modo de someter al individuo, ya no mediante internalización de dogmas, sino destruyendo la conciencia sobre la realidad y los valores de la persona.
La razón sucumbe ante los sentimientos, la lógica ante los deseos y caprichos, la ciencia ante la opinión, Apolo ante Dionisio.
Así como fue necesario en el pasado, separar al estado de la iglesia (separación aún incompleta); hoy es imprescindible separar estado del tándem individuo-familia; la formación académica y moral a cargo de la escuela y la fundamentación ética patrimonio de la patria potestad.
Se suelen confundir y usar indistintamente los conceptos de ética y moral, siendo que son bien distintos.
Ética es el hábito de tomar decisiones difíciles, es el carácter para elegir de acuerdo a fundamentos propios. Tiene relación con los valores personales, es individual y la falta de consecuencia entre la ética y los actos genera un sentimiento de culpa. Por ello los dogmas religiosos y colectivistas (nazismo, marxismo y socialismo), procuran equiparar los principios éticos con los morales y lograr la autocensura de las personas a través de la culpa que genera el pecado o el ser políticamente incorrecto respectivamente.
Por su parte la moral son las costumbres y convenciones sociales, es colectivo y su incumplimiento genera vergüenza.
Ambas, ética y moral se encuentran relacionadas y se retroalimentan. Las convenciones sociales se generan de los acuerdos de principios individuales, y las normas morales colectivas son evaluadas por los valores éticos individuales.
Un claro ejemplo de cómo se expropia disimuladamente el derecho a la formación ética de los hijos a los padres, es la imposición de la educación sexual en las escuelas.
Los centros educativos deberían abocarse a enseñar salud reproductiva. En ella se transmiten los conocimientos sobre la fisiología y la patología sexual, la prevención de enfermedades venéreas y los métodos anticonceptivos, y el respeto al consentimiento y los hábitos del prójimo.
Las decisiones sobre las conductas sexuales personales, el trato hacia el propio cuerpo y la elección del tipo de relaciones que se pretenden mantener, pertenecen al espacio privado. Son valores éticos sobre acciones personales, que en el caso de los menores, son responsabilidad de los garantes legales, los que ejercen la patria potestad, los padres.
Debemos reconquistar la soberanía individual conquistada por la soberanía colectiva, debemos reconquistar el derecho a disentir, a pensar distinto, a ser políticamente incorrecto.
Quienes amamos la libertad, quienes nos resistimos a que se nos impongan lenguajes, valores o ideologías nefastas; alzamos la voz reclamando el derecho de ser nosotros mismos, el derecho de tener nuestras propias convicciones, la convicción de que la realidad objetiva existe y que la razón crítica es el camino para alcanzar la verdad, la certeza de que tengo el derecho a decidir sobre mi ética sin entregarme a lo que me dicten y que el respeto irrestricto por el proyecto de vida del otro es la regla fundamental para la convivencia pacífica.
No me resigno a entregar mi vida, mi libertad y mi dignidad a los cultores del posmodernismo; no me resigno y daré las batallas que sean necesarias para despertar las conciencias de aquellos que no han visto aún, la mísera vida de servidumbre a la que los están conduciendo.